lunes, 20 de abril de 2015

La primavera ha empezado y por este rincón de la ciudad todavía no sale el sol

Ella decía que yo era mago.
Me lo decía en sus escritos
y cuando tomábamos cervezas en el chino de la esquina.
A mi me gustaba pensar que la magia era cosa de los dos:
cuando reíamos,
cuando nos sentábamos a escribir
o cuando llegábamos a casa con la lujuria entre los dientes.

Ella es de esos amores que tienes que abrazar
en cualquier parte y sin ningún por qué,
de esos a los que no le tienes que pedir explicación.

Los días que no dormía conmigo yo la acompañaba a su casa
y me quedaba en el portal esperando a que suba por el ascensor,
nos mirábamos tras el cristal de la puerta y nos hacíamos señales con las manos,
o ella se ponía a bailar y yo reía como un estúpido.
Luego desaparecía tras los botones del último piso
y yo regresaba a casa con la mirada gacha y su olor impregnado en la chaqueta.
Lo único bonito de la despedida era saber que al llegar tendría un mensaje
en el móvil que pondría: ¿Has llegado cariño?
Y un montón de caritas amarillas que mandan besos y le salen corazones por la boca.

Hoy he llegado a casa y mi chaqueta olía a una Barcelona sin ti
y en el móvil sólo habían mensajes pasados.

Ahora me gustaría ser mago,
retroceder el tiempo y abrazarte más y mejor,
decirte al oído llévame contigo a cualquier parte,
volver a escribir sobre tu espalda todas las frases que te debo,
prepararte el desayuno por las mañanas,
bajar a comprar napolitanas de chocolate
mientras tú desordenas la cama
y mi vida,
sentir tu respiración en mi pecho,
desnudarte antes de la ducha,
acariciarte todo el cuerpo
y prometer que no meteré mi dedo en tu ombligo,
morderte las piernas,
ayudar a peinarte,
planificar todos los viajes de los próximos años,
correr más de la mano,
sentir el viento en la cima de la montaña del putget,
volver a ser sueño en mitad de esta pesadilla.

Me gustaría ser mago para demostrarte que la magia
era tu risa junto a la mía.
Y no lo que tú pensabas
sino lo que yo creía.


miércoles, 8 de abril de 2015

Yo sólo intenté hacerte feliz.
De todas las formas,
con todas mis armas.
Lo intenté.
Lo juro.

Pero te vi escapar,
te vi convertirte en humo
con la última calada del cigarro.
Te hiciste suspiro de lunes
un martes por la mañana.

Te vi olvidar mi número de teléfono,
la dirección de mi casa,
de qué lado de la cama me gusta
dormir.

Te vi follarme pensando en otras
cosas...

Yo sólo necesitaba tu abrigo,
tus lunares en el cielo de la
memoria,
necesitaba hablar contigo
como hablan los niños:
sin tanta seriedad.

Pero nos hicimos adultos
en la banca de un parque.

Y vi mis manos tratando de
alcanzarte,
vi el silencio que se forma de
noche,
vi como te lloraban los labios.

Y yo no pude hacer nada.

Nunca,
me había dado por vencido.
Nunca,
había amado tanto a nadie.

Pero ahora,
ya en estas cuatro paredes
mustias,
el recuerdo se hace presente
y obstinado.
Y no me queda otra opción más que
cerrar los ojos
y desearte esa felicidad
que no te pude dar.

Lo siento cariño,
esta vez he perdido.