jueves, 12 de septiembre de 2013

Prólogo de mis buenos días.

Son las 9 de la mañana y caliento el café en el microondas antes de ducharme. Me paso la mano por la cara y me doy cuenta que mi barba tiene una clara intención de asesinarme, porque empieza a deslizarse violentamente sobre mi cuello.
Veo el correo y son todo facturas que voy acumulando en el buzón. No tengo ganas francamente de hacer equilibrio con las cuentas, además no sirve de nada, ya tengo la casa llena de números rojos.
Pienso en ponerme a escribir y la verdad es que no estoy muy inspirado que digamos.
Hace unos meses empecé a redactar una novela, pero he parado porque se está convirtiendo en una apología de tus ojos y me parece un coñazo, no por tus ojos sino por mí.
Mientras bostezo reviso escritos pasados, ya sabes, el ego del escritor. Hay uno que habla sobre vivir juntos en cualquier país que lleve tu nombre y de tener dos hijos a los que llamaremos en homenaje a Jaime Bayly 'clítoris y circuncisión' y que por más que nos abandonen de mayores en un asilo de dudosa profesionalidad (normal, con esos nombres) nuestros cepillos de dientes seguirán besándose en el mismo vaso. Sería romántico, sí, pero ahora mismo me parece una guarrada.
Hay otro que tiene un postdata repitiendo la palabra 'te echo de menos'. Vaya, me acabo de dar cuenta que soy un pesado con los versos repetitivos.
Todos los que encuentro hablan de ti, y creeme que me gustaría poder llamarte por tu nombre pero me corre un miedo atroz que no vengas cuando lo haga. Llamarte. Desde entonces no pronuncio tu nombre en esta esquina de la casa.
Hay todo tipo de escritos sobre la mesa como en un juego de mus, solo que aquí se apuestan sentimientos y yo ya voy perdiendo por envites. Es como si en estos escritos pasados buscara un futuro que se me escapó, ese último suspiro antes de morir, ese verso inconcluso que se te queda en la punta de la lengua.
Si supieras que he borrado tu número de teléfono aproximadamente 30 veces, que he luchado con mi dedo índice para no señalarte cuando me preguntan dónde me duele.
Y tú que siempre vuelves como un borracho al bar donde lo sacaron alguna vez a patadas a sacarme los suspiros de la boca.
Y no quiero escribirte, de verdad que no quiero, pero me corren insectos por la piel cuando te imagino apareciendo por mi puerta con tus aires de niña pretenciosa, de opusina viciosa de placer, con esos pelos rojos desafiando al mismo diablo, con sangre azul y pies de plomo aplastando con malicia las flores de mi jardín.
Y me muero de vergüenza cuando salgo a la calle y no eres tú la que me mira. Y me siento un extraño en las minifaldas de los bares donde no estás y sólo tiendo a pedirme tres cervezas y cinco preguntas sin respuestas en los baños.
Y despertarme duele y dormir es la muerte por ahogamiento del colchón.
Y no quiero, no, sentarme a escribir esto.
Así que cierro el cuaderno aquí y me pongo con la novela ya:

"...y ella pasó por aquel portal donde los sueños son preciosos.
Y son de otros."

¡Joder!

No hay comentarios:

Publicar un comentario