sábado, 7 de septiembre de 2013

La penúltima y me voy.

Recuerdo a la andaluza que me miraba la polla siempre que hablábamos. Se mordía el labio inferior y acariciaba mi entrepierna muy despacio con los dedos. 'Eres una cabrona', le decía. A ella le gustaba ponerme nervioso frente a la gente, y no se cortaba al darse la vuelta y bailarme como la mayor felina en celo de la historia. Cuando me besaba el cuello, algunas veces, me dejaba moratones de esos que no sabes cómo justificar frente a una madre y se burlaba de mi cara de pardillo frente a sus piernas '¿qué pasa? Parece que nunca has visto un coño depilado' me decía. Y la verdad era que hasta entonces no había visto un coño tan bonito más que depilado. Era tan perfecto ante mis ojos que daban ganas de montarte una tienda de campaña y pasar todo el invierno allí metido. Los jueves, al salir ella del trabajo, nos dábamos un paseo por la montaña de noche. Siempre nos gustó eso de la maldad que genera la oscuridad, aunque no éramos capaces de matar a una mosca y ella siempre gritaba cuando veía una araña, pero el juego de ser dos rebeldes por el mundo nos ponía muy cachondos. Una vez nos pillaron haciendo el amor (sí, ese día no te follé). Estábamos en el sofá de su casa y su madre tenía llave del piso. La imagen fue patética. No nos había dado tiempo a quitarnos la ropa, así que con los pantalones a la cintura, ella a cuatro patas y yo cogiéndole de los pelos como había visto en las películas porno. Su madre pegó un grito y se tapó los ojos. Yo no sabía dónde meter la cara, bueno sí, sí que sabía, pero no era propio hacerlo frente a su madre. Ese día cenamos los tres y por vergüenza, de unos más que otros, no tocamos el tema en toda la noche.

Recuerdo a la madrileña pija de lavapies. Era rubia y tenía novio, aunque a mí me veía los lunes y algún que otro viernes. Su novio era un tío 'bien' que trabajaba de supervisor en una multinacional (no pondré el nombre por eso de que la publicidad sin lubricante no mola) y tenía un Audi tt descapotable. Cuando venía los lunes a verme traía unos tacones altos y las bragas las llevaba a juego con el color de la camiseta que tocaba. Al terminar de follar ella se arrepentía, no de follar conmigo, sino de engañar a su novio. Me contaba lo bueno que él era y lo puta que se sentía cuando venía a verme. Claro, todo esto me lo contaba con sus sueños apoyados en mi pecho. Tenía las tetas firmes y duras, y unas curvas que daban ganas de recorrerla entera en bicicleta (sí, yo no tengo un Audi tt), y el color de su piel con sus lunares daban la sensación de estar mirando un cielo en negativo. Cuando se iba de mi casa me besaba como en las películas, cogía con sus manos mi barba mal afeitada y frotaba su nariz contra la mía. 'hasta la próxima bombón' gritaba. Hasta el lunes señorita, respondía.

Recuerdo a la extremeña que no sonreía, directamente le reventaban fuegos artificiales en la boca. Tenía 22 años y vivía con su padre. Era la menor de tres hermanas, las otras dos cogieron sus maletas y fueron en busca del sueño pro-metido en los telediarios. Quería ser actriz y jugaba a cambiar de personajes en la cama. Puedo decir, y muy orgulloso, que me he follado a la mujer maravilla, Eva Gardner, Lucía la Piedra, Michelle Obama, Rosa del cuarto, La Virgen María, Madonna, Charlize Theron, alguna que otra vía andante y a Marujita Díaz (de esta última no tengo buen recuerdo). Y decía que me quería mirándome a los ojos y yo se lo demostraba metiéndome dentro de ella. Tenía la piel suave y brillaba como un deseo de boda. Siempre se levantaba cantando y a mí eso me encantaba, preparaba café y mientras tomábamos desayuno me contaba de todos sus planes de futuro. Claro, creo que nunca se dio cuenta que sin querer, o tal vez queriendo, no me incluía en ellos. Andaba siempre descalza y bailaba en los parques con una litrona en la mano. Tenía un cartel en el pecho con la palabra 'libertad' y nunca fue de nadie, pero a la vez lo era de todos. Una mañana desperté y se había ido. En una carta que dejó sobre la mesilla de noche ponía que su hermana la necesitaba y tenía que irse con ella, y que no se despidió porque nunca le gustó cerrar la puerta de las casas bonitas' esa noche lloré. Lloré tanto que lo hacía ya sin lágrimas en los ojos. Hasta el día de hoy no sé nada de ella.

Recuerdo a la catalana amante de la cocina y de las comidas por la mañana. Así daba gusto despertar joder. Me podía pasar el día despertando entre sus piernas, en la curva de su sonrisa, en la línea recta de su mirada o en la canción de sus palabras en mi oído. Los domingos me invitaba a probar recetas nuevas que inventaba. Vomité tres veces. No porque su comida sea mala, faltaría, sino porque me obligaba a comer cosas que no me gustan, pero como buen ¿novio? me comía lo que hiciera falta por el simple hecho de que iba a ser feliz. Cuando se enfadaba gritaba insultos en catalán y le jodía que yo me riera de sus estropicios, entonces cruzaba los brazos y cerraba las piernas como castigándome y no me quedaba otra cosa más que volver a comer. A ella y a sus recetas.

Recuerdo a la pamplonica de ojos azules que me robó 730 sonrisas. Cuando nos conocimos y antes de regalarle parte de mi futuro sin futuro, dábamos largos paseos por un buenos aires que temblaba cuando ella se asomaba por sus calles. Era normal tenerle miedo, era la mayor enemiga de la muerte. Ella me contaba sus historias y de lo coñazo que fue la carrera de psicología. Cuando me hablaba y hacía ese gesto de enamorarme hasta el odio, yo pensaba 'aquí te voy a besar, no, mejor aquí, o en el portal de aquél edificio azul, mejor entre los árboles o dentro de un cubo de basura... te voy a besar en la rodilla y te voy a comer el coño, mi amor, como nunca te han querido en la vida' y ella, claro, seguía hablando. La primera vez que la besé fue en un bar donde el camarero colombiano no dejaba de traernos cerveza, mientras lo hacía, besarla, me cogió la mano y supe en ese momento que ese beso me iba a doler en mi no-futuro. Luego nos fuimos a casa y antes de entrar por la puerta me volvió a besar y no pudimos con nuestras hormonas revoloteadas y enamoradas como dos adolescentes que se dan la mano a escondidas a la salida del colegio. Y follamos tanto, y nos quisimos tanto, que el amor eran dos gotas de semen y un mar de fluidos con nuestros nombres. Su espalda era un mapa que escondía un tesoro señalando siempre el norte de sus muslos, y yo me perdí de amor, de celos, de noches con resaca, me perdí tanto que cuando volví a ver su espalda desnuda no me reconocí en ella. Y luego llegaron las peleas absurdas, las llamadas vacías, las lunas por la ventana bajo una lluvia de lágrimas, el botón del intercomunicador sonando en mi cabeza como una melodía repetitiva 'no te quiero, no te quiero, no te quiero...'. Así que, llegados a ese punto no tuvimos más remedio que decirnos perdón. Y adiós.

Ahora mismo mi vida es un no saber a dónde voy y eso también está bien. No tengo a alguien que me diga guarradas al oído, pero algunas noches tiro de teléfonos. Vacíos por cierto. Tengo un perro que me da abrigo por las noches, amigos que me mienten y me hacen feliz y una familia que imagino no me lee por eso de 'que vulgar eres hijo mío'. Pero tampoco me importa mucho.
Ahora sólo me queda esperar a que pase el tiempo.

O que el tiempo pase de mí.

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