domingo, 3 de febrero de 2019

Feliz adiós

Cuando vivo un momento feliz, no sé qué hacer con las manos.
Vuelvo a ser ese niño de tercero de primaria que sonríe y olvida taparse la boca para no mostrar los dientes torcidos.
Pienso en la tranquilidad cuando tomaba café en la terraza de mi departamento en Barcelona y me pasaba la mañana soñado con pájaros.
En estos momentos pienso en mi abuelo escuchando música con su radio a pilas encima del pecho.
Pienso en la carta que dejó por debajo de mi puerta aquella chica que ya no recuerdo su nombre.
Pienso en el último día de clase,
pienso en cavar agujeros en la arena de la playa,
pienso en la satisfacción de tomar una cerveza helada después del trabajo.
Pienso en el tiempo en el que no llamaría al tiempo.

Lo que duele de la felicidad es eso, no poder quedarnos, la vida no nos deja permanecer ahí.

Aunque me gustaría, lo juro.
Me gustaría deshacerme de todas esas cicatrices de adentro.
Me gustaría seguir disfrutando de mis dientes torcidos al reír cuando era un niño.
Me gustaría reencontrar la pureza y la habilidad necesaria de enamorarme de nuevo.
Me gustaría cavar agujeros y esconderme del tiempo.
Ver a mi abuelo todas las mañanas antes de las mañanas.
Me gustaría seguir tomando café en mi terraza de Barcelona...
Pero la vida me llama y debo irme.
Debo abandonar esos momentos felices para que sigan felices donde están.
Tengo que seguir adelante...
Hoy al menos sé qué hacer con las manos, y seguramente sea un gesto de adiós.

sábado, 2 de febrero de 2019

La boca me sabe a ron y las manos a otoño. Quién diría que estamos en pleno verano. He girado la esquina como pidiendo perdón al paso lento del viento donde me miran desconfiados los transeúntes, alguno ya ni siquiera sonríen. Me rompo la mandíbula intentado darle forma al vacío que me acompaña en cada paso, una ausencia que pesa más que cualquier compañía. Tu boca, esa boca... El corazón me late fuerte. Escribo para no desconcentrarme, para quererme un poquito menos, para manchar de lagrimas la pantalla del teclado. Muchas letras, pocas cosas bonitas. Pido ayuda a gritos, abro grande los ojos, cierro un poco las piernas. Tengo tabaco en los bolsillos, las cervezas ya no son buenas consejeras.