sábado, 1 de septiembre de 2012

Las cosas claras


Sólo nos costó una cuesta hacia abajo para decirnos toda           
                                                                          la verdad.


Tengo la soledad tatuada en la frente y un malestar en
los huesos que juega a tirarme del corazón.


Siempre que quiero hacer las cosas bien y dejar a un lado
los agobios de pensar tanto y dejarme llevar,

resulta que aparece el demonio de la noche y me hace
topar con ella y descubrir a ciencia cierta que es lo que
pasa.


Y de pronto como un remolino de sentimientos
reflejados en una sola persona,

me dejas todo despejado.
Y yo me siento minúsculo,
como una hormiga enferma que intenta levantar
cincuenta veces su propio peso,
                                                    pero no puede.

Y me atrapa el aguijón de la tristeza,

destapándose todo con sutilezas,
como solo tú lo puedes hacer.

Y se me clavan las palabras en el estomago.

Ahí,

justo ahí,
donde duele.
Yo agacho las orejas y sonrío de lado,
con una lucha en las rodillas para que no me traicionen
y finjo que todo está bien
y camino con las luces apagadas,
palpando en la oscuridad para descubrir una pared que
me guíe,

                 
que me muestre el camino de regreso a casa.

Todo lo demás deja de existir,
como tus palabras
y me ahogo en mis propias fantasías que ahora son una
densa capa de fango y de mierda

y se aleja de mi la felicidad que sentí al verte la primera
vez.
 
Mientras tú,
torturándome como un picador a un toro indefenso,
con tu voz taladrándome el cerebro 
y una mano apretándome los huevos,
vomitas todo sin pensarlo demasiado.

Así que decidí marcharme,
dejarte correr como un grifo abierto.

Yo, que prometí hacerme de ella
                                                    llegó otro,
y soltó una mejor oferta

Joder.

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