jueves, 19 de julio de 2018

Semana 1 después de ti.

En la soledad del invierno que me carcome como un perro rabioso, la primavera ya no se deja ver, la llevas escondida en el pecho con los besos que me faltaron por darte. Eso me tiene de mal humor últimamente, no por la primavera, sino por la sequedad de mis labios en esta lejanía sin ti. Y sin mí, claramente.
Cuando abro los ojos por la mañana lo primero que hago es estirar el brazo hacia el teléfono para darme cuenta que tampoco estás escondida ahí, la soledad se llevaba mejor con un mensaje de buenos días o un “espérame cariño que llevo café y ganas de quitarme la ropa”. Me miro en el espejo como buscando el rastro del hombre que solía ser, y ahora sólo encuentro los escombros del recuerdo, de la falta de memoria, de mi poco interés por las cosas cotidianas. Vestirme parece un viaje al centro del infierno, la ducha una tortura china, el desayuno un vacío existencial donde ya no habita esa ventana con vistas a tu boca.
A veces tengo miedo de la terquedad de la esperanza, de ese crepitar en mis oídos recordándome tu nombre, de este sin sabor que le queda a la literatura desde que ya no sé ni qué escribir. Espero que donde estés, te cueste decir mi nombre, no por el capricho del odio, sino por el miedo a la voz alta y que yo, sin que lo quieras, vuelva a aparecer.

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