martes, 11 de septiembre de 2012

Él

Él, me enseñó que volar no es cosa de dos, 
sino de uno. Me lo enseñó mientras tejía unas alas en mí espalda.

Porque eso se le daba bien, tejer.

También colocó un corazón en mis manos que me enseñó a utilizar una mañana cuando nos sentamos a las faldas de un cerro en una ciudad blanca y con su vieja guitarra fue tocando,
una a una,
todas las notas del pentagrama.

En los ojos me dibujó un camino y mientras lo hacia lo vi llorar.
Me mostró su lado humano
(Los héroes también son frágiles).
En mis pies depositó kilos de confianza y en el brazo me tatuó su firma,
y entre idas y vueltas de trabajos sacaste siempre un tiempo para dibujar en mi cara la sonrisa que faltaba.

Por eso,

por el empeño y el tiempo que invertiste,
las noches que no dormiste esperándome llegar,
los desayunos,
las rabietas
y las canas que he dibujado en tu cabeza,
por todo eso,

gracias papá.

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