sino de uno. Me lo enseñó mientras tejía unas alas en mí espalda.
Porque eso se le daba bien, tejer.
También colocó un corazón en mis manos que me enseñó a utilizar una mañana cuando nos sentamos a las faldas de un cerro en una ciudad blanca y con su vieja guitarra fue tocando,
una a una,
todas las notas del pentagrama.
En los ojos me dibujó un camino y mientras lo hacia lo vi llorar.
Me
mostró su lado humano
(Los
héroes también son frágiles).
En
mis pies depositó kilos de confianza y en el brazo me tatuó su firma,
y
entre idas y vueltas de trabajos sacaste siempre un tiempo para dibujar en mi
cara la sonrisa que faltaba.
Por eso,
por el empeño y el tiempo que invertiste,
las
noches que no dormiste esperándome llegar,
los
desayunos,
las
rabietas
y
las canas que he dibujado en tu cabeza,
por
todo eso,
gracias papá.
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