domingo, 23 de febrero de 2014

Tarde de domingo sin 'nosotros'.

Llevo tiritando desde hace dos horas recostado en el sofá y no precisamente de frío.
Tengo las luces apagadas y una lata de cerveza a medio beber,
que de por sí ya es un síntoma que algo en mí no va bien.
Tengo un vacío en el estómago y una sensación de asfixia en cada bocado de aire que doy cuando pienso en lo que está por llegar.
Aprieto los puños y tiemblo.
No sé si de miedo o porque simplemente soy un cobarde y tiro por el seguro camino de la inseguridad.
Algo en mí se está muriendo y yo lo expreso agonizando.
A veces destruyo los cimientos por el hecho de vivir en los aires,
te reconstruyo a mi libre elección y olvido lo frágil que somos,
los años que nos separan
y la distancia que es el diablo pesado que juega a meterme el dedo en los ojos.
Somos como un sueño que se transforma en pesadilla al pasar de las horas cuando me doy media vuelta y sigo viendo la cama vacía,
repleta de tu ausencia,
de un teléfono que ya no suena como antes,
de unos escritos que carecen de significado.
Porque cuando nos dijimos adiós en el primer paso de un taxi te llevaste con él todos los calambres de mis piernas,
y ahora sólo queda el zombi que desconfía hasta del chirriar de una puerta o de la gotera del baño.
Y es que todo se muere.
Como la escarola de una ensalada perdida en lo profundo de la nevera,
que aun así te comes.
O la tinta del boli que rascas en la suela del zapato por si le queda alguna gota de tinta que ponga la piel de gallina al papel.
No sé si me explico.
No sé si te echo de menos o echo de menos a la persona que era cuando estaba contigo.
Tengo pánico de tus dudas y de mis rutinas.
De que un día nos tomemos un café, a saber dónde y con quién y todo nos parezca extraño.
Que nos de pereza hasta sonreír cuando el recuerdo nos desborde la boca.
El reloj de mi estomago suena cada diez minutos cuando la vela se apaga y no sé cuánto tiempo más podré soportarlo.
Y me pesa el pasado que no he terminado de pagar.
Puse en garantía mi felicidad y la de toda persona que intente acercarse.
Quizá es que te gustan los retos,
pero creo que ya no tienes que demostrarme nada.
Ojalá esté equivocado.
Ojalá...
"Si salimos de esta seremos inmortales" me repito antes de dar media vuelta y mirar,
cómo no,
fijamente al teléfono hasta quedarme dormido.

martes, 18 de febrero de 2014

Hablar de ti en patético estado de sobriedad.

Quiero llegar a casa y encontrarte siempre así,
sonriendo,
decidida a comerte el mundo
y a mí,
que nunca fui el mejor bocado de llevarse a la boca.

Quiero verte volar sobre mi vida dejando destellos de sueños a tu paso,
tener el privilegio de ser tu copiloto en este viaje a ningún sitio.
Pero contigo.
Correr muy rápido
y darme cuenta que a tu lado el pasado no me alcanza.

Quiero tomarte la mano al dar un paseo mientras hago de tripas corazón desde que sólo digiero te quieros.
Llevarte a ver pasar trenes y saber que ninguno más es el mío,
saltar en los charcos
y sentir que sin tu voz la valentía se me escapa por las manos.

Quiero ser la gota que resbala en tu mejilla,
el goteo del viernes noche en tu entrepierna,
la mano curiosa que vacila en la curvatura de tu espalda,
el guía nocturno de tus mañanas caprichosas.

Quiero verte pasar por la calle y ser el obrero que te lanza piropos,
vulgares y románticos,
contarte mis aventuras bajo una falda.
La tuya,
y que sonrías,
otra vez,
como cuando llego a casa.

Quiero verte aquí,
conmigo.

Y dejar este escrito para otros.

domingo, 16 de febrero de 2014

Rutina de amapolas.

Llegar a casa como si fuera tu única salida de escape.
Dejarte caer sobre la cama y pensar que toda la mierda que llevas cargando desde hace años hoy pesa.
Y mucho.

Quisiera tener menos años y arreglar algunas cosas que hice mal.
Domesticar la soledad como se doma a las fieras salvajes: con ternura.
Pero la intranquilidad de no saber qué pasará mañana me tiene apretando del pecho, como un boxeador acorralado en las cuerdas del cuadrilátero sin encontrar la maldita toalla, tirarla y poder decir "me rindo".
Siento que mis días de gilipollas están tocando fondo y me perjudica en cualquier decisión que quiero tomar.
Falsifico la felicidad con una sonrisa.

¿Ya os dije que soy gilipollas verdad?

Y es que ahora mismo no sé lo que quiero.
Debería abrir la ventana y dejar que el aire puro entre a mis pulmones, que purifique esta rutina de tabaco que tengo extrangulándome el llanto. Y saltar. Con un sexto piso motivando la cercanía del suelo, sentirme un pájaro mientras caigo recordando lo cobarde que soy.

Que va,
no soy capaz ni de eso.

Allá afuera todos lucen unas manos llevando otras manos, paseando desgracias, fingiendo que todo va bien porque claro, que diría el resto si nos ven llorar en una banqueta del parque.
No, no.
Eso sí que no.
Correrte sobre un trozo de papel higiénico, sobre un calcetín sucio, sobre unas tetas que no te producen placer.
Ponerte un preservativo en la mirada y repetir 'te quieros' como si fuera fácil.
Como si fueras tú.
Lucir el sábado en tu mejor traje, tomarte una cerveza rascando el bolsillo, pedir otra y salir corriendo.

Pringao.
De lamento y condición.

Hacerme pequeño y no encontrarme en ningún sitio, sacudir el armario y darte cuenta que no tienes nada ahorrado y que las deudas te van dejando sin amigos, sin herencias de sueños, sin libertad de expresión. ¿Eso querías no?
¿Ahora qué vienes a reclamar?
Debería nadar en el charco yo solo y no dejar que nadie me acompañe, que para ahogar al resto se inventó el amor.

Abrir la ventana y saltar.
Y sentirme pájaro.
Eso quiero.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Una estampida con tu voz.

Podría pasarme el día entero caminando por este barrio falto de besos.
De los tuyos.
Sonreír de manera artificial cuando me preguntan cómo estoy,
sabiendo que por dentro tengo una alondra encerrada con tu nombre.

Podría matar las ganas con cervezas para luego darme cuenta que no estás.
Y ser patético.
Hablar de tus ojos con los míos sollozando,
crear una laguna con tus recuerdos,
o mirar por la ventana el gris de esta ciudad sin tus pasos levantando remolinos.

Podría tocar la puerta del vecino y hablarle de ti,
de todas las formas que tienes de acomodarte el pelo,
de tu voz en formato secreto, gemido o susurro,
de la cicatriz en tu rodilla izquierda,
o de tus ojos verdes y saltones como dos luceros.

Podría cambiar de sitio la cama y seguir deseando que duermas conmigo,
escribir historias que terminen con tus piernas rozando la lujuria,
mentirle con tu aroma a la almohada que sabe tan poco de sueños desde que te nombre.
Y tú no apareciste.

Podría jugar al escondite con la luz encendida por si llegas no pierdas tiempo en buscarme,
colocar al detalle los zapatos, mis desastres, las camisas
y dejarle hueco a tus caprichos,
compartir manías,
ocasionar estampidas de ilusiones
con el simple hecho de verte ser tú.

Podría acabar con la angustia de un portazo,
coger todos mis recuerdos y plantarme al frente de tu casa,
pelearme con tus miedos
y si hace falta bajarte la noche a la ventana
y sacudir el universo con la única intención de encontrarte,
agazapada,
escondida entre mis manos.

Podría,
sí.
Sólo te falta un motivo para tenerme allí delante:

...quiéreme...

lunes, 10 de febrero de 2014

Volver

Cundo la besé por primera vez supe que algo entre nosotros había cambiado.

Fue en un hotel alejado del centro,
yo me olvidé el tabaco y ella me acompañó a buscarlo a la habitación.
Una vez adentro, cogí los cigarros con la intención de salir rápidamente de allí, no quería que se sintiera incómoda pensando que había encontrado una buena excusa para llevarla a mi hotel, pero cuando me giré se había quitado el abrigo y observaba con ternura las pocas cosas que llevo en los viajes.
- ¿Me tocas algo? - Dijo, como si fuera fácil soltar una respuesta sin pensar en bajarle de un suspiro el tirante de la blusa.
- ¿A qué te refieres? - Contesté.
- Con la guitarra, tócame algo que tengo ganas de escucharte - y
mientras lo decía se quitaba lentamente las botas para luego recostarse en la cama.

Estaba preciosa,
como un amanecer que te encuentras por sorpresa saliendo de un bar,
o como una serenata de grillos en mitad de la montaña.
Libre,
sin ninguna metáfora.

Tardé un poco en reaccionar e hice lo mejor que sé, callarme. Ella recostó la cabeza sobre la almohada y yo temblaba por dentro.
- Venga, toca algo - dijo.
Saqué la guitarra del estuche y empecé a soltar versos con miedo, como si me estuviera jugando la vida en ello. Podía notar sus ojos clavados en mi voz, su olor en cada trago de aire, sus labios en todas las notas que se escapaban de mis dedos.
Cuando terminé el silencio se apoderó de la habitación, hasta el ruido de la calle dejó de existir. Aparté la guitarra y me recosté a su lado. Ella me abrazó y os lo juro que nunca me había sentido tan frágil, como si mi cuerpo fuera de cristal y en cualquier momento me rompería en mil pedazos, pero no.
Me arrancó una a una las penas a base de caricias y me enseñó lo hermoso que puede ser el mundo escuchando el latir de un corazón que dibuja en decibelios mis suspiros.

Y nos besamos,
y fue hermoso
como un músico callejero tocando tu canción favorita,
como un domingo en el sofá y la lluvia golpeando la ventana,
como un juego de palabras que termina con tu nombre.

Nos quitamos los miedos y la ropa y pude notar en cada poro de su piel la primavera. Ella me miraba a los ojos y tocaba mis mejillas con suavidad, yo descubría cada lunar y besaba sus cicatrices sintiéndolas mías. Hicimos del tiempo un poema, donde cada verso era un beso de buenas noches, las que vendrían. Nos queríamos como un todo o nada, sabiendo que quizá esa sería la primera o la última noche del resto de nuestras vidas, pero apostamos a ganar. Ella se dejó hacer y yo me dejé llevar. Sacamos leña de la cama, de las sábanas un escrito donde nuestros sudores dejarían tatuada nuestra firma, y te quise, te lo juro que te quise, en cada centímetro, en cada bocado de aire, en cada plegaria de mis dedos rodando por tu espalda.

La noche terminó con nosotros llegando tarde al resto de compromisos, pero ya todo daba igual.

(Eres la sonrisa más bonita que he bebido en un bar a las cinco de la mañana...)

Cuando la besé por primera vez supe que algo entre nosotros había cambiado.

Ahora es mucho más
y mejor.


miércoles, 5 de febrero de 2014

Viernes 7 de febrero.

Quizá no lleve nada puesto salvo la sonrisa y alguna que otra cerveza de más haciéndole pasar malos ratos a la memoria.
Quizá todos estos nervios se confundan con las ganas de mirarlos a los ojos mientras cuento con nostalgia pequeños instantes de mi caótica vida.
Quizá llene de amor los bolsillos de vuestras agendas y se atrevan a jugar con los mensajes de texto de esa persona a la que seguimos llamando en la tranquilidad de una almohada vacía.
Quizá me arranque el corazón a mordiscos deseando que alguien lo junte a base de penúltimas copas.
Quizá lamente la felicidad que se alejó de mí en aquella estación del metro de Barcelona.
Quizá sonría apretando los dientes viéndote sentada al frente y deje todo lo que esté haciendo para correr a besarte.
Quizá llore en los baños pintados de los bares donde solía esconderme antes de saber que existías.
Quizá me pierda por esa ciudad de provincia vomitando versos a cualquier minifalda que le declare la guerra al frío de Pamplona.
Quizá no haré nada y lo diré todo.
Quizá llegue tarde.
Quizá llegue a tiempo.
Quizá me aferre a vosotros para sentirme a salvo.
Sentirme seguro.
Quizá,
no sé.

Por eso espero veros el viernes 7 de febrero a las 19:30 en el Katakrak de Pamplona para arroparnos un poco.

Victor.