martes, 3 de septiembre de 2013

La melancolía de un cigarro sin cerveza.

A veces pienso cómo sería si la abrazara a destiempo,
quiero decir,
en medio de una conversación,
en mitad de un giro de sueño,
cuando esté a punto de pagarle a la cajera del supermercado.
abrazarla, vamos, donde sea y como sea
pero abrazarla.


No lo sé,
me paso el día así,
imaginado todas las posibilidades de cariño que tendría de tenerla al alcance de las manos.


Por ejemplo,
cómo sería besarle los hombros,
o medirle los espacios entre costilla y costilla,
dibujarle con los dedos un corazón en el vientre,
tomarle de la mano al cruzar la calle,
cómo permanecerían mis ojos si la vieran peinarse de madrugada,
qué sentiría si ella por esos milagros de la vida apoyara su cabeza en mis piernas,
cómo me temblarían los brazos en ese momento.


Estoy seguro que de estar tan cerca hay peligro de combustión espontánea.
Y no me importa quemarme,
para tal caso ahora mismo ya estoy ardiendo.


Y me empieza a preocupar qué lado tengo que dejarle de la cama,
o cómo le gusta el desayuno los inviernos, si desnuda o en bragas,
si le gustará el rincón derecho de mi entrepierna,
si le picará mi barba de tres días,
si las duchas son separadas o en común acuerdo,
si los fines de semana tengo que llevarle flores,
cómo conseguiré extraer cada sonrisa de su boca,
después de cuántos suspiros tengo que decirle 'te quiero',
si querrá que la busque cuando se sienta perdida,
si tengo que leerle un libro antes de dormir,
si le gustará la cerveza en los bares o las fiestas a escondidas,
si tengo que cambiar el color de mi casa para que haga juego con sus ojos,
si odiará mis bromas absurdas,
si soportará que la mire todo el tiempo aunque resbalen mis codos en el intento de hacerlo...


Así me paso todo la vida.
Pensando.


Lo bonito sería realmente
que ella,
algún día,
girara la cabeza
y por fin se diera cuenta
que yo también existo.

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