y te veo de lejos y las piernas me tiemblan,
y no le encuentro lógica a que a las noches vengas a
regalarme versos y cuando te vea me convierta en un mudo guardián de secretos.
Caminamos juntos sin dirección alguna,
dejándonos llevar por los apuros del reencuentro
soltando risas nerviosas en intentos tontos de darnos razones
para buscar preferencias en conversaciones lógicas,
pero la locura de tenerte al frente hacen que pierda todo lo
que planeo decirte,
y rompo los mapas que me creo para llegar a tus manos con
estrategias y eso por lo general nunca me funciona.
Muevo la boca fingiendo que hablo porque lo único que hago
es mirarte y pensar que no existe mejor momento en la vida que
hacer eso,
mirarte.
Y cambiamos de bares para alargar las horas de tenernos más
tiempo
y entre cervezas y cigarros nos vamos relajando y acercando
de a pocos los brazos,
se nos ocurren ideas descabelladas y preciosas como
escaparnos a Florencia y dejar a un lado el pasado,
y yo te narro de memoria los poemas que te escribo
porque al fin y al cabo
sólo es describir en palabras lo que siente mi estomago
cuando te recuerda caminando por debajo de mi casa derritiendo el asfalto y
compitiendo en belleza con la luna.
Y el tiempo se nos fue pasando,
y yo te fui ofreciendo de manera sincera lo poco que tengo.
Volvimos caminando de regreso como recogiendo los pasos que habíamos
dado para encontrarnos,
prometiéndonos volver a vernos y construir de a pocos el
camino que la vida nos estaba dando.
Y así,
nos despedimos nuevamente,
y dejé mi corazón en tus manos.
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