miércoles, 31 de diciembre de 2014

Fin de año en las afueras.

-Córrete dentro- me dijo mordiéndose el labio inferior,
mientras me cabalgaba como una rea que disfruta del tercer grado.
Sudábamos.
Así que yo apreté el gatillo.

Nos corrimos a la vez,
estoy seguro.

Hubieron unos segundos de silencio,
con la mirada de cada uno clavada en los ojos del otro.
Ella recostó su cabeza en mi pecho y me susurró en el oído: No la saques por favor. Todavía no.

Y eso hice.

Nos quedamos pegados como dos perros callejeros,
dejando que el amor haga lo suyo.
Pasamos un largo rato así,
en el reproductor sonaba "I've been loving you too long" de Otis Redding
y yo le acariciaba el antebrazo con los dedos.

Nos levantamos de la cama para ir al baño, ella se sentó en la taza y se despeinaba sonriendo
-si me sigues mirando así no podré mear- dijo,
así que le di un beso y salí.
Encendí un cigarrillo y me puse a fumar en la ventana.
En la calle no pasaba nada interesante: el camión de la basura, una pareja que discutía porque llegaban tarde no sé dónde, las luces de los edificios apagadas...
Como digo, no pasaba nada.

Ella me abrazó por detrás envuelta con la sábana y me quitó el cigarrillo -te quiero- le dije,
-¿por qué?- preguntó.

No le respondí.

Di media vuelta y la abracé por la cintura,
ella, en puntillas, hizo lo mismo con mi cuello.

Nos fundimos en el sin saber del futuro,
con los ojos cerrados nos perdonamos,
nos cicatrizamos las heridas en el intento de entender porqué afuera no pasaba nada cuando por dentro de esa pequeña habitación los milagros se sacaban el sombrero.

La miel de los labios,
el néctar de tu nombre cuando lo pronuncio,
y todos esos pequeños detalles insignificantes que te llenan de significado.

-Me voy a la cama ¿vienes?
-Ahora voy.

Ella se recostó de lado, como le gusta dormir,
y yo me quedé de pie observándola.

Es 31 de diciembre ya,
y yo sigo haciendo lo único que sé hacer.
Mi año nuevo empezó cuando te conocí.

Puedes llegar 2015.
Estoy preparado.

viernes, 19 de diciembre de 2014

A Anna le gusta reír. 
Ríe todo el tiempo y por cualquier cosa: de nervios, cuando está cansada, después del café de la tarde, mientras come, cuando lee, cuando se le da por el deporte, cuando viaja en bicicleta, cuando tiene frío, en los supermercados, antes de meterse en lacama y doy fe que incluso ríe mientras duerme. Se ríe también de ella misma, de su ropa, de sus miles de peinados, de las veces que se mira en el espejo, cuando tropieza con los bordillos, cuando se distrae, cuando mira el cielo y sueña con las nubes. También se ríe de mí, de mi barba, de mis ataques de mayor, de mis manías, de la forma en que camino, cuando me pongo cursi, cuando la adorno con palabras...

Ella ahora está en su casa, 
haciendo sus cosas
o creándole a la vida adjetivos.

Todo aquí está en silencio.
Nadie ríe.
Nunca he sentido tanto miedo.

martes, 16 de diciembre de 2014

Para verte como te quiero ver,
como herida cicatrizada,
es necesario cerrar los ojos.
Y confiar,
que la realidad no se me aparezca en sueños.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Agradecido de no saber quiénes son.

Dicen algunos que soy escritor. El resto ni siquiera me conoce.
Y cuando digo el resto me refiero a la gran mayoría del planeta.
Escribir no es mi forma de volar, sino de no caer.
Aprender a encontrar el equilibrio entre mis desgracias y tu risa, por ejemplo.
Escribir es gritar sin necesidad de abrir la boca.
Es meter la cabeza en el fondo del mar y soñar con sirenas que te quitan la ropa y te lamen los dedos.
Es el tic tac de unos tacones a las cinco de la mañana.
Es pilotar un avión de papel.

No tengo grandes metas en la vida.
Soy feliz con lo que tengo, o conformista en palabras de mi padre.
Soy adicto a la soledad, 
siempre la he elegido sobre todas las cosas.
No es bueno salpicar con mierda la efusividad de la gente.
Por eso decido estar solo.
No soy guapo, ni fuerte.
Vivo en un piso de alquiler y no tengo un trabajo estable.
Lo único estable que tengo es una mesa que monté en el salón de casa para poder mirar por la ventana 
y escribir o dibujar.
Bueno, es lo mismo.

Y qué más te puedo decir que no conozcas ya de mis ojos.
Que mido un metro setenta,
que en invierno todos los huesos me sacan mentiras,
que tardo en dormir,
que me gusta más la noche que el día,
que prefiero las cervezas a los tranquimazín. 
Que las últimas cuatro navidades las pasé comiendo kebap en la alfombra mirando fotografías de pequeño.
Que echo de menos a mi familia,
los abrazos cuando te derrumbas. 
Todo eso.

Soy un tío por lo general inseguro.
Y esa inseguridad hace que fracase en muchísimas cosas que me propongo hacer.
Ya no creo en los reyes magos
hace mucho tiempo que dejé de creer en la magia.
Pero sigo esperando el milagro que me arranque toda esta impotencia de cuajo,
que me deje abiertas las heridas y entender por fin 
qué soy cuando te alejas,
qué es lo que hay después,
del después,
de ti. 

Alguna esperanza queda.
De existir.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Mucho tiempo ocupado. Eso dicen.

Es que sin ti ya no sé lo qué es ser libre.

He empezado a dibujar con lágrimas corazones en las paredes
donde todavía quedan las marcas de tus uñas.
Me han quedado horribles,
nunca se me ha dado bien el artisteo.

Mi rutina sigue intacta como la dejaste:
contando el sonido de tus tacones antes de dormir,
con los pies fríos de tanto esperarte.

Viajar al baño como quien busca una excusa.
Lavarme el cuerpo.

Y la vida

Mente en blanco.
Ruido negro en la azotea.

Tu cepillo de dientes no lo he movido de su sitio,
es el único rastro de tu sonrisa que queda en esta casa.

Caminar descalzo y confundir mis huellas con las tuyas,
calcetines agujereados,
pijama de carne mordiendo el invierno,
y tus cremas de vainilla.

Salir del baño y llegar a la habitación,
arrancarme la memoria,
y dejarme caer en la cama creyendo  que vuelo.

Pero no.
Caigo.

La gente suele confundir caer con volar.
Yo el primero.

Una ametralladora de palabras en libros que sólo hablan de ti.

Ya no creo en la mesilla de noche que no hace más que contar mentiras,
ni creo en el vaso con agua de dudas,
ni en la lámpara que por más que frote no aparece el genio
sólo luz en la bombilla.

Y yo estoy tan lejos de todo eso...

Dar vueltas y vueltas en la cama,
ponerme el edredón hasta la barbilla
y sentir un precipicio en el lado izquierdo del infierno.

Por favor,
dile a tus demonios
que no duerman conmigo.

Si no vienes tú
con ellos.

viernes, 21 de noviembre de 2014

El otro lado de la pared.

Es aquí.
Espera que busco las llaves,
tengo demasiadas cosas en los bolsillos:
relatos, alguna que otra moneda, tus manos, mi sonrisa...

Ya está.

Esta es mi casa.
Entra y quítate los zapatos
que de las medias ya me encargo yo.
No le tengas miedo a los monstruos
están demasiado viejos para morder.
Perdona el desastre,
mi vida no sabía que vendrías.

Mejor recojo un poco.

Esto que ves en el suelo son mis derrotas,
desde que te conocí me las he ido quitando una a una.
Ahora no sé dónde ponerlas.

¿Quieres tomar algo?
¿A mí por ejemplo?
Vale, te traigo una cerveza.

Pon algo de música.
Quiero decir: que hables,
que llenes este vacío anclado con tu voz,
y cuéntame tu día,
cómo has despertado esta mañana,
si te sigue doliendo la rodilla izquierda.
Todo eso.
Sabes,
la otra noche un cantautor me habló de ti,
no sabes lo difícil que resulta no escuchar tu nombre en frases ingeniosas.
Lo mejor es el mío pronunciado por tus labios.
Nunca me había gustado tanto mi nombre desde que te lo escuché decir por primera vez.

¿Saltamos en la cama?

Hasta romperla, claro.
Sino de qué sirve este juego.
También puedo esconderme debajo de tu falda,
o tú en la parte izquierda de mi pecho.
Podemos desordenar todas las rutinas,
o juntarnos la yema de los dedos
hasta que nos crezcan huracanes en las manos,
pero juguemos.
Pongámosle nombre a todas las estrellas,
contemos juntos los lunares de tu espalda,
los besos que aguantas en el cuello.
Llenemos de cosquillas a esta noche
y rodemos en la alfombra,
olvidemos el pasado
y riamos,
como si mañana fuera el fin del mundo,
busquemos las maneras de guiñarle el ojo a las persianas,
que nos quedemos dormidos abrazados,
que el tiempo avanza
y no quiero despertar con tu ausencia entre las sabanas.

¿Otra copa?

Abramos el champagne,
lo tengo para ocasiones especiales
y no conozco mejor compañía que la tuya.
Perdona mi torpeza con los sueños
son demasiado silvestres para acompasar mis pasos.

Mira,
esta hoja de papel la tengo en blanco para escribir en ella el futuro
podemos dibujar muñequitos con gestos obscenos
y a la mierda con lo que pase,
que no hace falta pensar tanto
si estás aquí sentada,
a mi lado,
ya no tengo tanto miedo
de lo que no llegaré a conocer.

De mí.

Ahora
por favor,
¿Bailamos?
Que tenemos el resto de tiempo
para nosotros.

jueves, 23 de octubre de 2014

El decibelio de mis gritos.

Yo vivía escondido en el viento del otoño
cortándome con los espejos de está ciudad caótica.
Era adicto a la tristeza
y esnifaba las lágrimas de los domingos
de todas las personas que se sentaban en el sofá
esperando las noticias de las ocho.
Sí, ese era yo.
El que corría detrás de las minifaldas un sábado por la noche,
el que se ahogaba bebiendo los culos de las cervezas,
el que contaba adoquines cuando regresaba a casa.
De los cuentos y los amores estaba cansado.
Una mañana fue tanta mi soledad
que terminé vomitando de angustia,
acorralado en las cuerdas de este ring donde sólo yo luchaba.
!Masoquista! gritaban unos.
!Perdedor! decían otros.
Nunca terminaré de entender a la gente que compara
poniéndose a ellos como ejemplo.
Sin embargo,
en el fondo de todo mar agitado por las olas
todavía existen las sirenas.
Y ella,
a pesar del tiempo,
de los cambios de estación,
de los trenes que perdemos con los años,
salió entre la espuma para proclamarse diosa.
Yo la vi,
lo juro.
Meneando sus cabellos rubios,
su sonrisa como el mejor de los paisajes,
sus ojos azules como el cielo en las películas.
Y caminó sobre las aguas,
sobre mis aguas,
y no paró hasta llegar a mi barco
y encender el fuego en la madera.
Y nos hicimos leña en todos lados,
en la mesa,
en la cocina,
sobre la cama.
Fuimos pesadilla muchas veces,
paz entre la guerra.
Y otras cuantas nos teñimos de miedo
para hacer más fuertes los abrazos.
Lo juro,
que la vi aparecer en la marea
y caminar hacia mí como una fecha señalada.
Y ahora temo que se pierda,
que de pronto salte a otro barco,
que se despiste en la isla de otro bar
tomando un café con sus amigas
y dude...
No hay nada peor que la duda.
Yo prometo estirar los sueños siempre que tropieces,
y estar allí,
o allí,
o en donde tú mires
y sepas el camino de regreso a mi isla
que ya he puesto la pancarta de tu nombre.
Que no te pierdas,
que no me encuentres.
Yo la vi,
lo juro.
Y para guiar su amor
me haré farola.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Lado B

A mis miedos les crecen
alas cada vez que
me convierto
en capullo.

Y entonces,
todo deja de florecer.

Es que voy a revés del mundo:
bajo la escalera cuando tengo que subir,
abro la puerta cuando la tengo que cerrar
y casi siempre enciendo la luz antes de dormir.

"Ya te vale"
me repito en voz muy baja
mientras me escondo detrás
de los espejos de mi infancia
y añoro los abrazos de mis padres.
No me queda tanta gasolina en este motor
que ruge como un león moribundo
atrapado en el fondo de mi pecho
al que la gente lo sigue llamando corazón.

Muchas veces,
me siento lágrima en la mejilla de un rostro ajeno
y ya no sé de hasta cuándos estoy realmente de ser feliz.
 
Esperar como norma de supervivencia
mientras todos
cuelgan fotos de sus logros
en las redes sociales.
Alguien debería decírselo:
pocas veces se gana cuando más se tiene.
Y aun así no sé muy bien a qué llamar victoria.

¿Comparado con qué?

No digo nada,
pero lo suelto todo.

Porque no me van los sueños de otros
ya que últimamente no hago más que huir.

De mí.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Pide un deseo - te dije,
¿recuerdas?
Y miraste al cielo buscando una estrella.
Ahora pídelo tú - dijiste,
y yo sólo te miré a ti.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Casi completo.

Cuéntame,
cuántas veces bostezas por la mañana,
si te gusta el agua caliente para la ducha,
si todavía paseas con el pijama,
cómo descongelas el pan en el microondas,
cuánto café pones en la cafetera,
cómo tiendes la ropa en el tendedero,
si pones canciones en tus oídos,
o eliges un libro de la estantería,
si dejas pasar el tiempo,
qué frutas comes en la merienda,
cómo coges el boli para arrancar con un escrito,
si te sientas con las piernas cruzadas y te desatas el pelo,
si has paseado en bicicleta,
cuántos se han enamorado de ti en el camino,
si recuerdas cómo te miran las flores,
si has comido rápido porque llegabas tarde,
si no encuentras las llaves en tu bolso,
mi vida en tu bolsillo,
qué aroma llevan tus labios,
si has bailado las canciones que tanto te gustan,
si has vuelto a lamer la cuchara en el café de la tarde,
cómo se presentan tus nuevos proyectos,
si has hablado con tu familia,
cómo te desvistes para meterte en la cama,
si necesitas ayuda con la cremallera,
si vuelves a leer,
si lees mis mensajes,
si te duele la rodilla derecha,
si tienes frío,
si cierras los ojos,
si sueñas conmigo.

Cuéntame,
anda,
que mañana te beso lo que te debo.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Hambre en mis escritos.

Suavidad llevan de nombre sus manos
y suspira cuando habla de escenas sin haber subido el telón.
Practica el amor con los pies cuando el frío le carcome los sueños
y hace una coleta en sus cabellos creando palmeras en lugares sin mar.
Inventa toboganes del sofá a la cama
y es inevitable jugar como un niño en sus caderas
mientras te hace cosquillas desafiando a la muerte con una sola sonrisa.
Y detiene corazones cuando camina por la calle
(no puedes hablarme de música si no la has visto caminar)
y si pronuncia tu nombre es mejor esconderse antes de que des por perdidas las noches.

Es perfume sobre la piel,
el tren de regreso al país de los abrazos,
la foto que te falta en las estantería.

Es un girasol que viaja en bicicleta
y cuenta historias en cuadernos usados,
unos días con falda,
otros días cubierta,
los mejores días sin ropa.
Y es patosa por impulso natural
y hace que te enamores de sus ocurrencias,
y llora cuando el miedo le toca en los ojos,
pero es más valiente que todo eso.
Afronta con pies de plomo los disgustos para luego reírse de los problemas,
y baila como una diosa canciones que ella misma tararea,
y silva tan fuerte con los dedos que los perros caminan desorientados en las esquinas.

Ella es primavera, invierno y muchas veces otoño cuando se aleja,
y hace manualidades con su cuerpo,
le da motivos a la ducha,
a las matemáticas,
a las sartenes cuando decide preparar la cena.
Es comediante y profesora de anatomía,
doctora cuando te besa,
síndrome de diógenes cuando se quita las bragas.
Es el descanso en el trabajo,
el billete de lotería,
los puntos suspensivos en los relatos.

Si hablas de ella tienes que quitarte la saliva de la boca,
saber que no serás el primero
y quizá tampoco el último que sueñe con sus tacones taladrándote en el pecho,
que ya está cansada de las rutinas,
que hay que darle desorden y poesía,
borracheras,
y el hombro si se queda dormida.

Ella es todo,
y a mí me falta papel,
pero me sobra vida.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Cuando te tengo aquí.

He confundido al tiempo entre tus piernas
y ya no sé si sigo soñando
o he despertado con tus antojos mordiéndome la boca.
En cada preludio antes de un beso
lo primero es quitarse la ropa
por si no conoces del todo las reglas del juego.
Y bailar,
como si te dijeran que estas a punto de inclinar la cabeza
en el abismo que señala la salida del mundo.

Tu vientre arqueado,
tus manos apretando las mías con fuerza a tus caderas,
y toda esa sensualidad que desprendes por la mañana
antes de abrirle los ojos al destino.

En la cabeza un repiquetear de tambores
antes de morderte como un animal.
“Qué brutito eres” me dices,
como si fuera fácil domesticar mi lado más salvaje
llegados a este punto de tus pechos.
Así que intentando quitarme esta sequía mañanera,
bebo de tu mar salado todas las gotas de tus primeros gritos
y mi barba humedecida es un reflejo
de que todavía existen los oasis en los desiertos.
Y tú,
que siempre vuelves como la penúltima copa del bar,
como una fecha señalada en los calendarios,
le arrancas la piel a la cama
y a mí la piel se me eriza como si fueras un tenedor
rascando sobre un plato vació.

La libertad lleva tu nombre
y más cuando en ese momento de lujuria
de tus labios se escapa un te quiero.

Nuestros pasados y la ropa se confunden en el suelo
llenando de decorados el sudor impregnado en los cristales,
y el magnetismo artificial que hace partícipe
a todas nuestras únicas intenciones
nos abraza fundiendo la piel y el amor en una sola palabra:
orgasmo.

Estoy enamorado,
lo sé,
cuando me levanto de la cama y te digo:
Te preparo el café,
un cigarro
y luego lo repetimos.

viernes, 5 de septiembre de 2014

El infierno en mis oídos.

Debería tener los cojones más grandes y la puta tristeza pequeña.
Saber tomar decisiones en beneficio personal.
Soy un perro abandonado en la carretera resignado a esperar lo que pase,
con la serteza de que todo esto tiene que acabar.
Voy a perseguirme el rabo por no saber utilizarlo.
O mejor dicho,
me he olvidado de él.
Parir desastres y cuidarlos hasta que te destruya tu propia creación.
De eso se trata ¿no?
Crear para ser violado.
Soy un grano en la arena de una playa perdida.
El punto seguido de quien no sabe leer.
Soy un complejo atónito en la memoria del guapo que se desorienta en cualquier discusión.

Toc, toc.
-¿quién es?
-Tu miedo más extremo.
-Mucho gusto. Tenga la bondad de darme dos bofetadas.

Sentirme culpable por cosas que yo no he provocado y maldecir con ardor las cicatrices que no me dejaste.
O me dejaron.
La premisa de querer ser algo para alguien no acompaña el querer.
Basta de irritaciones en los oídos.
Del derecho absurdo de la esperanza.
Basta de ser romeo para julietas que juegan a ser las putas más deseadas del balcón.
He llegado al límite.
Y no puedo más.
La soledad es decisión de a dos.
No de uno.

La vida sí.

domingo, 3 de agosto de 2014

Odio por odio.

Te odio porque nunca te tomas con seriedad nuestras discusiones y sueltas alguna broma absurda quitándole importancia al momento.
Te odio porque me abrazas simulando el fin del mundo y luego creas otro nuevo abriendo las piernas.
Te odio porque bailas distraída y te dejas llevar por el ritmo de mis ojos.
Te odio porque me robas los sueños de la boca.
Te odio porque te pierdes en el abismo de los buenos días y subrayas los te quieros por la mañana.
Te odio cuando no me llamas y mi teléfono no pronuncia tus idiomas.
Te odio cuando te peinas y opacas al sol.
Te odio cuando caminas sobre las nubes mostrándome lo fácil del camino.
Te odio cuando el aroma del café se desintegra entre tus labios.
Te odio cuando te mueves, cuando corres, cuando saltas...
creo que no hace falta explicar el por qué de todo eso.
Te odio cuando señalas los puntos donde quieres besarme.
Te odio cuando escribes diciendo que me odias.
Te odio porque fumas el último cigarrillo de la cajetilla.
Te odio porque viajas para despejar tus dudas.
Te odio porque me miras con deseo y no dejas que te toque.
Te odio porque sabes jugar con mis ganas.
Te odio porque encajas perfectamente entre mis brazos.
Pero sobre todo,
te odio porque sin todo lo que odio de ti,
no podría amarte.

viernes, 1 de agosto de 2014

-¿Sabes qué es el cielo?- pregunté.
-Sí, claro que lo sé- respondió con seguridad,
como si no conociera otro.
-Creo que en realidad no sabes de lo que estoy hablando- y seguí besándole el cuerpo.

lunes, 28 de julio de 2014

Catarsis al este de tus muslos.

Por tu lado pasa el viento arrastrando despedidas
de un futuro que ya no se siente como nuestro.
Y de nada sirvió ser el fruto del árbol
que pusimos al comienzo de la calle,
como pregonando un devenir de mordidas
en lo típico del miedo.

Hemos pisado,
sin querer,
o tal vez queriendo,
todo aquello que corría por los aires,
con nuestros zapatos eléctricos de tormentas
en países desconocidos,
donde murmuraban promesas corazones heridos
en lo profundo de su zenit.

...hay que ser valientes para afrontar todo esto...

Que ya no se siente como tuyo
ni mucho menos,
como mío.
Las despedidas y su largo callejón de photocall.
Por dentro nos han crecido alimañas
dispuestas chuparnos lo poco que queda
de las veces que nos dijimos "para toda la vida"
yo cogiéndote de los pelos,
por ejemplo.

Saluda a tus diferencias de mi parte.
Esta vez han ganado la partida.

martes, 22 de julio de 2014

Aereoartificial.

1

Sólo quise tocar el cielo,
arroparme con las nubes
y sentirme pájaro.

2

Salté sobre el trampolín sin tener
en cuenta la gravedad.
Unos sueñan con volar y otros con
no caer.
Yo soy más de los que se mantienen
en el aire para tomar impulso
y darse el golpe más fuerte.

3

Me he repetido tantas veces el
discurso de no tener miedo,
que en ocasiones es el propio
miedo quien me teme,
por miedo a no tenerle miedo.

4

Y con estas van cincuenta veces
que lo repito,
uno más y no estaré vivo para
contarlo.

5

Vivir al límite,
con las dudas como una navaja
presionándote el cuello,
sin mediocridad que valga tanta
lucidez.

Tanta,
que muchas veces apesta.

6

No sirve de nada seguir distintos 
caminos cuando todos te llevan al
mismo lugar.

"prefiero lo conocido que lo que
está por conocer"

Y así nos va...

7

No quiero olvidar nada de lo vivido,
quiero ser capaz de recordar sin
que me duela.

8

Ojalá aprendamos a mirarnos en
otros ojos sin ver nuestro propio
reflejo.

9

Tengo un nudo en la garganta.
Por favor,
que alguien le de una patada al
taburete.

10

Sólo quise tocar el cielo,
arroparme con las nubes
y sentirme pájaro.

Ahora,
ya no.

domingo, 15 de junio de 2014

Odio al contigo sin ti.

-¿Y yo qué te hago sentir?- preguntó, con esa voz que pone antes de ocultarse entre las sábanas.
-Vacío- le contesté.
Los ojos se le hundieron en los parpados y no hice otra cosa, una de esas tantas estúpidas que hago, más que callar.

 La primera vez que discutimos y ella se fue caminando por el otro lado de la calle, mi estómago se llenó de silencios. No sabía qué hacer ni qué decir, así que dejé que se fuera con todos los “no te vayas por favor” que retuve en los labios antes de ver cómo giraba la calle.
Sí, se fue en línea recta caminando, pero giraba con sus pasos la calle.
Me quedé hambriento, sin mucho argumento que defender. Regresé a casa con una terrible soledad, con la sensación de haber vomitado todo lo que comí de su corazón en cada palabra hueca que soltaba aquella vez que discutimos.
Vacío, así me quedé.
Sin ti.

Las noches que dormimos con ese pasillo de kilómetros que separa tu habitación de la mía, la vida se me escapa en cada bostezo que doy cuando el sueño aprieta pero el recuerdo afloja. Saber que no voy a sintonizar la emisora de tus gritos o perfilar con lo vulgar de mis dedos tus caderas, me hace sentir pequeño en todos los rincones de la cama donde te busco y no te encuentro. Saber que no voy a oír tu voz en todos los formatos que he grabado en la memoria, ni sentir tus manos acariciándome los sueños, me derrota. Como si la cama me hubiese declarado la guerra y yo me haya rendido por falta de mejor armamento. 
Vacío, así me siento.
Cuando no duermes conmigo.

Vacío joder,
cuando el móvil no suena con tus llamadas y me pesa toneladas en el bolsillo,
o cuando tomo el café sin ti por las mañanas,
cuando abro la puerta y no están tus cabellos mordiéndome la boca,
o cuando mojas con tu piel las playas de Barcelona y me escribes diciendo que te gustaría que estemos juntos en ese momento,
cuando te busco incesante en mis oídos y pienso que el viento traerá de la mano tus aromas,
cuando los vecinos me preguntan por ti y yo con la mirada paupérrima les respondo que te has ido a comprar, o a leer, o a hacer esas cosas que haces cuando decides distanciarte de toda la cotidianidad que te rodea,
o cuando te miro desde lejos,
tan bonita.
Tan risueña.

Vacío.

-¿Y yo qué te hago sentir?- preguntó.
-Que lo llenas todo- Contesté.

viernes, 16 de mayo de 2014

Historias para partirse en dos y perder la otra mitad.

1

Aquí está otra vez el imbécil que te escribe 
de noche y llama a la tristeza por su nombre.

Sí, se me siguen cayendo tus be(r)sos 
de los labios.

2

La distancia no es dormir 
con nuestros cuerpos separados, 
sino que incluso durmiendo juntos 
sigamos sintiéndonos solos.

He dejado de contar las veces que nos dijimos 
hasta cuándo, quizá luego, mejor mañana.
Al parecer el hoy siempre nos quedó grande.

4

El amor es un cubata en el bar
donde nos vimos por primera vez,
y las cervezas los besos que te daba en cada trago.
Hace mucho que no salgo de bares.

No sé si lo entiendes.

5

En el medio del “tuyo” se nos ha colado
una i griega y al final nos repartimos los
pronombres para no complicarnos.
Como si separando la grieta nos olvidáramos
del precipicio.

6

Mis ojos siguen siendo ese oasis en el
que solías jugar descalza
y por mis mejillas todavía gotean tus huellas.

7

Abro la ventana para que cualquier rastro de olor 
que dejaste en las paredes desaparezca,
que idiota,
siempre fue la manera que tenías de entrar en mi vida.

8

Tengo un silencio espeso taladrándome
las ganas de verte.
Voy a terminar reventando con tu nombre 
manchando las paredes.

9

Te has llevado todo de mí menos el daño,
ojalá que el resto te sirva.

10

Aquí está otra vez el imbécil que te escribe 
de noche.

Ahora puedes seguir haciéndolo pedazos.

domingo, 20 de abril de 2014

Táctica para ser invisible.

Dentro de cualquier oscuridad sabré encontrarte
si me sigues mirando así,
con ese señuelo de carne que lanzan tus labios
cuando pronuncias mi nombre.
Ni las peores pesadillas me despiertan tan agitado
cuando se te da por desordenar el suelo con tu ropa
o decorar con tus bragas el tendedero de mi vida.
Podría ser vulgar con cualquier adjetivo con el que intente calificarte,
pero las palabras se hacen pequeñas si van acompañadas de ti
o de cualquier paso de sueños que das.

Escribir es sólo un acto reflejo de las ganas que tengo de verte
y de alguna manera son motivo de imaginarte y se hace más llevadero el día a día,
dentro de la rutina de distancias a la que te tengo acostumbrada
porque no sé llevar mejor estos logros cuando te tengo cerca.

Debería existir un diploma para el que sepa hacerte reír,
o encontrarte las cosquillas que te provocan sin ni siquiera tocarte.

Y que me odies cuando me pongo cursidramático
hacen que me enamore de tus gestos cuando frunces el ceño
y exiges que te siga mordiendo las piernas.

Para ser sincero no sé en qué momento te quedaste presa en mis pupilas,
o cuando me vi reflejado en tus ojos por primera vez,
porque sabemos de sobra que no es culpa del tiempo
ya que es sólo eso: tiempo.
Pero desde que nos dimos cuenta que las lágrimas también unen
no nos preocupa demasiado la palabra daño,
como si no existieran motivos para hacérnoslo.

Saberte primavera por adelantado
y fumarnos tres canutos de universo
tirados en el mar de nuestros proyectos futuros,
que son estúpidos, pero nuestros
me dan ganas de quitarte la ropa.
Joder, siempre tengo ganas de quitarte la ropa,
y los recuerdos cuando llegas estresada del curro,
y la razón cuando te da pena no irte.

Crear y creer siempre van de la mano
y quedarme sentado esperando nunca se me ha dado demasiado bien.

Vamos hacer del norte un picadero
y del centro una ciudad vacía,
que nos echen de menos si se enteran.
Tengo las maletas preparadas,
¿te vienes?
¿o qué?

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Martes 29 de abril y 13 de mayo a las 21:00 estoy en Sala Fènix (c/ Riereta 31 - Barcelona) con mi nuevo espectáculo poético - musical "En la estación de tu no llegada", música, palabras, flashmob... (esto último es para tirarme el rollo). 

Espero veros por allí y me cuenten un poco de vosotros.
Con unas cervezas, claro.

Reserva de entradas en: www.salafenix.com




lunes, 7 de abril de 2014

Valiente

“Soy un tío valiente” me digo mientras recojo la ropa del suelo
y ato los cordones de las zapatillas que decido llevar ese día.
Mientras lo hago, practico en voz baja eso de soltar sentimientos
como quien saca la basura después de una noche de fiesta:
con cuidado de no romper la bolsa y la mierda termine otra vez por los suelos.
Teniendo en cuenta el clima de mis emociones abrigo lo que me queda de sinceridad
y salgo a la calle con los segundos rozándome los talones,
pero los cordones atados para no tropezarme.
Otra vez.

“Soy un tío valiente” me digo mientras el aire de la primavera va en dirección contraria
y yo lucho con los semáforos en rojo,
los peatones cabalgados por deudas, pero con trajes a la moda,
contra los quince bares que adelanto antes de llegar a la parada del metro
que me retuerce el estómago con sólo verlo crecer.
Y la escalera, claro, que lleva tu nombre desde el día aquél que tropezamos.
¿Lo recuerdas?
Tú con las prisas porque ibas a perder el tren
y yo, acostumbrado a eso, caminaba escribiendo frases en el móvil.
Hola, me dijiste.
Adiós, te conteste.
Sí, así de patético y distante.

“Soy un tío valiente” Me digo mientras me aferro a la barandilla
y me alejo de la seguridad de la calle.
Sí, el metro me sigue dando miedo.
Y las veces que digo tu nombre en voz muy baja
y el eco de tu ausencia termina creando terremotos.
También le tengo miedo a la muerte,
antes ni siquiera me importaba,
hasta me burlaba de ella,
pero un día apareciste en mi puerta con el pelo mojado por la lluvia
y sonreíste...
y bueno, ya sabes.

“Soy un tío valiente” me digo mientras me dirijo al bar donde estarás sentada
bebiendo una cerveza,
liándote un cigarrillo de ese tabaco tan raro que fumas,
leyendo a Montero o Cortazar y subrayando las frases que te atrapan.
Estarás allí,
llenando el bar de miradas curiosas,
de gente que no se atreve a hablarte,
de recuerdos en cabezas de borrachos
que hablarán de ti como una fábula en su historia.

Y yo camino como si el mundo se estuviera cayendo a pedazos,
con un solo objetivo,
con prisas,
con tu aroma rescatado de las sábanas,
apretando los dientes,
los puños,
suplicando al tiempo que me devuelva los segundos que pierdo mientras duermo
y no te miro,
y no me miras,
y no es justo,
nada es justo.
Y el tiempo avanza
y yo te juro amor,
que me vuelvo héroe,
que me vuelvo aire,
que me vuelvo agua,
valiente, valiente, valiente...

Y llego puntual por desgracia,
hubiese preferido llegar antes.
Abro la puerta,
el silencio se apodera de mis manos,
...de mis ojos...
...de mi voz....

Y tú me ves, sonríes y dices:
“ven aquí valiente y dame un beso”
Y entonces

yo me hago picadillo.

domingo, 30 de marzo de 2014

Si nos proponemos embarrarnos los pies
procuremos que el barro nos llegue hasta las piernas.
Así, sería más divertido jugar a saltar sobre el fango de nuestras propias desgracias.
Llevar al límite cualquier acto de rebeldía
por más pequeña que sea nuestra intención.
Remover el vacío existencial que uno pasea por dentro,
como quien muestra sus monstruos en una primera cita.
Sin tapujos y con las cartas sobre la mesa.
Dar la voz de alarma en el acto simple de rodar cuesta abajo
y que el resto del mundo se entere.
Que no estamos solos joder,
que hay millones de personas atrás esperando tu nueva caída,
con los brazos abiertos,
sin importarle cuanto es el peso a cargar.
Demos un paso más en la historia
abriendo las ventanas y saltando todos al mismo tiempo,
sincronizando nuestro reloj de la casualidad,
acortando nuestra escala de valores personales
y dándole más importancia al humano.

Libres,
sin cadenas en los dientes .

Que todo acto sea válido y que sobren los permisos,
como el pensamiento en la cabeza de un borracho
que discute sobre la manera correcta de decir “te quiero”
o el arquitecto que defiende la libertad en palestina.
Salir de la opresión en cualquiera de las medidas,
que ya os vale de jodernos,
que no nos entran más leyes por el culo,
que estamos saturados de información hecha para teleñecos.
Un mundo donde la gente no tenga que esconderse en los armarios,
ni los niños caminar con miedo frente a las iglesias,
donde la democracia se sirva en cualquier bar de cualquier esquina,
y las mujeres sean la parte valiente de los hombres.
Que ya está bien joder,
que ya os vale,
que si vamos a embarrarnos los pies

que sea hasta lo profundo de nuestras heridas.

jueves, 27 de marzo de 2014

Nueces y pasas.

Abro los ojos. Son las siete de la mañana y tengo los huesos entumecidos. Me cuesta despertar. Me siento al borde de la cama y bostezo, abro tanto la boca que siento como me aprieta la piel del cuello. Busco entre la ropa que hay tirada por la habitación un par de zapatillas para no tener que poner los pies en el suelo, aún quedan pedazos del inverno que se sienten al primer contacto con las baldosas y no me gusta empezar la mañana con los pies fríos. Camino hacia el baño ayudado por el tacto de las paredes, como un borracho que intenta llegar a casa. Me miro en el espejo con pocas ganas y giro la manilla de la ducha. Mientras calienta el agua veo cómo va desapareciendo mi rostro del espejo con el vapor del agua caliente. Me jode muchísimo tener que quitarme la ropa, pero lo hago. Algún día tengo que intentar ducharme con la ropa puesta y a la mierda con la pulmonía. Me introduzco en el pequeño cuadrado de la ducha y dejo que el agua haga conmigo lo que quiera. Hace mucho tiempo que no me masturbo y hoy no será la excepción. Salgo de casa con unos vaqueros gastados y compro un café en el bar de abajo. El dueño es chino, nunca nos entendemos del todo bien, pero me gusta que siempre lleve una sonrisa a pesar de que abre el bar dieciséis horas al día. Camino en línea recta hacia el trabajo, está a dos calles del lugar donde vivo. Al entrar hago la misma rutina de siempre: Saludo, voy camino al vestuario y repongo lo que venderemos esa mañana, abro la tienda y pongo el rostro de simpatía que me ha ayudado conseguir la carrera de arte dramático. No ocurre nada interesante por la mañana. Entran los clientes habituales que me saludan con un poco más de simpatía, las viejas que me hacen sentir transparente, guiris perdidos en la caótica Barcelona, madres con prisas llevando a los niños al colegio, resacosos y ejecutivos de las oficinas de alrededor.
Eso, nada interesante ocurre a lo largo de la mañana.
Hasta que entra ella.
Tiene el pelo negro y la piel canela y unos ojos que invitan a enamorarse de cualquiera de sus gestos. Sonríe como una modelo de catálogo, y a mí me recorre un escalofrió por todo el cuerpo, el corazón me deja de latir y el tiempo se detiene como paralizado por sus pasos. Y yo allí, sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Cuando me pongo a su lado todo me empieza a fallar, no vocalizo bien, las manos son como una prolongación de mi estupidez, tengo las piernas de gelatina y quiero atender a todo el mundo menos a ella. No quiero que se vaya. Me odiará por eso, seguro, pero no deja de sonreír.  Cuando me toca atenderla me acerco como un preso condenado a morir por un ejército de fusilamiento. Me habla de los sabores que le gustan como provocando y me pide consejos sobre qué llevarse a la boca. “A mí, llévame a mí, sácame de esta rutina de derrotas y bailemos por las calles bajo la lluvia. Compremos cervezas y riámonos de todo lo que pase allá afuera. Te lo juro, no siempre hablo de la tristeza, no veas el fracaso de mi nerviosismo, puedo ser gigante si me lo propongo y hablar de tu piel si me dejas, de tu pelo después de la ducha, de tu aroma cuando pasas por cualquier esquina, de tus dedos cuando se enreden con la taza del café, o de la infusión si lo prefieres. De todo este desastre de vida que te propongo, pero que nunca te faltará el amor. A mí, llévame a mí. Sólo una vez y luego decide”.  Yo sonrío y le digo que hay panes que están muy bien y le digo cuáles le podrían gustar. Entonces ella me dice: “no digas más, me llevaré el de nueces y pasas, como siempre”. Saca el dinero de su bolso, yo aprieto los dientes y la veo marcharse junto con mis ganas, con la esperanza de saber algún día su nombre y de ver dibujado en sus labios el mío.
Guardo el dinero en la caja y todo se pone gris. Vuelvo a la rutina de siempre: Me despido, voy al vestuario y me pongo nuevamente mis viejos vaqueros, salgo de la tienda y camino en línea recta hacia casa.
Eso sí, con una palabra que me repito sin dudar:

TAL VEZ MAÑANA.

lunes, 17 de marzo de 2014

Carrer sin número.

Ella puso su mano en mi pecho como un atardecer en primavera,
“no puedes dormir que te tienes que ir a trabajar” dijo
mientras cerraba los ojos y recostaba su cabeza sobre mi hombro derecho. 
Eran casi las seis de la mañana.
Y era verdad,
en menos de dos horas tenía que estar de pie y presentable
para ir a sonreírle a la gente.
Pero no importaba.
Hubiese cambiado todos mis planes por quedarme tendido frente,
debajo
o sobre  ella.
Pero no lo hice.
Cuando sonó el maldito despertador,
estábamos los dos sobre la misma cama.
Ella dormía y estaba preciosa
y yo me quedé mirándola como un jubilado mira las obras.
Tenía las sábanas enredadas en los pies
y el pelo le cubría la cara,
así que le di un beso en la mejilla,
le acomodé del pelo tras las orejas,
y la abrigué como se le abriga a los recién nacidos,
con cuidado y ternura
tratando de no despertarla.
Respiraba lento
y como una noria gigante me dejaba vacíos en el estómago.
Tenía la piel blanca
y brillaba como un amuleto de buenos días.
Olía a cigarros y cervezas
y era el mejor olor que había notado en mucho tiempo.
La volví a besar,
cómo no,
y salí despacio de la habitación.
Me pasé todo el día pensando en su boca,
en todas las maneras que tenía de mirarme a los ojos,
en la manera que me desnudó sin quitarme la ropa.
Lo tengo claro,

Mañana no me pongo el despertador.

El recurso de los soñadores (La teoría de volar)



   Etimología: Un bote sin cubierta, de escasa eslora, fondo plano, reducida obra muerta, construcción no demasiado robusta, por lo general de madera, muy poco seguras para navegar por aguas agitadas, que tiene diversos usos: separar a la familia, cortar en trozos el alma y navegar a las garras  de perros asesinos.



Acto I

Yo: ¿Escuchas eso? Es el hablar del silencio. El
   gritar de miles de personas hundidas en su
   soledad, con miedo de mirar hacia arriba.
Ella: ¿A dónde vamos?
Yo: No sé, tú tienes el mapa.
Ella: Sí, pero lo tengo dentro del estómago.
Yo: Entonces ya sabes lo que tienes que hacer.
Ella: ¿Aquí? No pretenderás que…
Yo: Sí, lo tienes que hacer.
Ella: Está bien, (calienta el cuerpo) prepárate, ¡ahí va!
Yo: ¡Para! No me refería a eso, quería decir que lo
   volvieras a inventar.
Ella: Pero si siempre hacemos eso, inventarnos el
   viaje.
Yo: Ya lo sé, pero si lo veo en papel me siento más
   seguro.
Ella: Yo me siento más segura si lo veo en
   televisión o en esas pantallas gigantes que nunca
   vi.

Acto II
Yo: Me… me… ¡ahogo!
Ella: ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Yo: Auxilio me hundo.
Ella: ¡Hey! ¿Qué te pasa? me estás preocupando.
Yo: El mar… el mar de mi estúpida imaginación
   me sumerge. Me atrapa.
Ella: ¡Eres un idiota!
Yo: Espera. Cuando se me estaba acabando el
   oxígeno, en la que tu ideología de esa vida irreal
   ayudaba efusivamente a mi alma a morir, he
   iluminado una idea.
Ella: ¿Qué has pensado? ¿La cura del sida? ¿La
   desolación de los elefantes? ¡Dime cuál!
Yo: ¿Tú sabías que los elefantes nunca olvidan?
Ella: Sí.
Yo: Pueden recordar un rostro aunque no lo vean
   en mucho tiempo.
Ella: ¿Y tú ya olvidaste?
Yo: ¿El qué?
Ella: ¡Tu idea!
Yo: Es verdad, contémonos cuentos con finales
   felices.
Ella: ¿Para qué?
Yo: Para seguir con la esperanza de que todo esto
   tendrá un final feliz.

Acto III

Yo: Quiero un algodón de azúcar.
Ella: ¿Para qué?
Yo: Para subirme en él y flotar, como flotan mis
   miradas en su mirar.
Ella: Te estás poniendo melancólico, ¿hablas de
   alguien en especial?
Yo: De nadie y de todos.
Ella: No sé en qué momento tuvimos que hacer
   esto.
Yo: Cuando cambió la fe, cuando se acabaron los
   sueños, cuando nos cortaron la vida…
Ella: La noche cae, el cielo llora y me grita.
Yo: Todo va a estar bien lo sé.
Ella: Me hace feliz estar contigo.

Acto IV

Yo: Veo todo nublado, no respiro bien. (Agitado)
Ella: No…
Yo: El bote no aguanta más.
Ella: Tengo mucho frío y mis labios lloran carne.
Yo: No me quiero ir, así no…  (Entre lágrimas)
Ella: Dame la mano y respira conmigo.
Yo: Una vida mejor…
Ella: Una vida digna…


domingo, 9 de marzo de 2014

Morir no estaba dentro de mis planes.

La tristeza es saber que no abrirás más la puerta,
que no llamarás al timbre porque te has olvidado las llaves,
ni se oirá tu voz de susurro en mis orejas contándome cómo te ha ido el día,
o yo besándote las palabras incordiándote los finales de frase.
Que no lameré tus dedos con chocolate,
ni tu ombligo después de la ducha.
Que en la entrada no dejarás más los zapatos,
ni las marcas de tus huellas en las baldosas.

La tristeza es darme cuenta que me sobra media cafetera por las mañanas
y media cama por las noches.
Que en el tendedero ya no cuelgan tus pijamas,
sólo mi cadáver
junto a los 14 mensajes sin enviar que tengo guardados en el móvil.
Que la nicotina ahora va por sangre
y tu ausencia me la esnifo con turulos en los baños,
donde pinto con sudor en las paredes:
“yo estuve aquí contigo”

La tristeza es marcar con una X en el calendario los días que no te veo,
seguir preparando comida de más porque aún no me acostumbro,
negarme a llenar con espesura el lado vacío que has dejado en los cajones
ni con otros huesos tu silla en el comedor.
Reservar mi dedo índice para tu coño
y esperar al tuyo señalándome
diciendo
“ven aquí, que tengo ganas de mostrarte mis caprichos”

La tristeza es saber que ya no tengo planes,
que me dejo arrastrar como un trozo de basura en medio del mar,
que me sabe a derrota cualquier intento de levantarme.

Que me odio
cuando me veo sin ti.
Que te odio
cuando te pienso con otro.

Que pasar por cualquier calle no es lo mismo sin tus dedos enredados en los míos,
o tu voz entrando por mi boca abierta,
como referencia de vida
como sustento de aire
como  tus piernas en las mejores noches.

La tristeza es ver que con el vaho ya no se forma tu nombre en los espejos,
que lloramos despedidas en estaciones que se olvidaron de traernos
y llevarnos.
Que después de tantos intentos la distancia aprieta
y el amor se acaba,
como tu sonrisa la primera vez que me dijiste “te quiero”.

La tristeza es saber que ya no me conozco.
Y que nunca te llegaré a conocer.

domingo, 23 de febrero de 2014

Tarde de domingo sin 'nosotros'.

Llevo tiritando desde hace dos horas recostado en el sofá y no precisamente de frío.
Tengo las luces apagadas y una lata de cerveza a medio beber,
que de por sí ya es un síntoma que algo en mí no va bien.
Tengo un vacío en el estómago y una sensación de asfixia en cada bocado de aire que doy cuando pienso en lo que está por llegar.
Aprieto los puños y tiemblo.
No sé si de miedo o porque simplemente soy un cobarde y tiro por el seguro camino de la inseguridad.
Algo en mí se está muriendo y yo lo expreso agonizando.
A veces destruyo los cimientos por el hecho de vivir en los aires,
te reconstruyo a mi libre elección y olvido lo frágil que somos,
los años que nos separan
y la distancia que es el diablo pesado que juega a meterme el dedo en los ojos.
Somos como un sueño que se transforma en pesadilla al pasar de las horas cuando me doy media vuelta y sigo viendo la cama vacía,
repleta de tu ausencia,
de un teléfono que ya no suena como antes,
de unos escritos que carecen de significado.
Porque cuando nos dijimos adiós en el primer paso de un taxi te llevaste con él todos los calambres de mis piernas,
y ahora sólo queda el zombi que desconfía hasta del chirriar de una puerta o de la gotera del baño.
Y es que todo se muere.
Como la escarola de una ensalada perdida en lo profundo de la nevera,
que aun así te comes.
O la tinta del boli que rascas en la suela del zapato por si le queda alguna gota de tinta que ponga la piel de gallina al papel.
No sé si me explico.
No sé si te echo de menos o echo de menos a la persona que era cuando estaba contigo.
Tengo pánico de tus dudas y de mis rutinas.
De que un día nos tomemos un café, a saber dónde y con quién y todo nos parezca extraño.
Que nos de pereza hasta sonreír cuando el recuerdo nos desborde la boca.
El reloj de mi estomago suena cada diez minutos cuando la vela se apaga y no sé cuánto tiempo más podré soportarlo.
Y me pesa el pasado que no he terminado de pagar.
Puse en garantía mi felicidad y la de toda persona que intente acercarse.
Quizá es que te gustan los retos,
pero creo que ya no tienes que demostrarme nada.
Ojalá esté equivocado.
Ojalá...
"Si salimos de esta seremos inmortales" me repito antes de dar media vuelta y mirar,
cómo no,
fijamente al teléfono hasta quedarme dormido.

martes, 18 de febrero de 2014

Hablar de ti en patético estado de sobriedad.

Quiero llegar a casa y encontrarte siempre así,
sonriendo,
decidida a comerte el mundo
y a mí,
que nunca fui el mejor bocado de llevarse a la boca.

Quiero verte volar sobre mi vida dejando destellos de sueños a tu paso,
tener el privilegio de ser tu copiloto en este viaje a ningún sitio.
Pero contigo.
Correr muy rápido
y darme cuenta que a tu lado el pasado no me alcanza.

Quiero tomarte la mano al dar un paseo mientras hago de tripas corazón desde que sólo digiero te quieros.
Llevarte a ver pasar trenes y saber que ninguno más es el mío,
saltar en los charcos
y sentir que sin tu voz la valentía se me escapa por las manos.

Quiero ser la gota que resbala en tu mejilla,
el goteo del viernes noche en tu entrepierna,
la mano curiosa que vacila en la curvatura de tu espalda,
el guía nocturno de tus mañanas caprichosas.

Quiero verte pasar por la calle y ser el obrero que te lanza piropos,
vulgares y románticos,
contarte mis aventuras bajo una falda.
La tuya,
y que sonrías,
otra vez,
como cuando llego a casa.

Quiero verte aquí,
conmigo.

Y dejar este escrito para otros.

domingo, 16 de febrero de 2014

Rutina de amapolas.

Llegar a casa como si fuera tu única salida de escape.
Dejarte caer sobre la cama y pensar que toda la mierda que llevas cargando desde hace años hoy pesa.
Y mucho.

Quisiera tener menos años y arreglar algunas cosas que hice mal.
Domesticar la soledad como se doma a las fieras salvajes: con ternura.
Pero la intranquilidad de no saber qué pasará mañana me tiene apretando del pecho, como un boxeador acorralado en las cuerdas del cuadrilátero sin encontrar la maldita toalla, tirarla y poder decir "me rindo".
Siento que mis días de gilipollas están tocando fondo y me perjudica en cualquier decisión que quiero tomar.
Falsifico la felicidad con una sonrisa.

¿Ya os dije que soy gilipollas verdad?

Y es que ahora mismo no sé lo que quiero.
Debería abrir la ventana y dejar que el aire puro entre a mis pulmones, que purifique esta rutina de tabaco que tengo extrangulándome el llanto. Y saltar. Con un sexto piso motivando la cercanía del suelo, sentirme un pájaro mientras caigo recordando lo cobarde que soy.

Que va,
no soy capaz ni de eso.

Allá afuera todos lucen unas manos llevando otras manos, paseando desgracias, fingiendo que todo va bien porque claro, que diría el resto si nos ven llorar en una banqueta del parque.
No, no.
Eso sí que no.
Correrte sobre un trozo de papel higiénico, sobre un calcetín sucio, sobre unas tetas que no te producen placer.
Ponerte un preservativo en la mirada y repetir 'te quieros' como si fuera fácil.
Como si fueras tú.
Lucir el sábado en tu mejor traje, tomarte una cerveza rascando el bolsillo, pedir otra y salir corriendo.

Pringao.
De lamento y condición.

Hacerme pequeño y no encontrarme en ningún sitio, sacudir el armario y darte cuenta que no tienes nada ahorrado y que las deudas te van dejando sin amigos, sin herencias de sueños, sin libertad de expresión. ¿Eso querías no?
¿Ahora qué vienes a reclamar?
Debería nadar en el charco yo solo y no dejar que nadie me acompañe, que para ahogar al resto se inventó el amor.

Abrir la ventana y saltar.
Y sentirme pájaro.
Eso quiero.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Una estampida con tu voz.

Podría pasarme el día entero caminando por este barrio falto de besos.
De los tuyos.
Sonreír de manera artificial cuando me preguntan cómo estoy,
sabiendo que por dentro tengo una alondra encerrada con tu nombre.

Podría matar las ganas con cervezas para luego darme cuenta que no estás.
Y ser patético.
Hablar de tus ojos con los míos sollozando,
crear una laguna con tus recuerdos,
o mirar por la ventana el gris de esta ciudad sin tus pasos levantando remolinos.

Podría tocar la puerta del vecino y hablarle de ti,
de todas las formas que tienes de acomodarte el pelo,
de tu voz en formato secreto, gemido o susurro,
de la cicatriz en tu rodilla izquierda,
o de tus ojos verdes y saltones como dos luceros.

Podría cambiar de sitio la cama y seguir deseando que duermas conmigo,
escribir historias que terminen con tus piernas rozando la lujuria,
mentirle con tu aroma a la almohada que sabe tan poco de sueños desde que te nombre.
Y tú no apareciste.

Podría jugar al escondite con la luz encendida por si llegas no pierdas tiempo en buscarme,
colocar al detalle los zapatos, mis desastres, las camisas
y dejarle hueco a tus caprichos,
compartir manías,
ocasionar estampidas de ilusiones
con el simple hecho de verte ser tú.

Podría acabar con la angustia de un portazo,
coger todos mis recuerdos y plantarme al frente de tu casa,
pelearme con tus miedos
y si hace falta bajarte la noche a la ventana
y sacudir el universo con la única intención de encontrarte,
agazapada,
escondida entre mis manos.

Podría,
sí.
Sólo te falta un motivo para tenerme allí delante:

...quiéreme...

lunes, 10 de febrero de 2014

Volver

Cundo la besé por primera vez supe que algo entre nosotros había cambiado.

Fue en un hotel alejado del centro,
yo me olvidé el tabaco y ella me acompañó a buscarlo a la habitación.
Una vez adentro, cogí los cigarros con la intención de salir rápidamente de allí, no quería que se sintiera incómoda pensando que había encontrado una buena excusa para llevarla a mi hotel, pero cuando me giré se había quitado el abrigo y observaba con ternura las pocas cosas que llevo en los viajes.
- ¿Me tocas algo? - Dijo, como si fuera fácil soltar una respuesta sin pensar en bajarle de un suspiro el tirante de la blusa.
- ¿A qué te refieres? - Contesté.
- Con la guitarra, tócame algo que tengo ganas de escucharte - y
mientras lo decía se quitaba lentamente las botas para luego recostarse en la cama.

Estaba preciosa,
como un amanecer que te encuentras por sorpresa saliendo de un bar,
o como una serenata de grillos en mitad de la montaña.
Libre,
sin ninguna metáfora.

Tardé un poco en reaccionar e hice lo mejor que sé, callarme. Ella recostó la cabeza sobre la almohada y yo temblaba por dentro.
- Venga, toca algo - dijo.
Saqué la guitarra del estuche y empecé a soltar versos con miedo, como si me estuviera jugando la vida en ello. Podía notar sus ojos clavados en mi voz, su olor en cada trago de aire, sus labios en todas las notas que se escapaban de mis dedos.
Cuando terminé el silencio se apoderó de la habitación, hasta el ruido de la calle dejó de existir. Aparté la guitarra y me recosté a su lado. Ella me abrazó y os lo juro que nunca me había sentido tan frágil, como si mi cuerpo fuera de cristal y en cualquier momento me rompería en mil pedazos, pero no.
Me arrancó una a una las penas a base de caricias y me enseñó lo hermoso que puede ser el mundo escuchando el latir de un corazón que dibuja en decibelios mis suspiros.

Y nos besamos,
y fue hermoso
como un músico callejero tocando tu canción favorita,
como un domingo en el sofá y la lluvia golpeando la ventana,
como un juego de palabras que termina con tu nombre.

Nos quitamos los miedos y la ropa y pude notar en cada poro de su piel la primavera. Ella me miraba a los ojos y tocaba mis mejillas con suavidad, yo descubría cada lunar y besaba sus cicatrices sintiéndolas mías. Hicimos del tiempo un poema, donde cada verso era un beso de buenas noches, las que vendrían. Nos queríamos como un todo o nada, sabiendo que quizá esa sería la primera o la última noche del resto de nuestras vidas, pero apostamos a ganar. Ella se dejó hacer y yo me dejé llevar. Sacamos leña de la cama, de las sábanas un escrito donde nuestros sudores dejarían tatuada nuestra firma, y te quise, te lo juro que te quise, en cada centímetro, en cada bocado de aire, en cada plegaria de mis dedos rodando por tu espalda.

La noche terminó con nosotros llegando tarde al resto de compromisos, pero ya todo daba igual.

(Eres la sonrisa más bonita que he bebido en un bar a las cinco de la mañana...)

Cuando la besé por primera vez supe que algo entre nosotros había cambiado.

Ahora es mucho más
y mejor.


miércoles, 5 de febrero de 2014

Viernes 7 de febrero.

Quizá no lleve nada puesto salvo la sonrisa y alguna que otra cerveza de más haciéndole pasar malos ratos a la memoria.
Quizá todos estos nervios se confundan con las ganas de mirarlos a los ojos mientras cuento con nostalgia pequeños instantes de mi caótica vida.
Quizá llene de amor los bolsillos de vuestras agendas y se atrevan a jugar con los mensajes de texto de esa persona a la que seguimos llamando en la tranquilidad de una almohada vacía.
Quizá me arranque el corazón a mordiscos deseando que alguien lo junte a base de penúltimas copas.
Quizá lamente la felicidad que se alejó de mí en aquella estación del metro de Barcelona.
Quizá sonría apretando los dientes viéndote sentada al frente y deje todo lo que esté haciendo para correr a besarte.
Quizá llore en los baños pintados de los bares donde solía esconderme antes de saber que existías.
Quizá me pierda por esa ciudad de provincia vomitando versos a cualquier minifalda que le declare la guerra al frío de Pamplona.
Quizá no haré nada y lo diré todo.
Quizá llegue tarde.
Quizá llegue a tiempo.
Quizá me aferre a vosotros para sentirme a salvo.
Sentirme seguro.
Quizá,
no sé.

Por eso espero veros el viernes 7 de febrero a las 19:30 en el Katakrak de Pamplona para arroparnos un poco.

Victor.

sábado, 25 de enero de 2014

No es lo mismo.

- No soy tu folla amiga - me dijo después de echar el enésimo polvo de la enésima vez que estábamos juntos.
- ¿Entonces qué eres? - Le dije mientras me subía la bragueta.
- Soy tu... confidente. Tío, tengo veintidós años y tú ya tienes los huevos demasiado desgastados para mí. -
Y tampoco es que le lleve muchos años, pero no es la primera persona que me dice que aparento muchos más de los que tengo. Como eso de que no me pega nada escribir cosas tristes para lo alegre que soy.

   Miro a mi alrededor y tengo la sensación de que sigo sin avanzar, como si todo lo que me rodea lo llevara arrastrando desde el día que decidí poner los pies en este planeta. Las mismas caras, las mismas manos, las mismas miradas desconfiadas de las mujeres cincuentonas que cogen fuerte su bolso cuando me ven cruzar la acera.
La verdad es que ya no me sorprende nada.

Cuando cumplí los 16 años y me peinaba aún con gomina, soñaba con ser actor. Siempre lo quise a pesar de que me confundí muchas veces por el camino y estudié a medias otras carreras sin el éxito que esperaba. No sé si yo o mis padres.
Me miraba en el espejo y me repetía 'tú vas a ser el mejor' y salía con aires de valentía para practicar en la mejor escuela que tuve. La calle.
No se lo contaba a mis amigos porque sabía de antemano las burlas a las que sería expuesto ya que en una latinoamérica infectada por una sociedad de consumo, ser doctor, arquitecto o abogado es mucho mejor que ser un simple actor. Además, hay que ser sincero, nunca fui el más guapo del barrio para otros ojos que no sean los de mi madre; y para mucha gente, ser actor es salir en la televisión y yo de eso estaba muy lejos. Y sabía, que mientras otros hablaban de sus futuros coches, sus futuras casas y sus futuras mujeres de calendario, mis conversaciones e inquietudes no serían nada interesantes para ellos. Así que cuando estudié la carrera de Arte Dramático, lo hice muy de perfil bajo. Pero con el mentón siempre arriba.
A los 16, creía en el amor y esperaba compartir mi vida con una sola persona. Alguien a quien mirar a los ojos todas las mañanas y no sentir tanto miedo al hacerlo. Y busqué, os lo juro. Y lo encontré en cada una de las mujeres a las que besé, pero creo que yo no fui lo que ellas esperaban.
Cambié de ciudades por unas piernas, cambié de países por otras piernas y no me arrepiento por ello. Todo lo contrario, aunque nunca tuve la oportunidad de pedirles perdón por tanto daño causado.

A veces camino por la calle como si buscara algo, un golpe de suerte quizá, con la mano abierta y en toda la cara.
Voy tirando, intentando sobrevivir en un curro que no me hace feliz, pero tengo que aguantar para poder dedicarme en mis ratos libres a lo que realmente me gusta.
Hay que joderse...
Me doy cuenta de todo lo que he dejado a un lado y me viene una pregunta como un dardo:
¿En realidad vale la pena?

- Tengo que irme que tengo clase, ya sabes, la universida te consume - me dijo sonriendo mientras buscaba entre su bolso una tarjeta para hacerse una raya de cocaína.
  

miércoles, 22 de enero de 2014

Un cuarto pasadas las diez.

A veces me pueden las ganas de llorar
y me basta con un cigarrillo que se consume más de un lado que del otro,
una canción sonando en el reproductor que ni siquiera escucho
y el sonido en mi cabeza de tu voz repitiendo:
No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

Hacerlo mal siempre es mi primera opción,
lo mismo que dejarte ir,
para que no te consuma este patético escritor que ya no sabe ni escribir de él.

Volverme invisible,
eso quiero.

Y lo voy a hacer,
pero no contigo.

Ya no sé ni quién soy,
ni qué busco.
Me aprovecho del desarraigo en que he convertido todas las muestras de cariño que me mostraste antes de que mis estúpidas prisas sean el motor principal de querer escapar de todo.
Y de ti.
Como siempre lo hago,
como lo aprendí de tanto caer.
No puedo alejarme del cobarde que llevo pegado al cuello,
que le teme a la soledad
y busca los encuentros con la muerte siempre que tiene oportunidad de un miserable beso que no son los tuyos.

No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

El borde de los precipicios es lo más parecido a los sueños que teníamos de querer formar un camino juntos,
y quiero que cualquier recuerdo tuyo esté a kilómetros de distancia,
que viva en el zulo donde coleccionas los cuerpos de tantos otros que creiste querer,
de tantos que como yo se olvidaron lo más importante.
Que eres tú.
Y todas esas formas que tienes de soltarte el pelo,
de escoger los hombros cuando sientes frío,
de mirar a los ojos cuando la verdad no te toca.

Joder,
preferiría mil veces pelear contigo
que llegar a esto.

Que besar a otras.

No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

lunes, 20 de enero de 2014

El día que te fuiste.

En mi sofá hay sitio para las canciones,
tus preguntas
y mis caprichos.

No te vayas.

Tengo cervezas de sobra en la nevera,
tabaco mal liado en la mesilla,
algún que otro poema perdido
en ese montón de facturas
y un corazón que está dispuesto a aguantar
más emociones.

¿Te parece bien?
Entonces
no te vayas.

Afuera está lloviendo
y no hace falta salir para mojarnos,
aquí también podemos hacerlo,
ya verás como en poco tiempo
nos encajan las arrugas de las manos.

No te vayas.

No te vayas y
Ponte cómoda,
como si fuera tu casa,
quítate los zapatos
o la ropa,
lo que quieras
pero ponte cómoda.

Y no te vayas.

He puesto los sentimientos
en orden aleatorio
para bailar el ritmo que nos toque
por sorpresa,
improvisando,
como a ti te gusta.

Espera,
que enciendo la calefacción,
no te vayas.

La casa es pequeña,
pero tiene sus ventajas:
podemos jugar al escondite
sin tener que sufrir para encontrarnos.
Que ya nos hemos perdido muchas veces,
que no hace falta hacernos más daño.

No te vayas.

Te puedes quedar a dormir,
tengo almohadas de sobra en la cama,
mi pecho por ejemplo,
o el rincón que prefieras de mi brazo,
y puedes cambiar todos los motivos a tu gusto,
como los cojines
o la intensidad de los besos
para despertar por la mañana.

Voy por más cervezas,
no te vayas.

¿Por dónde iba?
Ah sí,
puedes llenarme la rutina con tu nombre,
el móvil con mensajes,
la casa con tu aroma,
los cajones con tus bragas,
la ducha con tus cremas,
las paredes con gemidos,
la soledad con tu sonrisa,
llenarme la vida de ti,
conmigo,
de nosotros.

Mira,
voy a dejar la puerta sin cerrar
y las ventanas abiertas.
Tengo un par de alas de sobra
que puedes coger las veces que quieras.

¿Qué dices?
¿Te gusta la idea?

Entonces
por favor,
no te vayas.