jueves, 19 de septiembre de 2013

Todos los días son lunes.

Para muestra un botón que cosió en mi camisa y yo cuide como si fuera el hijo que nunca tuvimos.
Con fina ternura hilvanó los hilos del futuro sin saber muy bien qué pasaría;
eso sí,
dejando margen para la improvisación,
para pelear con los monstruos del armario que le encogen los vestidos (que cabrones),
sus domingos de resaca
y para esos días que se aprieta el estómago y sólo le apetece sofá, manta y comer chocolates.
Y es que ella es así,
podría pasar horas pegada a la estufa porque siempre tiene frío,
incluso en verano, algunas noches, se sube las medias hasta las rodillas.
Se suelta el pelo cuando va en bicicleta y llena de sonrisas el aire de la calle,
y a mí me recuerda a un desfile de Disney cuando pasa por la acera y me cubre la piel de escalofríos.
Lleva en la cesta suspiros de extraños que recolecta junto a la lista de la compra
donde mezcla cervezas, caricias y yogures bajos en calorías.
Y no suele cubrirse el rostro con maquillaje salvo los labios de rojo cuando quiere tatuarme silencios en la frente,
y cuando llueve baila descalza en los parques mientras saca la lengua para beber las gotas que chorrean de sus mejillas.
Y tiene tres lunares en la curva de la espalda que yo beso como gesto de gratitud
y siempre termino trepando en los buenos días de sus caprichos.
Los fines de semana florecen pétalos en la cama con la forma de sus cabellos
y cuando la escucho ducharse para luego ponerse crema hidratante en el cuerpo,
a mí me entra un miedo terrible de que vuelva a ser lunes,
que yo vuelva a ser noche y ella vuelva a ser sábanas.
Tener que abrirle la puerta a mis suspiros cuando la observo regresar a casa con el hombre que ama,

que no soy yo.

Y vuelvo a ser llanto,
ser diminuto,
ser nada.

Y es que ella sólo es un sueño que desaparece cuando suena el despertador,
todos los días
a las 8:45
de la mañana.

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