lunes, 4 de diciembre de 2017

No me gusta escribir

Yo no dejé de escribir,
nunca paro.
Es automático,
como si sintiera el efecto de la droga más potente
y destructiva que ha existido,
como morir mil veces y acabar disfrutando de eso.
Lo llamaría "abstinencia de melancolía",
ya que estar contento parece una tarea ardua y casi imposible.
Al menos para mí.
No me gusta escribir.
De verdad,
nunca me gustó.
De hecho,
son pocas las cosas que me gustan hacer.
Nunca quise nada de eso.
Pero soy consciente
que algún día perderé la llave de la vida,
por eso voy dejando copias
en las personas que me prestan sus ojos.
No escribo por amor,
no hay pasión en esas líneas.
Escribo por necesidad,
escribo para seguir nadando en cualquier dirección
que me traiga de vuelta un propósito.
Es algo que va más allá de la razón.
Las palabras me sacan a flote
y me permiten respirar otra vez,
y otra vez,
otra vez.
Siempre ha sido así.
Pierdo el aliento
y vuelvo cuando encuentro el sol en la superficie.
Los garabatos alivian mi asfixia.
No importa lo que pase,
renunciar siempre me pareció más simple,
más fácil.
Pero no soy de las personas que viven en el confort,
ni de las que se convierten en máquinas de centrifugar odio.
Estar triste requiere más de paciencia
que de alma.
De hecho,
estamos llenos de kilos de tristeza,
así que siempre quedará para un día más.
Cuando despiertes,
huye antes de que te pueda alcanzar.
La tristeza quiero decir,
pero tienes que saber que siempre está dispuesta a volver,
la maldita es insistente.
No seas la marioneta del sentido,
sólo relájate
y toma una buena taza de café.

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