domingo, 29 de diciembre de 2013

A veces te echo de menos.
Y a veces tengo ganas de pillar el bus,
el tren o un avión e ir a buscarte...

A veces me resigno a tener que esperarte
y a veces creo que tengo que esperarte.
Aunque no estemos destinados.
O tal vez sí,
no lo sé.

Eso,
Te echo de menos.

No lo olvides ¿vale?

jueves, 26 de diciembre de 2013

Una mente sin recuerdos (La teoría de volar)

¿Cuántas veces nos cuestionamos la vida? Mis pensamientos flotan en una montaña de deseos que me paralizan y me asustan. Tengo miedo a despertar y ver que todos los instantes de mi vida dejan de ser eternos. Quiero sentir que podemos escoger un final diferente, quiero darme cuenta que la luz de mañana será otra y que la de hoy la sentiré como si fuera nueva.

Acto I

Él: Vamos despierta, sólo tienes que abrir los ojos.
Yo: ¿Es necesario?
Él: Claro, sino ¿cómo nos enteramos que estamos muertos?
Yo: Tengo una idea, pellízcame.
Él: ¿Qué?
Yo: Sí, dicen que cuando algo te duele mucho en sueños despiertas.
Él: Lo haría, pero no tengo dedos.
Yo: ¿Y orejas? ¿Tienes orejas?
Él: ¿Es eso que te sobresale de la cabeza?
Yo: No, eso es la imaginación.
Él: Entonces no, no tengo orejas. Pero tengo imaginación.
Yo: ¿Y qué imaginas ahora?
Él: Que tengo orejas.

Acto II

Yo: ¿Tú también puedes oler eso? Es el olor del miedo. Me encantaría poder verlo.
Él: Abre los ojos.
Yo: No puedo y creo que tampoco quiero.
Él: ¿Por qué?
Yo: Porque es la primera vez que estoy tan cerca de mí. Tengo frío…
Él: Piensa que estás en una bañera llena de cubos de hielo.
Yo: Eso me dará más frío.
Él: Sí, pero cuando salgas de la bañera y sientas que el fresco de fuera es más cálido, el frío desaparecerá.

Acto III

Yo: Eso lo he oído antes.
Él: ¿Recuerdas cuando éramos niños y solías empujarme con la cabeza para que me mueva más rápido?
Yo: Recuerdo tu nariz y tus dedos.
Él: ¡No tengo dedos!
Yo: Yo tengo sed… El sonido se hace cada vez más irritable.
Él: Grita, grita tan fuerte como puedas.
Yo: No, no... Me gusta que el sonido me presione la garganta.
Él: ¿Por qué?
Yo: Porque así, quizá, pueda despertar.
Él: ¿Mientras duermes gritas? ¿Gritas fuerte cuando duermes? 
Yo: No, grito fuerte cuando estoy despierto.

Acto IV

Él: Llego la hora compañero, el temblor de mi cuerpo anuncia el momento.
Yo: Tengo miedo.
Él: Tranquilo, piensa que servirás para que otros puedan vivir.
Yo: ¿Y quién me ayuda a mí?
Él: El sonido del cuchillo afilándose.
Yo: Morcilla… a mi primo le hicieron morcilla ¿te lo puedes creer? Cogieron arroz y le rellenaron las tripas.
Él: Tal vez tú tengas un futuro diferente.
Yo: ¿Ya está? ¿Estoy muerto ahora? No tengo recuerdos.
Él: No lo sé, abre los ojos.

martes, 24 de diciembre de 2013

Entre líneas.

Salgo del trabajo y camino en línea recta hacia el metro. Cruzo los semáforos en rojo porque no hay coches a mi alrededor, es 24 por la noche y en una calle pequeña del centro de Barcelona la gente se olvida de pasar, menos yo. Entro en la boca del metro y me dirijo a la línea morada que es el primer tren que debo tomar antes de llegar a casa. Al bajar las escaleras puedo ver como se cierra la puerta frente a mí, pero bueno, de eso tengo costumbre. De perder trenes, digo. Así que me siento a esperar. Tengo una barra de pan bajo el brazo y un pastel de manzana que me he traído del curro y me resulta muy curioso que ahora me encargue yo de endulzarle la vida a la gente. Yo, que nunca he sido más de quince minutos de chucherías bajo una sábana. De lejos veo la luz al final del túnel, aunque suene tópico, la veo. Hay poquísima gente a mi alrededor, los que están llevan regalos en bolsas de tiendas conocidas y van vestidos como para ir de boda. Me recuerdan a cuando era pequeño y mi madre nos vestía así para ir a misa los domingos, y mis tres vaqueros desgastados y la vieja gorra que uso los inviernos me dan la razón. El primer viaje es corto, me quedo mirando por la ventana como pasa todo muy deprisa y no puedo evitar hacer analogías con mi vida, aunque el verme solo nunca estuvo dentro de mis planes. Al bajar veo más personas corriendo para llegar a tiempo a las conexiones de los trenes que tienen que tomar para llegar... a donde tengan que llegar. Los únicos que caminan despacio son emigrantes como yo (sudamericanos, subsaharianos, marroquíes...) porque claro, si fueran de países nórdicos, europeos o yanquis, serían turistas o guiris. Me veo reflejado en cada uno de ellos y como de una manera inconciente nos miramos y con una sonrisa tímida nos saludamos para luego seguir pasando de largo. Llego a mi siguiente conexión de metro. Al subir y colocarme en una esquina al lado de la puerta, veo que hay una pareja sentada que no se dirige palabra alguna. Él, lleva un corte de cabello con cresta y un pendiente en forma de cruz en la oreja derecha, es guapo y bastante cachas. Ella es rubia y tiene una mirada triste y no puedo evitar enamorarme de su tristeza así que la miro con cuidado. No se miran y viajan en silencio. Ella empieza a dirigirle palabras y lo mira como si estuvieran a kilómetros de distancia sin saber que están sentados a un beso de cercanía. Habla, muy despacio, como susurrándole al oído e imagino que será para que no escuche el resto de pasajeros o para tratar de atraer su atención. La de él. La mía ya la tenía desde que puse el primer pie en el metro. Él la ignora y se convierte en un hombre monosílabo, ella no puede aguantar más y deja caer dos gotas de sus ojos que intenta frenar con las manos para que no se le estropee el maquillaje. Él la mira y le hace una pregunta absurda: ¿estás llorando? Y a mí me llena de rabia. En la siguiente parada sube otra pareja, son un poco más jóvenes y se sientan por esas casualidades matemáticas frente a ellos. Ambas parejas se observan, pero la segunda presta poca importancia. No dejan de hacer el amor literalmente, se abrazan, llenan de besos los segundos que se quieren y se toman de las manos en cada parada. Ella, con los ojos un poco más húmedos, mira a la otra pareja mientras no deja de darle vueltas al anillo que lleva en el dedo y a mí me sorprende la frialdad de él. Y así siguen el resto de lo que me queda de viaje, en silencio, mirando reflejado en otra pareja su principio y dándose cuenta que en ellos había llegado, quizá, su final. Llego a mi parada y no quiero bajarme, pero debo. Camino cabizbajo a casa y me pongo a pensar de qué lado de ambas parejas estaría yo y me doy cuenta que en ninguna de las dos. Porque yo sigo viajando solo. Y ella, la chica del metro, también. Caminando con un trozo de pan y una tarta de manzana en las manos y llegados a este punto de la noche me pongo a pensar que el mundo no es un lugar muy habitable ni repartido equitativamente en nuestras maneras de sentir, porque si siendo 7000 millones de personas sigue habiendo quien se siente solo es que algo estamos haciendo muy mal.
Feliz Navidad o lo que mierda sea que queramos creer.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Licencia poética.

Cada vez me siento más idiota y menos poeta
cuando veo que tus labios saltan en otra boca
y yo escribo deseando que fuese la mía.
Me retuerzo de sollozos en todas las mesas de los bares
donde escribo garabatos que se confunden con tu sonrisa
y reclamo cervezas como si en alguna de ellas
fueras a aparecer tú en forma de espuma
para arrancarme el corazón a base de penúltimas copas.

En esta ciudad infectada de gilipollas
me siento uno más con un ingrediente extra,
y me basta cualquier mirada para vomitar angustias
en baños donde las pintadas
son más reclamaciones que exclamaciones
de amor en las paredes.

"Camarero, no te cortes y sírveme otra copa
que de las puñaladas me encargo yo"

A veces pienso que la única manera que tengo
de hacer el amor es yéndome de putas,
así dejaría que me quieran aunque sea de mentira
porque al fin y al cabo de eso me has dejado la experiencia.

Pero yo sigo aquí
escribiendo en este bar de ti
con toda la gente paseando deseos de la mano,
burlándose de mi soledad deforme
alimentada por cantautores deprimentes
que me recuerdan los detalles de tus gestos por teléfono
ya que en distancia fuimos los mejores.

Hay que joderse, sí.
Y en todas las manifestaciones de la palabra.

La gente me dice que es hermoso eso de escribirte
y esperarte,
y yo sólo veo lo patético que es volver a casa solo,
revisando el móvil en cada paso
como si con la mirada pudiera convencerte
de que me mandes un mensaje diciéndome
'ya llego, sigue intentando'

Patético sí.
Y doloroso.

Giro la cabeza y sólo veo a otra persona
mojando sus labios en otra saliva
y me dan ganas de acercarme como un mendigo
y preguntarle:

¿Te vas a terminar ese beso?

Pero claro,
para los pobres
ya se han terminado todo.

Joder.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Daños colaterales.

Tómate un tiempo conmigo
o sin mí,
pero tómate un tiempo.
Yo estaré aquí,
ocupando el sitio que se guarda
para los amores de una noche.
O toda la vida,
quién sabe,
nadie es dueño del futuro,
pero sí víctimas de él.

¿Te he dicho que me gusta
cuando sonríes?

Que no quieras hacerlo ahora
no significa que haya olvidado
como se estiran tus labios,
como se cierran tus ojos,
como provocas...
Perdón,
iba a decir una guarrada
y así seguro no hay manera
de conquistarte.
Aunque puede que te gusten
a ciertas horas de la noche.
Y en cierto lado de la cama.

¿Y si nos tomamos una cerveza
y de paso nos enamoramos?

Podría ser un buen plan para
cualquier día de la semana,
como se lo dije una vez al aire:
'desde que te conocí siempre
tengo cara de viernes'.
Piénsalo,
tú y yo
sentados frente a frente,
sonriéndonos,
jugando a pillarme la mirada
que vacila entre tu escote.
Joder,
estoy seguro que perdería los modales
con el roce de tus piernas,
y ya llegados a ese punto
dejaría ponerme de rojo carmín los labios,
si son los tuyos quien me los pone.

(Espera que me limpie un poco
la vergüenza del cuello).

¿Sabes?
Le he puesto tu nombre a mi calle
para nombrarte cada vez
que me preguntan dónde vivo.
O mejor dicho,
para decir dónde
viven mis sueños,
que es,
de alguna manera,
la mejor manera de sentirme,
vivo.

Soñar.
Qué bonita palabra.


seguirás pasando de largo por mi calle,
seguirás llorando por un tren que no es el mío,
seguirás sin saberte primavera en los tejados,
ni que pones en estado taquicardia corazones.

Y es que no quieres levantar cabeza,
ni mirar a nadie...
Sigues como los caballos tu camino
cabalgada por los fantasmas del pasado.
Y sin darte cuenta estás creando un cierre
en cada uno de tus miedos.
Estás volviendo a ser capullo,
tú,
que siempre fuiste mariposa.

Lo peor de todo
es que te entiendo.

Tómate un tiempo conmigo
o sin mí,
pero tómate un tiempo,
que yo estaré aquí,
esperándote.

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(Para Alejandra Fuentes, que de tanto mirar al suelo se está olvidando pisar otras nubes).

sábado, 7 de diciembre de 2013

Lleguemos a un acuerdo.

Puede que no sea el hombre que imaginabas
ni el que esperabas cuando de niña jugabas a dibujar al amor de tu vida en una hoja de papel.
Puede que sea un completo desastre
y que no pueda memorizar las fechas importantes al menos para ti,
que me despiste con las nubes,
que me quede mirando toda una noche la luna o soñando con dibujarle bigotes al sol,
que juegue a no pisar las líneas del asfalto
o haga equilibrios con las maletas siempre listas para viajar.
Y puede que no llegue al metro ochenta,
ni tenga unos músculos definidos como los modelos de la televisión y me peine con gomina o use camisetas ajustadas.
Puede que no tenga los dientes perfectamente alineados,
ni la espalda ancha,
ni lleve un 46 en los zapatos que por lo general tengo sólo un par.
Puede que me guste andar descalzo por los parques,
que no sepa comer sin mancharme,
que haga pájaros con las servilletas de las mesas
o que salga a la calle con la intención de tomarme una cerveza y regrese a las cinco de la mañana con unos cuantos cubatas de más.
Y quizá puede que nunca llegue a mileurista,
ni que hipoteque mi vida por un piso con chimenea,
que no pueda permitirme vacaciones en países extranjeros sólo fines de semana con el perro y la tienda de campaña en algún agujero alejado de la ciudad.
Puede que no sea una estrella del fútbol,
ni un músico reconocido con giras pactadas
o escriba un best seller que sea el boom en las librerías.
Puede que nunca monte una bicicleta con el fin de ganar el tour de Francia
o muerda una ensaladera para las fotos de la prensa,
quizá incluso sea el único que colecciona derrotas como triunfos
y que no sepa hablar de amor sin vulgaridad.

Y es que quizá no sepa querer de otra manera que no sea esta.

Y a pesar de todo lo que no soy,
soy totalmente capaz de reconocer tu sonrisa entre todos los labios del planeta,
podría dibujar de memoria tus lunares con los dedos en el aire,
sé como se desordena tu pelo dependiendo de que lado duermas en la cama
o como te gusta que te acaricien los brazos cuando paso los míos por tus hombros.
Sería capaz de plasmar en el cielo las motas de polvo que dejas en cada movimiento,
incluirte en una metáfora cuando se me da por hacer pactos con la vida,
podría localizar cada cicatriz en tu piel con los ojos cerrados
y prepararte el café como te gusta por las mañanas,
con dos de azúcar
y un beso de buenos.
Me sé todas tus adicciones
y los pequeños saltos que das cuando te dan una buena noticia,
o las veces que te despiertas con la lujuria entre las piernas
y es que podría bajarte las bragas con decirte tres palabras y dándote dos caricias.
Y sé como te cambia el tono de la voz cuando te tomas una copa de vino,
las veces que no puedes aguantar el llanto de la emoción,
la estructura de cada una de tus costillas,
medir en serotonina la fuerza de tus besos,
los acordes de la guitarra que te roban suspiros,
los dieciocho puntos de tu cuerpo que hacen que te rías
o sentir el frío de tus pies a pesar de que no duermas conmigo.

Y es que puede que no sea lo que imaginabas,
pero soy el hombre que puede hacerte sentir todo lo que esperas.

Tú decides.

martes, 3 de diciembre de 2013

Grita un poco más fuerte que aún no te oigo.

Abro tu perfil y veo que has cambiado la foto inicial.
Le doy click con miedo a tu fotografía para ver como pasa de largo tu sonrisa en cada una de ellas.
En cada click millones de insectos recorren mi estómago,
como una montaña rusa donde sólo estás tú sentada divirtiéndote al otro lado del cristal,
sin ningún ápice de sentimiento de tu parte,
porque los míos ya van por la segunda vuelta.
Te veo en lugares donde nunca estuvimos juntos,
con personas a las que nunca conocí,
con demasiadas posturas de gesto que no he visto en mi cama.
Y te echo de menos joder,
echo de menos cada mueca de un te quiero por la mañana,
te echo de menos cuando estoy a tres escalones de la puerta y no estás tú para abrirme y te enredes con las piernas a mi cintura y me digas 'te he echado de menos' como lo digo yo cada puto segundo cuando le doy click al jodido ratón.
Y me agota tanta distancia,
tengo ganas de pillar el coche y plantarme estés donde estés y decirte: vámonos, que ya está bien de hacernos daño...
pero no puedo,
no tengo el valor suficiente,
sigo siendo el cobarde que conociste.
Cuando entro por aquella tienda donde solíamos comprar cervezas para el después de hundirnos en nuestras costillas,
la dependienta me da recuerdos para ti,
como si yo no tuviera suficiente con los míos.
Debería ser delito preguntar por otra persona cuando te ven solo por la calle.
Ya es de noche y sigo dándole click al ratón,
te veo feliz,
poniendo frases que escuchas de poetas arrogantes que tratan al amor en tercera persona,
viendo tu risita de niña traviesa en una fiesta rodeada de pajerillos musculados,
y mientras tanto yo aquí,
en esta cama vacía,
sediento,
esperando los besos que me debes,
esos que quizá nunca llegarán.
A la cabeza me viene el recuerdo de cuando dormida te dabas media vuelta y te adueñabas del edredón y me dejabas destapado con un frío absurdo,
mirándote como se miran los paisajes de un país desconocido,
deseando escabullirme entre tus sueños y darte calor con el rose de mis dedos en tus piernas,
y que seamos fuego
y que seamos aire
y que la lluvia brote como un manantial desde tu coño a mis orejas;
pero no lo hacía,
sólo te miraba,
intentando encontrar el por qué todo había cambiado,
por qué tus ojos ya no brillaban como antes,
por qué ya no se enredaban tus dedos con los míos.
Y busqué respuestas y me llené de preguntas,
y quizá mi error fue buscar por fuera lo que no supe encontrar dentro de ti.
Recuerdo que cuando te ibas te dije: Ojalá no vuelvas.
Y ahora que lo pienso en realidad no te has ido,
sigues estando a un click de mi cabeza,
pero no es lo mismo,
no es lo mismo joder...
Y llegados a este punto de la noche
me doy cuenta de la verdad:
la soledad no es estar solo,
es estar sin ti.