sábado, 25 de enero de 2014

No es lo mismo.

- No soy tu folla amiga - me dijo después de echar el enésimo polvo de la enésima vez que estábamos juntos.
- ¿Entonces qué eres? - Le dije mientras me subía la bragueta.
- Soy tu... confidente. Tío, tengo veintidós años y tú ya tienes los huevos demasiado desgastados para mí. -
Y tampoco es que le lleve muchos años, pero no es la primera persona que me dice que aparento muchos más de los que tengo. Como eso de que no me pega nada escribir cosas tristes para lo alegre que soy.

   Miro a mi alrededor y tengo la sensación de que sigo sin avanzar, como si todo lo que me rodea lo llevara arrastrando desde el día que decidí poner los pies en este planeta. Las mismas caras, las mismas manos, las mismas miradas desconfiadas de las mujeres cincuentonas que cogen fuerte su bolso cuando me ven cruzar la acera.
La verdad es que ya no me sorprende nada.

Cuando cumplí los 16 años y me peinaba aún con gomina, soñaba con ser actor. Siempre lo quise a pesar de que me confundí muchas veces por el camino y estudié a medias otras carreras sin el éxito que esperaba. No sé si yo o mis padres.
Me miraba en el espejo y me repetía 'tú vas a ser el mejor' y salía con aires de valentía para practicar en la mejor escuela que tuve. La calle.
No se lo contaba a mis amigos porque sabía de antemano las burlas a las que sería expuesto ya que en una latinoamérica infectada por una sociedad de consumo, ser doctor, arquitecto o abogado es mucho mejor que ser un simple actor. Además, hay que ser sincero, nunca fui el más guapo del barrio para otros ojos que no sean los de mi madre; y para mucha gente, ser actor es salir en la televisión y yo de eso estaba muy lejos. Y sabía, que mientras otros hablaban de sus futuros coches, sus futuras casas y sus futuras mujeres de calendario, mis conversaciones e inquietudes no serían nada interesantes para ellos. Así que cuando estudié la carrera de Arte Dramático, lo hice muy de perfil bajo. Pero con el mentón siempre arriba.
A los 16, creía en el amor y esperaba compartir mi vida con una sola persona. Alguien a quien mirar a los ojos todas las mañanas y no sentir tanto miedo al hacerlo. Y busqué, os lo juro. Y lo encontré en cada una de las mujeres a las que besé, pero creo que yo no fui lo que ellas esperaban.
Cambié de ciudades por unas piernas, cambié de países por otras piernas y no me arrepiento por ello. Todo lo contrario, aunque nunca tuve la oportunidad de pedirles perdón por tanto daño causado.

A veces camino por la calle como si buscara algo, un golpe de suerte quizá, con la mano abierta y en toda la cara.
Voy tirando, intentando sobrevivir en un curro que no me hace feliz, pero tengo que aguantar para poder dedicarme en mis ratos libres a lo que realmente me gusta.
Hay que joderse...
Me doy cuenta de todo lo que he dejado a un lado y me viene una pregunta como un dardo:
¿En realidad vale la pena?

- Tengo que irme que tengo clase, ya sabes, la universida te consume - me dijo sonriendo mientras buscaba entre su bolso una tarjeta para hacerse una raya de cocaína.
  

miércoles, 22 de enero de 2014

Un cuarto pasadas las diez.

A veces me pueden las ganas de llorar
y me basta con un cigarrillo que se consume más de un lado que del otro,
una canción sonando en el reproductor que ni siquiera escucho
y el sonido en mi cabeza de tu voz repitiendo:
No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

Hacerlo mal siempre es mi primera opción,
lo mismo que dejarte ir,
para que no te consuma este patético escritor que ya no sabe ni escribir de él.

Volverme invisible,
eso quiero.

Y lo voy a hacer,
pero no contigo.

Ya no sé ni quién soy,
ni qué busco.
Me aprovecho del desarraigo en que he convertido todas las muestras de cariño que me mostraste antes de que mis estúpidas prisas sean el motor principal de querer escapar de todo.
Y de ti.
Como siempre lo hago,
como lo aprendí de tanto caer.
No puedo alejarme del cobarde que llevo pegado al cuello,
que le teme a la soledad
y busca los encuentros con la muerte siempre que tiene oportunidad de un miserable beso que no son los tuyos.

No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

El borde de los precipicios es lo más parecido a los sueños que teníamos de querer formar un camino juntos,
y quiero que cualquier recuerdo tuyo esté a kilómetros de distancia,
que viva en el zulo donde coleccionas los cuerpos de tantos otros que creiste querer,
de tantos que como yo se olvidaron lo más importante.
Que eres tú.
Y todas esas formas que tienes de soltarte el pelo,
de escoger los hombros cuando sientes frío,
de mirar a los ojos cuando la verdad no te toca.

Joder,
preferiría mil veces pelear contigo
que llegar a esto.

Que besar a otras.

No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

lunes, 20 de enero de 2014

El día que te fuiste.

En mi sofá hay sitio para las canciones,
tus preguntas
y mis caprichos.

No te vayas.

Tengo cervezas de sobra en la nevera,
tabaco mal liado en la mesilla,
algún que otro poema perdido
en ese montón de facturas
y un corazón que está dispuesto a aguantar
más emociones.

¿Te parece bien?
Entonces
no te vayas.

Afuera está lloviendo
y no hace falta salir para mojarnos,
aquí también podemos hacerlo,
ya verás como en poco tiempo
nos encajan las arrugas de las manos.

No te vayas.

No te vayas y
Ponte cómoda,
como si fuera tu casa,
quítate los zapatos
o la ropa,
lo que quieras
pero ponte cómoda.

Y no te vayas.

He puesto los sentimientos
en orden aleatorio
para bailar el ritmo que nos toque
por sorpresa,
improvisando,
como a ti te gusta.

Espera,
que enciendo la calefacción,
no te vayas.

La casa es pequeña,
pero tiene sus ventajas:
podemos jugar al escondite
sin tener que sufrir para encontrarnos.
Que ya nos hemos perdido muchas veces,
que no hace falta hacernos más daño.

No te vayas.

Te puedes quedar a dormir,
tengo almohadas de sobra en la cama,
mi pecho por ejemplo,
o el rincón que prefieras de mi brazo,
y puedes cambiar todos los motivos a tu gusto,
como los cojines
o la intensidad de los besos
para despertar por la mañana.

Voy por más cervezas,
no te vayas.

¿Por dónde iba?
Ah sí,
puedes llenarme la rutina con tu nombre,
el móvil con mensajes,
la casa con tu aroma,
los cajones con tus bragas,
la ducha con tus cremas,
las paredes con gemidos,
la soledad con tu sonrisa,
llenarme la vida de ti,
conmigo,
de nosotros.

Mira,
voy a dejar la puerta sin cerrar
y las ventanas abiertas.
Tengo un par de alas de sobra
que puedes coger las veces que quieras.

¿Qué dices?
¿Te gusta la idea?

Entonces
por favor,
no te vayas.

lunes, 13 de enero de 2014

Desde aquí puedo ver tus ojos.

Nos miramos y a la noche le salieron estrellas.
                                                           Leire Olkotz

Yo la miraba dormir y era otra forma de soñar,
y entonces la poesía se hacía inútil.
Y vivía enredado en sus cabellos,
desayunando los be(r)sos que escondía entre los labios,
bebiendo a sorbos los sudores que brotaban de sus poros
cuando le arrancaba el pedazo de tela al que ella llamaba pijama.

...siempre te preferí desnuda
y alborotada...

Esa cama era mi hogar,
en realidad cualquier cama donde estaba ella durmiendo
la llamaba hogar.
Y tenía los pies fríos,
la nariz fría,
los ojos bonitos
y la entre pierna caliente.
Yo me sentía pequeñito cuando me atrapaba entre sus brazos
y entre bromas decía:
hoy no te voy a dejar salir.

...tenía la ecuación perfecta para sumar caricias
y restarme suspiros...

Algunas noches se pienaba antes de meterse a la cama
y yo que siempre fui un desastre
me quitaba con prisa los calcetines para poder estar a su altura,
era entonces cuando su risa se apoderaba de mis ganas
y corría hacia ella para volverla a despeinar.
"Eres lo que no hay" decía.
"Soy, desde que tú estás" contestaba.

A ella le gustaba dormir boca abajo,
otras veces de lado,
algunas noches sobre mi cuerpo
otras hasta adentro,
a veces dejaba colgando un pie,
se quitaba las almohadas,
me dejaba destapado,
me cogía la mano para entrar juntos a los sueños.

Y odiábamos despertarnos,
odiábamos tener que afrontar otra mañana
y que te subas a ese maldito autobús
que nos arrancaba los adioses a la fuerza,
nos dejaba lamentando la distancia,
esa que tenemos ahora,
esa que juramos nunca nos ganaría la guerra.

...no fuimos los más valientes cariño,
pero tampoco los menos cobardes...

Quiero pensar que la noche está allá afuera
y que estamos mirando el mismo cielo,
el que alguna vez visitamos entre cervezas,
el que fue cómplice de todo lo que vivimos,
y te vuelvas otra vez un sueño,
porque cuando no apareces yo le llamo pesadilla.
Así que voy a meterme en la cama
para encontrarle otro final a este cuento,
para poder verte...
...aunque sea otro segundo...
...poco a poco...
...me...
...voy...
...durmien...
.

sábado, 11 de enero de 2014

Tres metros sobre el suelo.

Tengo ingenuidad de sobra para todos los dobles sentidos
que escondes bajo la falda.

Ponme a prueba.

Pero por favor,
no sigas pasando de largo.

La noche gira
y yo te sigo buscando en bares equivocados,
esperando que alguien se acerque
y me arranque la soledad a base de penúltimas rondas,
donde el amor cuesta tres cervezas de más
en lugar de un verso en el oído.

Busco la manera de sentirme querido
aunque sea por culpa de un polvo mal echado,
para luego despertar por la mañana
o la tarde,
sintiéndome más idiota.
Y seguir con la rutina de todos los días,

ya sabes,
echarte de menos y toda esa mierda.

La noche gira
y yo tengo ganas de gritar en las montañas tu nombre,
y que aparezca la silueta de tu eco
para decirme que me esperas a tres minifaldas
de tus piernas en pleno invierno,
y que cada uno de mis pelos en punta
se reemplacen por las erecciones que te debo
desde que no dormimos juntos.
Que la noche me traiga jadeos y gritos falsos
como los de la peor actriz de un grupo de teatro amateur,

pero que me follen,
bien o mal,
pero que me lo hagan.

El amor,
quiero decir.

La noche gira
y yo llevo en mi mano tres deseos que pondré en fila
en cualquier baño de un bar de mala muerte,
y sueño con que un día abra esa maldita puerta
y te vea frente a mí y me repita una y otra vez:
ya no tengo necesidad de volver a enamorarme de nadie.

Pero por favor,
no sigas pasando de largo.

miércoles, 8 de enero de 2014

Llévame lejos (La teoría de volar)

El amor en tiempos tan difíciles como estos nos puede llevar a pensar que es algo irreal. Una vez oí que el verdadero amor, o el amor eterno, es cuando no existe amor. Aunque suene a contradicción tiene una lógica: el amor ciego, ese que nos impide ver siempre los lados oscuros de todo ser humano, ese amor que nos condena a un mundo de lamentos y desconfianzas, suele no durar. Pero en cambio ese enamoramiento inocente que nunca llega a ser un chivo expiatorio de nuestros deseos, que se va construyendo con pequeños momentos que encontramos en el camino puede que dure mucho más que los intentos desesperados en busca del amor.

Acto I

Yo: Y entonces la vi. Sus ojos me dicen “vamos, acércate” pero su cuerpo me dice “como te acerques te vas a enterar” qué mar de dudas. Joder… buen momento para mearme. ¿Y si aprovecho para pasar por su lado? ¿Y si me rozo un poco? No, eso no. Pero daría lo que fuera por oler su pelo, debe oler a flores recién cortadas del jardín. Bueno, ahí vamos. Toma aire y tranquilízate. Me pediré otra copa. No puedo dejar de mirarla y ella también me mira, lo sé. Bueno, sólo tengo que ir al baño y ya está ¿no? Que difícil es... Vamos, bebamos de un trago toda la copa. Ahora me estoy meando más, mierda, se acerca, esta viniendo hacia mí, no puede ser ¿qué hago? ¿Me tropiezo con ella y le tiro la copa por encima? Trasluciría su inocencia, su pureza. Debe tener la piel suave como el terciopelo. La tengo al frente de mí ¡no siento las piernas! No sé si son las ganas de mear o la increíble luz que emana que hace que me derrita como la mantequilla al sol. ¿No me estaré meando encima? No, menos mal. Tiene que comprar tabaco, que linda es. Nuestra casa olerá a humo todo el día, pero no me importa, me compraré una máscara de gas. A lo mejor no fuma mucho... Cálmate que ya está regresando, no le voy a mirar. Me haré el distraído. Pasó de largo. Ahora es mi turno, iré al baño y no la miraré, pasaré riendo para que vea que soy un chico bien que no se agobia por nada y que tiene una vida plena y llena de felicidad, eso es, tiene que darse cuenta que conmigo le espera una vida feliz. Allí vamos. Sigue caminando. ¡Mueve los brazos! Natural. Cuanta gente hay en el baño. ¡Vamos, muévanse! Que lento mea la gente. Esta canción me gusta. Eso, uno más. ¿Dónde está ella? No la veo, ¿qué hago? ¿Voy a buscarla o espero entrar al baño? Joder, no me lo pongas más difícil por favor. Al diablo con el baño, ¡voy en tu rescate! ¿Dónde estás? ¡Apártense! Dónde estás… voy a salir del bar, pero esto, ¿qué es?

Acto II 

Ella: ¡Ayúdame!
Yo: ¿Dónde estás? ¿Por qué no veo nada? ¿Dónde está todo el mundo?
Ella: Ayúdame por favor… 
Yo: ¡Aguanta un poco más! 
Ella: ¿Te he contado que me gusta la comida francesa?
Yo: ¿Es una broma?
Ella: ¿Por qué me respondes con otra pregunta?
Yo: Tú estás haciendo lo mismo, espera, ¿dónde estoy?
Ella: Y eso es…  ¡otra pregunta!
Yo: Está bien, a mí la comida francesa me es indiferente. Quiero ver tu rostro.
Ella: ¿Y a ti qué te gusta comer?
Yo: Todo, me gusta todo. Ahora ¿me muestras tu rostro?
Ella: ¿Siempre me vas a tratar así?
Yo: No, lo siento, pero es que estoy algo confundido.
Ella: Y yo estoy asustada.

Acto III

Ella: ¿Azul o verde?
Yo: Verde.
Ella: ¿Perros o gatos?
Yo: Perros.
Ella: ¿Por qué no te acercaste cuando estábamos en el bar?
Yo: No lo sé, creo que pensaba mucho.
Ella: ¿Ahora no piensas?
Yo: Creo que no, sólo digo lo primero que me viene.
Ella: Si las flores pudieran hablar… solamente te gusta lo que ves, tengo un pasado que tal vez no te gustará. Yo: ¿Por qué dices eso? Me gustaste desde que te vi, lo siento dentro, el estómago no miente.
Ella: Igual es hambre. Cuando pase el tiempo y empieces a descubrir cosas de mí, te enfadarás, te agobiarás y la desconfianza de los hechos pasados te comerá la cabeza.
Yo: ¿Por qué estás tan segura de que va a pasar eso?
Ella: Tienes una mirada tierna.
Yo: Te quiero, te quiero para mí.
Ella: Te quiero. Que palabra tan egoísta.

Acto IV

Ella: Y allí estaba él. Con la mirada desorbitada. Lo odio cuando hace esas cosas, sólo me mira y me odia. ¿Cómo puede pensar todo eso de mí? Va tan ciego que ni siquiera me reconoce. Estará pensando lo mismo de siempre. ¿Me engañará? No, no tengo que pensar eso. Si se diera cuenta que siempre estoy con él, estoy en sus más profundos pensamientos. ¿Qué hace? ¿Se ha pedido otra copa? Pero si no puede mantenerse en pie. Voy a pasar por su lado, a lo mejor me ve. Allí vamos, joder, no me reconoce. Ahora no me mira. Se está acercando, me quiere, lo sé, ¿a dónde va? Al baño, claro, con todo lo que ha bebido. Hay mucha gente. Me tengo que ir amor, no me encuentro bien. Te espero en casa.

domingo, 5 de enero de 2014

Una vez llegué a Marte.

"Son las nueve de la mañana
y ya me has enamorado tres veces"
eso dije.
Ella tomó mi mano derecha
y escribió en la palma su nombre,
como marcando un pronóstico de caídas
en el intento de vuelo de un aficionado
a enamorarse.
"No soy nada fácil" respondió
mientras se levantaba de la cama
para ir a la cocina a por más cervezas.

Para ese entonces
ya llevábamos saliendo tres semanas.
De la casa,
dos enteras no lo hicimos.

Cuando dormía,
a veces me quedaba mirando como respiraba,
era mágico ver el contorsionar de su pecho
en el acto simple de vivir.
Y me daba igual cualquier teoría
porque todo lo que quería estaba al frente de mí.

Ella era la vida que me dejaba
al borde de la muerte,

como cuando me dio el primer beso,
o me aceptó la primera cita,
o me dijo por primera vez te quiero.

Había noches en que,
en lugar de arrancarme la ropa
me arrancaba las palabras
y se despedía de mí con dos besos
dejándome con las ganas de morderle la boca.
Yo le preparaba el café por las mañanas
y a mí me bastaba con uno solo de sus besos
para quitarme el sueño.
Tengo en la memoria sus 32 lunares
repartidos por todo el cuerpo
que yo unía todas las noches
con un rastro de saliva,
ni qué decir de las veces que me estrellé
en la curva de su espalda
porque nunca supe apretar el freno
a tiempo.

Cuando salía de casa
y abría la puerta para comerse toda la mañana
de golpe,
ella me quedaba mirando cinco segundos
y sonreía marcando los hoyuelos de sus mejillas
y yo me quedaba contando los orgasmos
que me daban cuando le veía acomodarse 
el pelo tras las orejas.

Un día,
por esas razones
que uno nunca termina de entender,
ella cerró la puerta y olvidó mirarme
los cinco segundos,
sus mejillas dejaron de dibujar agujeros
y mis manos olvidaron su nombre.

Me parece una mierda que hoy
te haya encontrado en Barcelona
en medio de mis desastres
y haya necesitado tres cervezas
para hablarte con naturalidad.
Y que siga buscándote el corazón en la mirada
en lugar de buscar entre tu escote,
dice mucho de mí.
De lo patético quiero decir.

(Sabes de sobra que los ojos azules me vuelven de color verde).

Sí,
me parece una mierda
que todo en mí haya cambiado.

Y que sin embargo tú
sigas estando tan guapa...

miércoles, 1 de enero de 2014

Conversaciones con mi psicólogo (La teoría de volar)

Las personas en general tenemos siempre la necesidad de aferrarnos a algo para mantenernos de pie. A veces ese ‘algo’ no siempre es natural, a veces ese ‘algo’ es un sentimiento tan fuerte que nos impulsa involuntariamente a seguir andando. A veces los recuerdos que traemos a la memoria son el punto de apoyo que necesitamos para existir pero siempre o casi siempre es a veces.

Acto I

Él: Así que… ¿estás enfermo?
Yo: Que no, ¡te lo vengo repitiendo hace dos horas!
Él: Retomemos entonces. El otro día iba  caminando por las calles del olvido y bajaron de las nubes pequeños hombres armados que secuestraron mi cabeza.
Yo: ¿Te refieres a la lluvia?
Él: No, me refiero a mi cabeza.
Yo: No, si era la lluvia la que secuestro tu cabeza.
Él: ¿Los conoces? ¿Están por aquí?
Yo: Estaban, pero de pronto salió el sol y desaparecieron. Al parecer le tienen miedo.
Él: Yo también le tengo miedo.
Yo: Tranquilo hombre, que la luz es buena.
Él: Sí, pero cuando la luz del sol me da en la cara y me ciega, se convierte todo en una oscuridad grotesca.

Acto II

Él: Bueno, vamos a ver, ¿estás enfermo?
Yo: Que no…
Él: ¿Dónde estábamos? Ah sí, ahora lo recuerdo, en esa misma calle había una tienda de recibos y me dije ¿por qué no? Hay que darse un caprichito de vez en cuando.
Yo: ¿De recibos? ¿Para qué querías recibos?
Él: Para empapelar una pared del salón que no anda bien, imagínate que tengo pegadas facturas ¡que anticuado que soy!
Yo: Es raro ver una tienda de recibos.
Él: ¡Pero dónde vives tú! En todo sitio siempre hay una tienda de recibos.
Yo: Que yo sepa no, hay tiendas de ropa, de juguetes… bueno tal vez haya una que sí sea de recibos y demás papeles. 
Él: Sólo existen tiendas de recibos, aunque en algunos sitios si pides facturas también te las dan. 
Yo: Pero eso te lo dan en todo sitio, los recibos y las facturas quiero decir.
Él: Lo ves, empiezas a darme la razón. En fin, tengo tantos recibos que tengo miedo de recibir algo ¿sabes qué es el miedo?
Yo: No lo sé, pero creo que tengo una idea de lo que es.
Él: Amigo mío, el miedo es tener recibos.

Acto III

Él: Mira, la enfermedad que tú tienes…
Yo: ¡Que no estoy enfermo!
Él: Pero déjame hablar hijo, déjame hablar. Lo único que haces es pensar en ti, yo recuerdo que los tranquilizantes a mí me calmaban, bueno, eso decía  mi terapeuta.
Yo: No sabía que ibas al terapeuta y mucho menos que tomabas tranquilizantes.
Él: Hay que estar cuerdo y predispuesto a escuchar, en este caso a ti.
Yo: Sabes, anoche tuve un sueño.
Él: ¿Estaba yo allí?
Yo: Déjame hablar hijo, déjame hablar. Soñé que debajo del suelo había agua, y en el agua había peces de colores que daban grandes saltos, parecía que podían volar, pero no, eran tan desgraciados que sólo se golpeaban contra las paredes y recordaban que eran peces y que las grandes alas que tenían eran solo aletas para poder nadar.
Él: Me conmueves.
Yo: Yo sólo te he contado mi sueño.
Él: Tu sueño y el de cientos de personas que quieren volar, pero como los clavos y las plumas ya se dejaron de fabricar, todo se queda en un sueño.
Yo: … (Suspiro)  

Acto IV

Él: Bueno, la sesión ha terminado. Te echo de menos hijo.
Yo: Yo también papá. Recuerdo cuando era niño y te solía esperar en la puerta de casa y cuando te veía venir caminando a lo lejos corría para darte el alcance. Te abrazaba y enseguida me sentaba en tu pie y tú caminabas conmigo y yo me aferraba a ti para no caerme, como ahora.
Él: Tranquilo, cuando tú me recuerdas y recuerdas, yo existo y el mundo se convierte en ese gran infinito de recuerdos donde tú y yo vivimos.
Yo: Al menos tengo algunas cosas claras: el pasado embriaga mi mente, y aunque nunca sabré si esto es real, lo siento como si lo fuera.
Él: ¿Sabes cuál es tu enfermedad?
Yo: No.
Él: Yo tampoco lo sé.