domingo, 26 de marzo de 2017

Cuando llegues

Cuando llegues,
no hace falta que golpees la puerta,
la dejaré entre abierta para que entres sin llamar.
Por favor,
no te asustes con el desastre,
no he terminado de organizar todos los sentimientos,
sería genial que me ayudes con eso.

Cuando llegues,
hazme compañía,
llévame a conocer lugares nuevos,
como si nunca te hubieses ido de casa.
Hablemos tanto hasta que se nos enreden las lenguas,
inventemos un nuevo abecedario.
Vivamos cada momento y olvidémonos de las fotos.
Así que por favor, guarda la cámara.

Cuando llegues,
me gustaría bailar contigo en la calle,
bajo la lluvia y de la forma que prefieras,
yo seguiré tu ritmo,
incluso si bailamos el silencio.

Cuando llegues,
hazme saber que también me estabas esperando,
que todo sea recíproco.
Ten en cuenta mi pasado cuando me mires a los ojos
buscando tu futuro,
Sólo, respeta lo que fui.
Respeta mis miedos y mi dolor,
no importa que no los comprendas.

Pero por encima de todo,
cuando llegues,
dame lo que otras no me dieron.
Así,
quizá,
pueda volver a creer en el amor.

lunes, 13 de marzo de 2017

Me importa muy poco si has despertado con el pelo alborotado,
si tienes la marca de las sábanas en la mejilla
o si la noche anterior te olvidaste de quitarle el esmalte a tus uñas.
De verdad,
me es indiferente el color del carmín en tus labios porque te los voy a morder igual.
Y ni hablar de cómo te queda el vestido,
o del "mira que estoy más gorda y la ropa ya no me sienta bien"
tu espejo y yo nunca estaremos de acuerdo.
Así que ya puedes arrojarme tus tacones al pecho,
deslizarte las medias,
quitarte las bragas
y meter todo en el tercer cajón de tu armario
junto con esos collares que me molestan a la hora de lamerte el cuello.

No me importa nada de eso.

No lo digo a mal,
sólo que mi vista está enamorada de tu iridiscencia.
Prefiero disfrutar de tu espalda desnuda mirando por la ventana,
sosteniendo con las manos la taza del café,
mi vida haciendo clavados en las cataratas de tu pelo.
O cuando te giras y me das pequeños besos en la mejilla,
y susurras cerca de mi oído "te espero para comer"
como una orden otorgada de tu acento extranjero,
es ahí,
o sobre todo,
que quiero seguir tus huellas de camino a casa,
manso e indefenso
los días que estoy peleado con el mundo,
apagando la bestia que llevo dentro.
Entonces me encuentro en la cima del rascacielos con el vértigo de todo lo que significa estar contigo.
Y es que cuando invoco a tu sonrisa y me señalas pidiendo meter tus manos por debajo de mi camiseta los días que me alío con el invierno,
y rosas mi cintura para calentar las nubes de tus dedos,
me dejas flotando por los rincones de los sitios que me faltan conocer.

No es que sea despistado
(que también)
y no me fije en tus detalles,
pero es que todo ese interés inicial en tu apariencia ya pasó
y ahora ya no es tan importante para mí.
Te juro: estoy completamente loco por la mujer que eres y serás,
sólo me quiero sincerar
y que entiendas que no toda mi atención se centra en el "Prêt à porter" de tu día a día.
En realidad me gusta cuando estás desnuda y te vistes con mis manos, y en los minutos previos de entregarte al sueño me dices
-esto es lo que soy toda mía y cuando quieras, toda tuya-.
Eres perfectamente imperfecta,
y con toda certeza,
la mujer que quiero ver cruzando el salón de casa,
abriendo de puntillas la alacena buscando algo que comer
mientras gritas lo irresponsable que soy con los niños que te llaman mamá.