domingo, 30 de marzo de 2014

Si nos proponemos embarrarnos los pies
procuremos que el barro nos llegue hasta las piernas.
Así, sería más divertido jugar a saltar sobre el fango de nuestras propias desgracias.
Llevar al límite cualquier acto de rebeldía
por más pequeña que sea nuestra intención.
Remover el vacío existencial que uno pasea por dentro,
como quien muestra sus monstruos en una primera cita.
Sin tapujos y con las cartas sobre la mesa.
Dar la voz de alarma en el acto simple de rodar cuesta abajo
y que el resto del mundo se entere.
Que no estamos solos joder,
que hay millones de personas atrás esperando tu nueva caída,
con los brazos abiertos,
sin importarle cuanto es el peso a cargar.
Demos un paso más en la historia
abriendo las ventanas y saltando todos al mismo tiempo,
sincronizando nuestro reloj de la casualidad,
acortando nuestra escala de valores personales
y dándole más importancia al humano.

Libres,
sin cadenas en los dientes .

Que todo acto sea válido y que sobren los permisos,
como el pensamiento en la cabeza de un borracho
que discute sobre la manera correcta de decir “te quiero”
o el arquitecto que defiende la libertad en palestina.
Salir de la opresión en cualquiera de las medidas,
que ya os vale de jodernos,
que no nos entran más leyes por el culo,
que estamos saturados de información hecha para teleñecos.
Un mundo donde la gente no tenga que esconderse en los armarios,
ni los niños caminar con miedo frente a las iglesias,
donde la democracia se sirva en cualquier bar de cualquier esquina,
y las mujeres sean la parte valiente de los hombres.
Que ya está bien joder,
que ya os vale,
que si vamos a embarrarnos los pies

que sea hasta lo profundo de nuestras heridas.

jueves, 27 de marzo de 2014

Nueces y pasas.

Abro los ojos. Son las siete de la mañana y tengo los huesos entumecidos. Me cuesta despertar. Me siento al borde de la cama y bostezo, abro tanto la boca que siento como me aprieta la piel del cuello. Busco entre la ropa que hay tirada por la habitación un par de zapatillas para no tener que poner los pies en el suelo, aún quedan pedazos del inverno que se sienten al primer contacto con las baldosas y no me gusta empezar la mañana con los pies fríos. Camino hacia el baño ayudado por el tacto de las paredes, como un borracho que intenta llegar a casa. Me miro en el espejo con pocas ganas y giro la manilla de la ducha. Mientras calienta el agua veo cómo va desapareciendo mi rostro del espejo con el vapor del agua caliente. Me jode muchísimo tener que quitarme la ropa, pero lo hago. Algún día tengo que intentar ducharme con la ropa puesta y a la mierda con la pulmonía. Me introduzco en el pequeño cuadrado de la ducha y dejo que el agua haga conmigo lo que quiera. Hace mucho tiempo que no me masturbo y hoy no será la excepción. Salgo de casa con unos vaqueros gastados y compro un café en el bar de abajo. El dueño es chino, nunca nos entendemos del todo bien, pero me gusta que siempre lleve una sonrisa a pesar de que abre el bar dieciséis horas al día. Camino en línea recta hacia el trabajo, está a dos calles del lugar donde vivo. Al entrar hago la misma rutina de siempre: Saludo, voy camino al vestuario y repongo lo que venderemos esa mañana, abro la tienda y pongo el rostro de simpatía que me ha ayudado conseguir la carrera de arte dramático. No ocurre nada interesante por la mañana. Entran los clientes habituales que me saludan con un poco más de simpatía, las viejas que me hacen sentir transparente, guiris perdidos en la caótica Barcelona, madres con prisas llevando a los niños al colegio, resacosos y ejecutivos de las oficinas de alrededor.
Eso, nada interesante ocurre a lo largo de la mañana.
Hasta que entra ella.
Tiene el pelo negro y la piel canela y unos ojos que invitan a enamorarse de cualquiera de sus gestos. Sonríe como una modelo de catálogo, y a mí me recorre un escalofrió por todo el cuerpo, el corazón me deja de latir y el tiempo se detiene como paralizado por sus pasos. Y yo allí, sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Cuando me pongo a su lado todo me empieza a fallar, no vocalizo bien, las manos son como una prolongación de mi estupidez, tengo las piernas de gelatina y quiero atender a todo el mundo menos a ella. No quiero que se vaya. Me odiará por eso, seguro, pero no deja de sonreír.  Cuando me toca atenderla me acerco como un preso condenado a morir por un ejército de fusilamiento. Me habla de los sabores que le gustan como provocando y me pide consejos sobre qué llevarse a la boca. “A mí, llévame a mí, sácame de esta rutina de derrotas y bailemos por las calles bajo la lluvia. Compremos cervezas y riámonos de todo lo que pase allá afuera. Te lo juro, no siempre hablo de la tristeza, no veas el fracaso de mi nerviosismo, puedo ser gigante si me lo propongo y hablar de tu piel si me dejas, de tu pelo después de la ducha, de tu aroma cuando pasas por cualquier esquina, de tus dedos cuando se enreden con la taza del café, o de la infusión si lo prefieres. De todo este desastre de vida que te propongo, pero que nunca te faltará el amor. A mí, llévame a mí. Sólo una vez y luego decide”.  Yo sonrío y le digo que hay panes que están muy bien y le digo cuáles le podrían gustar. Entonces ella me dice: “no digas más, me llevaré el de nueces y pasas, como siempre”. Saca el dinero de su bolso, yo aprieto los dientes y la veo marcharse junto con mis ganas, con la esperanza de saber algún día su nombre y de ver dibujado en sus labios el mío.
Guardo el dinero en la caja y todo se pone gris. Vuelvo a la rutina de siempre: Me despido, voy al vestuario y me pongo nuevamente mis viejos vaqueros, salgo de la tienda y camino en línea recta hacia casa.
Eso sí, con una palabra que me repito sin dudar:

TAL VEZ MAÑANA.

lunes, 17 de marzo de 2014

Carrer sin número.

Ella puso su mano en mi pecho como un atardecer en primavera,
“no puedes dormir que te tienes que ir a trabajar” dijo
mientras cerraba los ojos y recostaba su cabeza sobre mi hombro derecho. 
Eran casi las seis de la mañana.
Y era verdad,
en menos de dos horas tenía que estar de pie y presentable
para ir a sonreírle a la gente.
Pero no importaba.
Hubiese cambiado todos mis planes por quedarme tendido frente,
debajo
o sobre  ella.
Pero no lo hice.
Cuando sonó el maldito despertador,
estábamos los dos sobre la misma cama.
Ella dormía y estaba preciosa
y yo me quedé mirándola como un jubilado mira las obras.
Tenía las sábanas enredadas en los pies
y el pelo le cubría la cara,
así que le di un beso en la mejilla,
le acomodé del pelo tras las orejas,
y la abrigué como se le abriga a los recién nacidos,
con cuidado y ternura
tratando de no despertarla.
Respiraba lento
y como una noria gigante me dejaba vacíos en el estómago.
Tenía la piel blanca
y brillaba como un amuleto de buenos días.
Olía a cigarros y cervezas
y era el mejor olor que había notado en mucho tiempo.
La volví a besar,
cómo no,
y salí despacio de la habitación.
Me pasé todo el día pensando en su boca,
en todas las maneras que tenía de mirarme a los ojos,
en la manera que me desnudó sin quitarme la ropa.
Lo tengo claro,

Mañana no me pongo el despertador.

El recurso de los soñadores (La teoría de volar)



   Etimología: Un bote sin cubierta, de escasa eslora, fondo plano, reducida obra muerta, construcción no demasiado robusta, por lo general de madera, muy poco seguras para navegar por aguas agitadas, que tiene diversos usos: separar a la familia, cortar en trozos el alma y navegar a las garras  de perros asesinos.



Acto I

Yo: ¿Escuchas eso? Es el hablar del silencio. El
   gritar de miles de personas hundidas en su
   soledad, con miedo de mirar hacia arriba.
Ella: ¿A dónde vamos?
Yo: No sé, tú tienes el mapa.
Ella: Sí, pero lo tengo dentro del estómago.
Yo: Entonces ya sabes lo que tienes que hacer.
Ella: ¿Aquí? No pretenderás que…
Yo: Sí, lo tienes que hacer.
Ella: Está bien, (calienta el cuerpo) prepárate, ¡ahí va!
Yo: ¡Para! No me refería a eso, quería decir que lo
   volvieras a inventar.
Ella: Pero si siempre hacemos eso, inventarnos el
   viaje.
Yo: Ya lo sé, pero si lo veo en papel me siento más
   seguro.
Ella: Yo me siento más segura si lo veo en
   televisión o en esas pantallas gigantes que nunca
   vi.

Acto II
Yo: Me… me… ¡ahogo!
Ella: ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Yo: Auxilio me hundo.
Ella: ¡Hey! ¿Qué te pasa? me estás preocupando.
Yo: El mar… el mar de mi estúpida imaginación
   me sumerge. Me atrapa.
Ella: ¡Eres un idiota!
Yo: Espera. Cuando se me estaba acabando el
   oxígeno, en la que tu ideología de esa vida irreal
   ayudaba efusivamente a mi alma a morir, he
   iluminado una idea.
Ella: ¿Qué has pensado? ¿La cura del sida? ¿La
   desolación de los elefantes? ¡Dime cuál!
Yo: ¿Tú sabías que los elefantes nunca olvidan?
Ella: Sí.
Yo: Pueden recordar un rostro aunque no lo vean
   en mucho tiempo.
Ella: ¿Y tú ya olvidaste?
Yo: ¿El qué?
Ella: ¡Tu idea!
Yo: Es verdad, contémonos cuentos con finales
   felices.
Ella: ¿Para qué?
Yo: Para seguir con la esperanza de que todo esto
   tendrá un final feliz.

Acto III

Yo: Quiero un algodón de azúcar.
Ella: ¿Para qué?
Yo: Para subirme en él y flotar, como flotan mis
   miradas en su mirar.
Ella: Te estás poniendo melancólico, ¿hablas de
   alguien en especial?
Yo: De nadie y de todos.
Ella: No sé en qué momento tuvimos que hacer
   esto.
Yo: Cuando cambió la fe, cuando se acabaron los
   sueños, cuando nos cortaron la vida…
Ella: La noche cae, el cielo llora y me grita.
Yo: Todo va a estar bien lo sé.
Ella: Me hace feliz estar contigo.

Acto IV

Yo: Veo todo nublado, no respiro bien. (Agitado)
Ella: No…
Yo: El bote no aguanta más.
Ella: Tengo mucho frío y mis labios lloran carne.
Yo: No me quiero ir, así no…  (Entre lágrimas)
Ella: Dame la mano y respira conmigo.
Yo: Una vida mejor…
Ella: Una vida digna…


domingo, 9 de marzo de 2014

Morir no estaba dentro de mis planes.

La tristeza es saber que no abrirás más la puerta,
que no llamarás al timbre porque te has olvidado las llaves,
ni se oirá tu voz de susurro en mis orejas contándome cómo te ha ido el día,
o yo besándote las palabras incordiándote los finales de frase.
Que no lameré tus dedos con chocolate,
ni tu ombligo después de la ducha.
Que en la entrada no dejarás más los zapatos,
ni las marcas de tus huellas en las baldosas.

La tristeza es darme cuenta que me sobra media cafetera por las mañanas
y media cama por las noches.
Que en el tendedero ya no cuelgan tus pijamas,
sólo mi cadáver
junto a los 14 mensajes sin enviar que tengo guardados en el móvil.
Que la nicotina ahora va por sangre
y tu ausencia me la esnifo con turulos en los baños,
donde pinto con sudor en las paredes:
“yo estuve aquí contigo”

La tristeza es marcar con una X en el calendario los días que no te veo,
seguir preparando comida de más porque aún no me acostumbro,
negarme a llenar con espesura el lado vacío que has dejado en los cajones
ni con otros huesos tu silla en el comedor.
Reservar mi dedo índice para tu coño
y esperar al tuyo señalándome
diciendo
“ven aquí, que tengo ganas de mostrarte mis caprichos”

La tristeza es saber que ya no tengo planes,
que me dejo arrastrar como un trozo de basura en medio del mar,
que me sabe a derrota cualquier intento de levantarme.

Que me odio
cuando me veo sin ti.
Que te odio
cuando te pienso con otro.

Que pasar por cualquier calle no es lo mismo sin tus dedos enredados en los míos,
o tu voz entrando por mi boca abierta,
como referencia de vida
como sustento de aire
como  tus piernas en las mejores noches.

La tristeza es ver que con el vaho ya no se forma tu nombre en los espejos,
que lloramos despedidas en estaciones que se olvidaron de traernos
y llevarnos.
Que después de tantos intentos la distancia aprieta
y el amor se acaba,
como tu sonrisa la primera vez que me dijiste “te quiero”.

La tristeza es saber que ya no me conozco.
Y que nunca te llegaré a conocer.