jueves, 19 de julio de 2018

Día 6 después de ti.

Anoche soñé contigo, yo te perseguía por un bosque y tú corrías juguetona como si conocieras perfectamente ese lugar. Llevabas un vestido blanco que de vez en cuando se te levantaba por el viento y me dejabas ver la primavera. No podía alcanzarte. De repente, aparecimos en una rueda gigante del parque de atracciones, la gran noria giraba y giraba, y yo buscándote en los otros vagones. Cuando llegaba a la parte más alta se veía la ciudad entera, por abajo algunos parecían hormigas, otros parecían luciérnagas que corrían encendidos, como con prisas. Todos hacían los mismos movimientos, una y otra vez, como pequeños robots. Sentía que la gran rueda me llevaba al mismo lugar de siempre, ahí, donde no conseguía encontrarte. Te vi saltar y me asusté, pero seguiste corriendo. Yo, sin dudarlo, salté detrás de ti, es la primera vez que no sentí miedo al hacerlo. No dejabas de correr y reías, con esa risa que tienes, esa risa que regaba el jardín con mis enanos que se deslizaban entre tus piernas las noches que decidías esconderte conmigo en esta habitación tan falta de ti (siempre repetías que nos equivocábamos tanto, en realidad nos equivocamos muy poco). De pronto, corrías por el parque del avión, y yo no podía entrar porque las rejas estaban cerradas con candados gigantes. Trepabas el avión gritando -¡alcánzame tontito!- y saliste volando. Te perdía de vista entre las nubes hasta que de un momento a otro saltaste en paracaídas. Corrí, corrí muy rápido para alcanzarte, esquivé coches, esquive edificios, salté algunos arbustos, giré la esquina y ahí estabas tú… besándote con otro.

Al despertar me di de golpe con la realidad, me serví una taza de café y toqué la guitarra hasta que me dolieron los dedos. Coño, cuando una persona te quiere en su vida, ella misma te coloca allí. No tienes que competir con nadie para tener ese espacio.

Ya te vale…

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