martes, 24 de febrero de 2015

Anna siempre tiene frío.
Por más que encienda la calefacción
y se envuelva con las mantas del sofá como un regalo de cumpleaños,
siempre tiene frío.
Yo hago lo que puedo:
la abrazo,
me escondo con ella bajo las sabanas,
capturo sus pies entre mis piernas,
le beso la nariz,
las manos
y la frente,
le preparo infusiones insuficientes,
acaricio sus cabellos de cascada,
lamo su piel de chocolate...
Yo no sé exactamente qué tengo que hacer
cuando la veo encogerse entre mis brazos,
o me mira con ojos de niña caprichosa,
o me dice: Háblame bajito que así estás más cerca.
De verdad,
no sé qué tengo que hacer:
Si declararle la guerra al invierno.

O darle las gracias.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Invierno todo el año.

Hace mucho tiempo que he dejado de saber quién soy.
Abro los ojos y el techo cae sobre mí aplastando el último suspiro del sueño.
Me levanto de la cama, zapatilla, zapatilla,
y camino por el pasillo como buscando un punto de apoyo.
O de vida.
Miro en el espejo del baño un rostro demacrado,
cargado de resacas a punto de explotar.
Giro la manilla de la ducha,
agua fría en la cabeza.
Me lavo el cuerpo y refresco las heridas.

Salgo de casa y camino en dirección desconocida,
he perdido el impulso de buscar un sitio cómodo donde poder recostarme
sin pensar en tanta mierda.
Tengo la cabeza llena de pájaros desde que no estás.
Pero no quiero sonar dramático,
así que aparco cualquier pensamiento que te haga volver.

En los parques la gente se sienta en los bancos a pesar de ser invierno.
Cubren sus manos con guantes y el cuello con bufandas.
Una pareja en una esquina,
supongo que se acaban de conocer.
Ella fuma un cigarrillo y él habla y habla...
No guardan silencio.
No tienen ni puta idea de lo que es mirar el amanecer.
No lo sé.
Tal vez exagero, tampoco quiero imponer mi idea del dolor.

No entiendo muchas cosas,
Ni siquiera sé qué coño hago aquí.
Ni porqué los observo.

Entro en un estanco para comprar cigarrillos,
el dependiente, un chico joven, me pregunta qué es lo que quiero.
Le suelto un rollo existencial totalmente absurdo sobre lo que quiero y lo que necesito.
Me mira con desconfianza y dice: Ya, ¿y aparte de eso?
Tabaco de liar, gracias.

El frío es terrible.
No llevo guantes, ni bufanda.
Tenía tus manos y tus besos a cambio,
ahora no sé cómo sobrevivir al invierno
cuando todo el verano me ha declarado la guerra.

Vuelvo a casa,
enciendo el ordenador.
Zapatilla, zapatilla...
agua fría en la cabeza.

¿Contra quién juego ahora?

Lo acepto,

me he rendido.