sábado, 14 de julio de 2018

Día 3 después de ti.

Cuántas veces no sentí ganas de salir de mi cuerpo y encarnar un objeto sin vida. Un lápiz, una pluma tal vez, o cualquier otra cosa inanimada, silenciosa, inmóvil... Así me he sentido yo, una nada rodeada de todo. Y con lágrimas en los ojos, los puños cerrados apretando el orgullo, descubres la inutilidad de llorar por cosas que no valen la pena.
El dolor es igual a un barco que observas estando en la playa, parece que está parado, te distraes con otra cosa y cuando vuelves a ver el barco está lejos. Cada vez más lejos.
Es difícil aceptar que estás jodidamente mal, todo se vuelve duda, paranoia, rabia, impotencia. Sentimientos que ya conozco por el caos que siempre ha sido mi vida, y te lo digo con franqueza: todo pasa.
Mi cama me parece el mejor lugar del mundo ahora mismo. Paso horas recostado mirando el cielo de la habitación, pensando en las líneas que forman paisajes soñados. Pongo música en los auriculares, sobre todo para no escuchar a la vecina gritar llamando a su gato. No duermo, pero por ratos cierro los ojos. Ignoro un poco esa voluntad de salir por ahí y gritar a los siete vientos la mitad de las cosas que me taladran el pecho.
No está mal no saber todo, sólo trato de mantener presente lo esencial: “Lo bueno de los malos momentos es que pasan”.
Lo malo, es que los buenos también.

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