domingo, 31 de diciembre de 2017

Logros.

Aprendí a transformar la rabia en soledad y la soledad en ocupación. Así que cuando te digo que ando muy ocupado, en realidad estoy tirado en mi cama leyendo cualquier estupidez que me haga olvidar que mañana será otro día, porque me carcome la idea de pensar que tengo que volver a enfrentar al vacío que crece en mi pecho.

Es irónico,
unos le temen a la muerte
yo le temo a la vida.

Por mí,
puedes irte a la mierda 2017.

sábado, 30 de diciembre de 2017

Se busca

Yo quiero amar
con los codos
y la parte de atrás
de mis rodillas.
También con la nuca
y el tabique.

No soy exigente,
de verdad.

Me encantan las cejas pobladas,
las sonrisas tímidas,
Las miradas confusas
por el astigmatismo
o la miopía.
Me gustan con gafas
y sin ellas.
Me da igual
si cantan como si estuvieran
golpeando al gato
o no tocan un instrumento musical.
Me gustan con mofletes grandes,
hermosas,
huesudas hasta la clavícula,
con pecas en la lengua,
despistadas,
y puedo tolerar incluso
que no le guste el café.

No busco apariencias,
no me interesa.

Busco abrazos largos,
pelos desordenados,
ropa sin combinar.
Busco pies calientes,
un corazón torpe,
una voz cautelosa.
Busco un tobillo
y me da exactamente igual
si tiene los dedos torcidos
en los pies.
Busco olor a mar
y los ojos en la Luna.
Busco conversaciones
interminables,
risas despreocupadas,
pijamas con mis camisetas
...

En fin,
nada especial.
Sólo busco poesía.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

No sé si los problemas me persiguen o soy yo el que corre detrás de ellos, delirio de persecución lo llaman. Es imposible no sentir tristeza después de descubrir que las mejores cosas de la vida resultan no ser tan buenas. La gente va creciendo y nuestra visión del mundo va volviéndose más confusa y admitir eso es tan terrible como entenderlo. Descubrí cosas que no quería y no soporto las dudas que ahora viven dentro de mí. Siempre que me preguntan cómo estoy, respondo que estoy bien. Es más fácil afirmar una falsa motivación que señalar todos los acantilados de donde la vida me empujó.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Navidad

Será otra noche larga, lo sé.
Seguro me invadirá un buen puñado de pensamientos.
Tendré esa extraña sensación de sentirme incompleto,
ya sabes, esa sensación que la gente esconde por vivir en el mundo de los "ganadores",
y casi siempre esa sensación llega de madrugada
cuando soy más vulnerable
y completamente idiota.

Será otra noche larga, lo sé.
¿Estoy haciendo lo que realmente quiero hacer?
Mejor hubiese seguido con la carrera de medicina...
¿Por qué no puedo concentrarme y mantener el foco en una sola tarea?
¿Por qué perdí la esperanza y el dinero que separé para comprar las pastillas de la migraña?

Será otra noche larga, lo sé.
Una sonrisa extraña manchó mi rostro una vez.
La gente alaba la libertad y la intensidad,
pero las personas más libres e intensas que conozco son también las que tienen la peor condena a la soledad.
La idea es quejarse
y todo el tiempo,
hablan de la falta de compromiso de las relaciones,
pero cuando aparece alguien dispuesto a entregarlo todo
no se entregan por completo.
Se conforman con recibir elogios tras una pantalla de teléfono.

Será otra noche larga, lo sé.
Veo los libros de mi estantería,
y pienso que debería leer más,
pero por alguna razón tengo miedo.
Miedo a encontrar las respuestas de mis cientos de dudas.
Vivo tranquilo en el confort de la ignorancia a saber el siguiente paso de mi vida.
En el fondo es a lo que todo el mundo teme,
a las respuestas.

Será otra noche larga, lo sé.
Y cada día que amanece soy un poco más invisible.

Salgo de la habitación,
voy a cenar la navidad.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Me he pasado todo el día tumbado en la cama mirando el techo. Pensando, pensando y pensando, dilación de mi vida absoluta. Tenía cosas que hacer, necesitaba ir de compras, pasar por el gimnasio, encontrar calcetines nuevos y alguna banalidad más que me hiciera feliz como esas tazas con dibujos de dinosaurio que venden en la tienda de los chinos. Tenía problemas que resolver, siempre tengo problemas que resolver, gente a la que visitar para que me cuenten lo mal que fueron sus días a lo largo de la semana (supongo que me llaman porque saben que conozco muy bien de días malos).
Necesitaba ver a gente que finge que le gusto o que finge que le agrada mi compañía.

Saber hasta dónde llegan las cosas es algo gracioso para mí, la futilidad me divierte, pero últimamente estoy de vacaciones de esta rutina. No quiero sentir molestia, necesito estar solo por un tiempo. Lo siento si parezco egoísta, pero a veces es necesario. Quiero tiempo para mí, un tiempo para perder tiempo a la velocidad que quiera, necesito relajarme y sentirme bien, leer algo nuevo, ver una película que ya haya visto pero me perdí de algún detalle, quiero escuchar canciones de antaño, como a los Panchos por ejemplo o a los Buena vista social club.

Sin contra esta vez. Necesito arreglarme los calcetines y tomar buenas tazas de café con dinosaurios mirándome. Dormir toda la noche. La tristeza impide sentir lo que soy de verdad, siempre me dejo de lado para traer a mi lado gente que nunca se dio cuenta de lo que hago.

Es como si tuviera tinta en el bolsillo,
pero escribiera mi vida raspando los dedos en una pared de piedra.

En fin.

Camino dentro de mí sin saber muy bien dónde empiezo y dónde termino.
Escucho los ecos de mis vacíos interiores.
Está claro, estoy hecho de abismos.
Soy despistado, y cuando me quiero dar cuenta
me encuentro cayendo dentro de mí.
Tengo varios nombres,
varias vidas,
a veces soy la persona fuerte y paciente,
y otras la persona desesperada e inconsecuente.
He buscado todas las fórmulas insanas que puedan curar mis inseguridades,
y descubrí que la mejor manera de acabar con un problema que parece inmenso,
es dejar que te trague,
para que puedas matarlo de adentro hacia fuera.

Esta pereza de un poco de todo que no se va…
La falta de humor me acompaña en el día a día,
ando desmotivado,
el futuro parece lejano,
y cualquier intento de expresar lo que me está asfixiando
me hace parecer dramático en exceso.
Quiero dormir un día entero,
pero no tengo sueño,
mi cama parece el único lugar seguro,
lejos del mundo,
mi habitación,
mi universo solitario.
Quería hablar con alguien por horas y horas,
pero las personas cercanas no me corresponden,
parecen nunca entender,
parecen nunca escuchar,
no las cosas que digo,
parecen no escuchar las cosas que tengo que decir.

Mi piso está vacío al igual que mis planes. Mientras en la calle la gente está metida en sus mejores ropas celebrando la vida, vaciando botellas para llenar su propio vacío, yo estoy en casa mirando el techo leyendo un reportaje sobre ovnis. Esos rituales ya no me llaman la atención. Ando disfrutando de la soledad, es mas tranquilo, menos agotador. Dejé de buscar a personas que no quieren ser encontradas, borré números de teléfono, borré recuerdos y me agarré a la realidad. La soledad no es tan cabrona así. Tal vez algún día aparezca alguien para conversar por largas horas, sin música alta ni gritos. Entonces sí, la borrachera será producto del complot.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Can't take my eyes off you.

La conocí en la universidad.
Eso puede sonar romántico si te viene a la cabeza la escena en la que Heath Ledger canta "Can't take my eyes off you" en la película “10 cosas que odio de ti”, pero la universidad en realidad era un coñazo: levantarse temprano, dormir poco, comer peor, toparse con gente que tiene más ego que cerebro (bueno, para esto no hace falta ir a la universidad). En fin.
Allí estaba ella, estudiando. No lo olvidaré: entré a la biblioteca, me quité los audífonos y me senté en la primera mesa que estaba vacía. Al levantar la mirada me topé con esa pila de libros y esos ojos negros, tan grandes y coquetos que me miraron fijamente, luego ella agachó la cabeza para seguir buceando entre sus apuntes. Yo me puse nervioso y seguí a lo mío. Debo confesar que para ambos no fue amor a primera vista. Ni siquiera sabíamos que era el amor. Yo hasta ahora no lo sé.
Primero pasamos algunas noches enviándonos mensajes, intercambiando canciones, recomendándonos libros o películas. Luego quedábamos para tomar café y si era fin de semana cervezas (cosa que a ambos nos gustaba). Como nos llevábamos tan bien y las hormonas nos empezaban a revolotear decidimos salir ya como algo más.
Nos pasamos muchas tardes viendo Cheers, nos encantaba. Creo que nos vimos todos los capítulos, o bueno, la mitad de ellos, la otra mitad dábamos vueltas en el sofá. Me pasó la receta del pastel de zanahoria que le salía tan bien (me arrepiento de nunca haber preparado uno). Quemé algunas ollas de arroz por estar hablando por teléfono con ella, nos aconsejábamos excusas para faltar a clase, escribimos juntos textos pegajosos, nos presentamos a nuestros amigos, viajábamos en autobús después de clase compartiendo los audífonos. De las diez canciones que más me gustaban en ese entonces, siete conocí por ella, las otras tres me recordaban a ella. Aprendí lo que es el feminismo y también lo que es cisgénero, la regla de los tercios, mansplaining y otras palabras que en este momento Word está destacando en rojo porque Word no tuvo la suerte de conocerla.
Pero como todo lo bueno siempre se acaba, nuestra relación también terminó. Recuerdo que no fue nada fácil, lloré muchísimo, más que la vez en que mi hermano y mi primo me asustaron con que iba a ir a la cárcel porque le rompí la cabeza a otro niño con una piedra y yo me escondí debajo de la cama.
Hay días que la recuerdo y a la cabeza me viene la pregunta ¿dónde estará? Seguro que es feliz, haciendo lo que a ella le gusta. Si al menos nos hubieran tomado más fotos juntos…
Esta semana, después de un buen tiempo, me he topado con un escrito que le dediqué donde le digo lo mucho que me gusta. Pensé que me iba a comer una hostia de tristeza, y lo que me dio fue una sensación de anestesia muy profunda por haber vivido una gran historia junto a ella.

Por si te topas con este escrito:
Forever young cariño,
forever young…

sábado, 16 de diciembre de 2017

Hola, ¿Cómo estás?
Sé que hace mucho tiempo que no hablamos y espero que no pienses que eso es algo que quiero. Sólo que sentí que tenía la cabeza hecha un lío y preferí apartarme un poco para colocar las cosas en su lugar. Ya lo sé, es una idea estúpida, pero tengo miedo de hablar de mis conflictos con otras personas y que lleguen a pensar que estoy loco. Seguro me terminarían apartando de su vida. Con lo que sufro para encajar, perder los pocos conocidos que tengo sería otra manera de morir. Alguna vez te dije que es posible morir muchas veces en una sola vida y eso sería una forma de suicidio moral.
Todo el mundo me ve como un tío positivo, pero en lo literal, soy todo lo contrario.
No quiero hablarte de mis pedazos ni de mis demonios, creo que eso no encaja aquí, así que vamos a lo que puedo decirte.

Me perdí de nuevo. Eso seguro no es novedad. Es como si en el fondo nunca hubiese dejado de estar perdido, y quien soy ahora es aún peor de lo que era antes. No sé si lo entiendes.
Por un tiempo pensé que esta vez todo iba a terminar bien, parecía que finalmente todo conducía a un mismo camino, pero como siempre, me equivoqué. Ahora paso la mayor parte del tiempo encerrado en mi habitación pensando demasiado y leyendo a escritores que me rasgan el corazón y me abren el pecho de par en par. Supongo, que todavía quedan sentimientos dentro de mí, aunque congelados a pesar del calor del infierno en el que vivo. A esta altura, creo que incluso las paredes de mi habitación ya tienen un concepto pésimo de mí.

A veces salgo a caminar para despejar la mente. O quedo en algún bar con amigos que también tienen problemas, los escucho, pero no comparto muchos de sus pensamientos. De todas formas siempre estaré allí para dar apoyo. Cómo no. Ayudarles en lo que pueda me da un poco de tregua y me hace sentir un poco más presente. Pero esos momentos son como una droga cuyo efecto pasa demasiado rápido, y de regreso a casa me sorprendo pensando en cómo ser un mejor hermano, un mejor hijo, una persona mejor. Soy incapaz de mejorar en algo porque soy un profesional en imperfecciones y el mejor amigo de mis inseguridades. Tengo miedo de morir con toda esa carga encima, y por ese miedo es que me ataca la ansiedad. Aun así, sigo caminando por el sendero de lo que significa la existencia, con las manos atadas y el lado más oscuro de mis pensamientos.

Uno de mis mayores temores es que creas que ya no pienso en ti. En realidad quiero que entiendas cómo me siento cuando llego a casa a las tres de la madrugada, agarro el móvil y abro las conversaciones de un tiempo atrás. Pienso incluso en enviarte un audio aunque odie mi propia voz. Es entonces cuando el miedo me paraliza y me sujeta de las manos y presiona mi cuello para que no pueda decirte nada. Escucho las voces tratando de convencerme de que soy un mal amigo y que debería correr detrás de ti para llenarte de problemas que sólo existen en mi cabeza. Batallo, me detengo y reflexiono. Porque me importa lo que piensas y lo que sientes, y no se me hace justo que cargues con lo que yo no puedo mantener. No quiero que tengas un mal concepto de mí, o por lo menos más del que ya tienes. Al final acaba siendo otro intento fallido de hacer que las voces de detengan.

Quizá algún día lo consiga.
No lo sé.

Espero que seas tú la que me devuelva el alma al cuerpo, porque eres de las pocas personas que conoce mi corazón tanto como mi rostro. Y aunque a veces me sienta como si tuviera dos caras, sabes que ese borrón no es lo que realmente soy. Yo también voy a poner de mi parte, reconoceré mi estado y trataré de cambiar lo que sea necesario. Sé que soy muy emocional, pero también sé de qué pie cojeo. Sé que puedo cambiar mis modales mañana para evitar los errores de ayer. No creo ser capaz de hacerlo solo y seguro en el camino algo fallará, pero necesito saber que a pesar del tropiezo tú todavía estarás aquí. No para hacerte cargo, sino para ayudarme a levantar.

Después de tanto tiempo sigo inseguro de decirte todo esto, de generarte más dudas en el bar de tu rutina (no hay nada más peligroso y humano que la duda), pero necesito dejar todo fuera y ser honesto. Y esa honestidad también me dice que la esperanza está lejos de aquí.
Sé que todo puede mejorar cuando amanezca, pero no creo que mi noche termine tan pronto.
Mientras tanto sigo pensando en cómo mirar a través de tu sonrisa sin que mi mierda manche el azul de tus lágrimas. Soñar no resuelve nada,
pero es divertido fantasear.

Victor.

martes, 12 de diciembre de 2017

Estrella bipolar

La primera vez que me diagnosticaron bipolaridad fue en el año 2010 en España. Antes de eso, en Buenos Aires, presenté un cuadro de depresión mientras cursaba los estudios. Supongo que tuvo que ver el estrés, el alcohol y ver la muerte de una niña de cuatro años a la que acababa de conocer hace poco junto a su madre.
Los cuadros de ansiedad, la jodida tristeza, el poco sueño o el exceso de él, me llevaron a pensar que en realidad no estaba bien de salud, que tendría anemia o alguna cosa así. Fui al médico a que me revisaran el motor y al no encontrarme nada extraño me mandaron a psiquiatría. Yo había escuchado que a los psiquiatras les gusta medicar y que al final te hacen adicto a algún fármaco de por vida. Paso. Como no quería medicarme y no tenía el dinero suficiente para pagar un psicólogo particular, estuve una temporada batallando en silencio, remando sin una dirección fija. En el camino conocí gente maravillosa que me ayudó sin darse cuenta (o tal vez sí) a estar cada día mejor.

Así fue pasando el tiempo, con altas y bajas, siempre de pie, hasta que recaí.
Trabajaba ya como actor (sí, soy actor. Escribo y toco la guitarra, pero no soy ni escritor ni guitarrista), y a la vez iba a cursos libres de filosofía en la universidad pública como oyente (es algo que me gustaría estudiar del todo, pero para mí, no para lucrar de ello, para eso ya tengo mi profesión). Conocí y leí a Hegel, Nietzsche, Kant, Schopenhauer, Cioran, entre otros. Como para no deprimirse… en fin. Ya tendremos tiempo de hablar de la filosofía francesa post-estructuralista tomando un café. Bueno, no me quiero desviar. Como decía, trabajando ya como actor, un día salí de casa y me sentí fatal, como si el suelo se estuviera derritiendo (no, no estaba bajo los efectos de alguna droga) sentía que me iba a morir en cualquier momento y no podía mirar a la gente. Regresaba corriendo a casa donde me sentía, digamos, a salvo. Esto se volvió frecuente siempre que salía a la calle. Para evitar este agobio, me ponía en los rincones de las puertas de las casas y me tapaba los ojos. Trataba de pensar en cosas que no hagan evolucionar ese pensamiento “silla, vaca, árbol, lápiz, mamá, papá, mesa…” me pasaba así un buen rato hasta que me encontraba un poco mejor y regresaba a casa.

Fui otra vez al médico. Me hicieron pruebas al oído para descartar vértigo, al corazón por las taquicardias, pruebas de todo. Y, otra vez, no encontraron nada. El doctor, muy amable, me dijo: -Victor, ¿sabes qué es la agorafobia?- ¿Yo? ¿Agorafobia? ¿Cómo puede ser posible? He viajado solo por mucho tiempo, conozco alrededor de catorce países, he acampado en montañas sin nadie a mi alrededor ¿Agorafobia? Lo curioso es que me dijo algo que me hizo entender su postura: -Victor, quien está enfermo, está enfermo en su casa y en la calle-. Yo sólo me sentía mal cuando estaba en la calle.
Al conocer la noticia, no confirmada obviamente era sólo una hipótesis, me volví a deprimir. Siempre he sido una persona solitaria, pero esta vez era el extremo.
Para ese entonces salía con una chica de nombre María, ella venía a casa y no quería abrirle la puerta, insistía hasta que la dejaba pasar. Cuando estaba dentro de casa era un amargado, sin palabra en la boca. Escribía, sólo eso. Ella se quedaba a mi lado, tan tierna. A veces, en ese silencio de velatorio, me daba por salir a la calle y me excitaba, como si estuviera a punto de tener una experiencia paranormal. María, me acompañaba a caminar, porque si salía con alguien me sentía seguro. Amaba a María cuando caminábamos, como si fuésemos dos exploradores recorriendo la tierra por primera vez. Cuando regresábamos a casa me entristecía un montón, como si toda mi vida se acabara en ese momento y no podría ser feliz otra vez. Entonces odiaba a María, porque me hacía ver un mundo al que no pertenezco, o eso pensaba.
Un día de explosión terminé mi relación con ella. Al irse me dijo: -Tú nunca te has querido, por eso nunca vas a querer a nadie -. Y se fue dando un portazo, como poniendo un punto final sin escribirlo.

No le contaba esto a mucha gente por vergüenza y miedo, porque pensaba que si lo contaba ya no me iban a ver igual, ya no me iban a llamar, que sólo me abandonarían en su lista de contactos. Como un idiota irracional me adelanté a ellos y siempre fui yo el que se alejaba, el que no llamaba, el que se iba.

Un amigo me dijo: -tío, no sé qué te pasa, pero te echo de menos-. Nos veíamos bastante seguido, pero aun así me lo dijo. Eso me hizo pensar en mis decisiones esa última temporada. Esta vez sabía lo que tenía que hacer.
Como ganaba algo más de dinero decidí ir al psicólogo. Charlábamos una vez por semana y me recomendó tener un perro. Entendí lo que me pasaba, más que entenderlo lo acepté. Me acepté.

Estoy mejor, hace muchos años no tengo un cuadro tan grave. Sí que mi humor es bastante voluble pero tampoco doy explicación de ello. Sigo alejándome, sigo desapareciendo, refugiándome tras una pantalla para soltar pensamientos que muchos no entienden, pero eso no me preocupa demasiado. Sigo viajando, sigo actuando, sigo creando y creyendo.
No me voy a detener.

Creo que nunca les hablé de esto, supongo que los siento más cerca.

Todavía le tengo miedo a algunas cosas y por más que batalle no van a cambiar.
Sólo procuro no caer en los pensamientos de siempre: los ojos que ya no te buscan, el golpe después del despegue, mis palabras como un dardo en los pulmones.

Silla, vaca, árbol, lápiz, mamá, papá, mesa…

domingo, 10 de diciembre de 2017

Cuando me sonríes.

Ella amaba a The Smiths,
siempre los escuchaba cuando regaba las flores que teníamos en el balcón.
También decía que si hubiese conocido a James Dean me cambiaría fácilmente por él.

- Sí siguiera vivo ahora tendría 86 años.
- Para el amor no hay edad, tonto.

Adoraba las películas de John Hughes.
Era una chica con alma de los 80`s
que bailaba como Allison Reynolds en el Club de los cinco,
su segunda película favorita.

A veces me despertaba en mitad de la noche de un salto para tomar café,
decía que era un deseo que le surgió mientras soñaba.
Y yo, obviamente,
me sentaba junto a ella en el sofá intentando descifrar el sueño.

Lloraba con películas cómicas mientras todos reían,
le daba mucha tristeza ver cómo se burlaban de los protagonistas.

- Cariño, son actores.
- Eres un insensible.

Vaya conflictos teníamos
cuando mirábamos películas de Jim Carrey.

Ella siempre quiso conocer París
y comprar un libro de tapa dura,
bueno,
ella no tenía un libro de tapa dura,
por eso lo quería comprar,
pero en París.

Veía todas las películas de Disney cientos de veces,
hasta se sabía los diálogos de memoria.
Era hipnotizante ver cómo sus labios seguían perfectamente cada palabra.
Su favorita era una película antigua que nadie entendía,
ni siquiera ella,
y eso es lo que la dejaba intrigada.

Me hubiese gustado conocerla en un lugar más emocionante,
en un cine antiguo, por ejemplo.

Quería darle el mundo,
aunque ella no lo quisiera.

Ella sólo quería todo lo que he mencionado anteriormente,
James Dean, The Smiths y café.
Tal vez era eso,
deseé tanto estar a su lado,
que descuidé lo que realmente le importaba.

Hasta el momento

en que ya no pude más estarlo.

lunes, 4 de diciembre de 2017

No me gusta escribir

Yo no dejé de escribir,
nunca paro.
Es automático,
como si sintiera el efecto de la droga más potente
y destructiva que ha existido,
como morir mil veces y acabar disfrutando de eso.
Lo llamaría "abstinencia de melancolía",
ya que estar contento parece una tarea ardua y casi imposible.
Al menos para mí.
No me gusta escribir.
De verdad,
nunca me gustó.
De hecho,
son pocas las cosas que me gustan hacer.
Nunca quise nada de eso.
Pero soy consciente
que algún día perderé la llave de la vida,
por eso voy dejando copias
en las personas que me prestan sus ojos.
No escribo por amor,
no hay pasión en esas líneas.
Escribo por necesidad,
escribo para seguir nadando en cualquier dirección
que me traiga de vuelta un propósito.
Es algo que va más allá de la razón.
Las palabras me sacan a flote
y me permiten respirar otra vez,
y otra vez,
otra vez.
Siempre ha sido así.
Pierdo el aliento
y vuelvo cuando encuentro el sol en la superficie.
Los garabatos alivian mi asfixia.
No importa lo que pase,
renunciar siempre me pareció más simple,
más fácil.
Pero no soy de las personas que viven en el confort,
ni de las que se convierten en máquinas de centrifugar odio.
Estar triste requiere más de paciencia
que de alma.
De hecho,
estamos llenos de kilos de tristeza,
así que siempre quedará para un día más.
Cuando despiertes,
huye antes de que te pueda alcanzar.
La tristeza quiero decir,
pero tienes que saber que siempre está dispuesta a volver,
la maldita es insistente.
No seas la marioneta del sentido,
sólo relájate
y toma una buena taza de café.