Las
tardes suspiraban esperando el encuentro
como
quien esnifa una raya de cocaína
para
sentirse duro y creer que tiene la situación controlada.
Una
pérdida de tiempo constante
en el
tic tac de unos tacones que nunca terminan de llegar.
Miro
resignado las calles.
Giro
las esperanzas por si cruzas las esquinas distraída
con
mis manos desolladas en tus bolsillos
y me
devuelvas,
por
favor,
las
miradas de tus ojos que ya no lloran
por
este cuerpo demacrado que flota en el alcohol.
Te
mando señales de humo en cada calada del cigarrillo
por si
te da por mirar el atardecer por la ventana.
Yo ya
no te comparo con el sol.
De él
tengo la constancia de la madrugada,
de ti
ya no espero ni el anochecer.
Ni la
más áspera caricia de entusiasmo
calma
mi sed.
He
llenado la despensa de la cocina con tus lunares
y sigo
jurándome poeta sin tus dientes mordiéndome el ombligo.
Como
si fuera fácil desprenderse de un sentimiento
que
todavía arde dentro de mí.
Me
distraes y me alejas de todo lo material.
Gracias
por este sueño que quizá nunca termine,
pero
es lo único que me mantiene con vida.
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