viernes, 19 de mayo de 2017

Hoy

Hoy firmaron la paz Corea del Norte y Estados Unidos.
No habrá guerra.
Hoy el cambio climático fue a mejor
y los animales danzan celebrando la vida.
Hoy la gente dejó el teléfono en su casa
y por las calles las personas se miran y hablan como antes.
Hoy en los noticieros no se escuchaban desgracias
y en la lista de la compra se anotaba pura comida sana.
Hoy Venezuela acabó con Maduro.
Se acabó la opresión.
Hoy se venden cada cinco minutos cien libros,
los poetas beben en los bares,
lo músicos tocan en la calle,
la gente baila al rededor de una fogata,
se acabó la delincuencia,
adiós a la pobreza,
los ciclistas andan tranquilos
hay amor en las familias...

En fin.

Hoy,
ella me besó.

domingo, 14 de mayo de 2017

Mensaje no enviado

Nota 1.

- Te fluye tan fácil la poesía...
- La poesía no fluye, la poesía explota. Explota cuando se tiene algo con qué colapsar. Y yo constantemente tropiezo contigo.

Es domingo,
un día difícil.

No  quería levantarme de la cama, llevo una temporada con mucho ruido en la cabeza: estrés, duermo mal, escribo menos y esta estúpida manía de morderme las uñas como si estuviera buscando algo debajo.
He sacado una mano por la sábana y he pillado el teléfono por si había algo nuevo, cualquier cosa que me dé un poco de impulso. Bueno, en realidad para ver si habían noticias tuyas. Nadie había escrito, tampoco habían llamadas perdidas. Así que dejé el teléfono sobre la mesilla y me cubrí hasta la frente como si la sábana fuera un escudo protector contra el mundo.
Como un libro,
como un círculo dibujado con tiza en el suelo.

No funcionó del todo, resulta que la sábana no te protege de la memoria.

Me tuve que levantar.

Bueno,
eso.

PD: Cuando estoy contigo me siento igual que cuando puedo irme a dormir sin poner el despertador. Desde que no estás, no sabes lo difícil que se me hace conciliar el sueño.

martes, 9 de mayo de 2017

Julia

Dicen, que una abuela es dos veces madre
y yo con ella me siento otra vez hijo.
Además que lo fuimos cuando nos cobijó en su casa
en una época donde más lo necesitábamos,
y suplió a mi madre en las actuaciones del colegio
los días que se quedaba trabajando hasta tarde
para darme la sonrisa que ahora tengo.

Mi abuela es diversión,
es una carcajada tierna cuando la escuchas pronunciar el inglés,
o cuando baila las canciones que pongo en el auto.
Es una narradora de historias familiares
y tiene el poder de hacerme viajar al pasado
sin necesidad de una máquina del tiempo.
Es un árbol de navidad y un “aguadito” de pavo,
un abrazo donde dormir,
un sitio donde huir
un recuerdo de aquella herida en la pierna que curó
cantando una canción y pasando su mano por mi pelo.

Mi abuela también es el desayuno del “pan con lomo”
y el café  con azúcar moreno.
Es el almuerzo a las doce,
el todos a la mesa,
el come que estás muy flaco,
el abrígate que hace frío,
el siéntate derecho,
el estás pálido
y ven que te tomo la temperatura.

Tantas cosas que podría decir...

Y sé que esto no lo leerás por ti sola,
porque las tecnologías no son parte de tu vida.
No te pierdes nada nuevo abuela,
es sólo que las cosas cambian.
Lo bueno es que no todas,
algunas siempre estarán en el mismo lugar,
como mis recuerdos de la infancia en Renán Elias 148,
o los años de ausencia en una nota que me dejaste
en un papelito de tu agenda antes de volverme a ir,
donde pusiste:
“llámame si necesitas algo,
te quiere,
tu abuela Julia”

Soy muy malo hablando las cosas,
por eso las escribo.
Pero yo también te quiero,
tu nieto,
tu hijo,
Victor.

PD: Tengo que ir a verte, no me olvido.

lunes, 1 de mayo de 2017

Abro y cierro tu conversación del whatsapp esperando
ese mensaje que me vuelva a acalambrar el vientre.

Te hablo a ti chica del pelo encendido
y ropa colorida.
A ti,
que dices nunca ser la inspiración de nadie,
hoy me tienes bailando al rededor del maldito teléfono.

He pensado en mil maneras de iniciar un acercamiento mas allá
de cualquier intento desesperado de buscarte las cosquillas.
Tropezando en cada intento:
me pongo serio,
elegante,
gracioso,
caballero,
histérico,
fuerte,
me pongo de todo menos tus manos sobre mi cuello erguido.
Lo que daría por sentirte respirar cerca
mirando mis ojos cristalinos
de tanta emoción.

Calmo mi instinto primitivo,
ese que te pillaría de los pelos para matarte a besos
mientras jugamos al cazador y la presa.
Ese que te quitaría las bragas para colgarla en el pomo de la puerta
y que nadie en este mundo se atreva a entrar a la habitación
porque declaro con el pecho abierto la tercera guerra mundial.

Todo el día buscando la forma de hacerte reír.
¿Tú te has visto reír?
Joder, puede compararse con cualquier amanecer,
digamos en mi cama por ejemplo.
O con esas noches donde todo te sale bien
y te pasas de vueltas con el deseo.

Aquí estoy,
mirando de reojo el maldito teléfono,
vibrando en cada mensaje que no es tuyo.
-Escríbeme si te gusto un poquito- me repito en voz baja,
no sé en que estúpida película lo vi.
Al sujeto le funcionó,
claro, de momento, este no es el caso.

¡Estás haciendo el capullo! Me dice la cabeza,
¡No hagas caso! Repica el corazón.

Voy a esperar diez minutos más
sino, apago todo y me voy a dormir
y a la mierda con la autodestrucción.

Tic, tac,
tic, tac...

¿Me escribes o qué?