domingo, 1 de noviembre de 2015

He perdido todos los verbos en primera persona
en las conversaciones que mantengo con los pocos amigos que me quedan.
Ellos ya ni me escuchan,
yo tampoco los miro.
Sólo nos queda ese compromiso irracional
de tener que soportarnos,
quizá porque en ese común estamos destinados
(unos antes que otros)
a pasar por lo mismo.

Y a mí me sigue jodiendo que otros me vean llorar.

Así que cuando les conté que te vi,
que caí en el error de seguir creyendo que volaba,
lo hice sabiendo que mis lágrimas mancharían
de mierda el tiempo que me costó olvidarte
sin tener una copa en la mano.

(Bebía para no tener que nombrarte,
bebía para vomitarte en el retrete de cualquier baño
y así no ahogarme con tu nombre).

Pero lo acepté,
no podía seguir con esa pena taladrándome en el pecho.

Y es que con el tiempo he aprendido a aceptar muchas cosas:
mis malas decisiones, que no toda la gente es sincera (incluso yo)
y a todas las personas que me hablan de ti.

Les conté que estabas mojada por la lluvia,
que estabas más delgada
y que los años se siguen olvidando de tu piel.

Les conté que te vi sin mascaras ni adorno,
sin forma,
sólo con el fondo.
Con mis nervios como sonrisa,
mis ojos como alertas.
Que te vi llegar otra vez,
hasta adentro,
hasta donde duele.

Les conté también que tú ya no eras tú,
que no eras la chica de los vestidos,
que tu cuerpo ya no flotaba,
que vestías vaqueros apretados,
que parecía que todo en ti estaba apretado.
Que ya no olías como antes,
que olías a otras cremas,
otros perfumes.
Que ya ni siquiera eras tan rubia.
Que al pasar de las horas en aquel bar
tu pelo ya no era una cascada
sino una ola que se alejaba al bajar la marea.

El pasado quedaba en el recuerdo
y el presente ya era otro,
otros,
no yo.

Les conté que mi bicicleta sirvió de carruaje,
que tus manos me acariciaban,
que yo pedaleaba intentando reconocer el camino.

Les conté que te volviste a meter en mi cama,
que una semana entera nos estuvimos escribiendo deseando
que llegue ese momento,
pero que tú ya no eras tú
y yo ya no era yo.

Ellos se callaron
y yo rompí a llorar.

Sentí una mano en el hombro que yo acompañé con un gesto de gentileza
y de alivio.
-Estoy bien- dije con la voz rota.

Les conté que te quedaste a dormir,
pero que no dormimos.
Que nos confesamos el tiempo,
que busqué reconocerte en mis brazos,
que tú luchaste por encajar en mis hombros.

Que volvimos a follar
porque ya no recordábamos eso de hacer el amor.

Les conté que desayunamos en el bar de la esquina,
que planeamos un viaje y que ella me dijo:
Nos vamos a enamorar.
Que yo soñé con esa frase.
Que me despertó otro instinto.

Pero ella ya no era ella
y lo más probable
es que yo ya no sea yo.

Así que caminamos unas calles más juntos,
nos dimos un último beso en la esquina,
(regresó el frío)
y ella volvió a seguir con lo suyo,

y yo volví a meterme en lo mío.

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