domingo, 5 de enero de 2014

Una vez llegué a Marte.

"Son las nueve de la mañana
y ya me has enamorado tres veces"
eso dije.
Ella tomó mi mano derecha
y escribió en la palma su nombre,
como marcando un pronóstico de caídas
en el intento de vuelo de un aficionado
a enamorarse.
"No soy nada fácil" respondió
mientras se levantaba de la cama
para ir a la cocina a por más cervezas.

Para ese entonces
ya llevábamos saliendo tres semanas.
De la casa,
dos enteras no lo hicimos.

Cuando dormía,
a veces me quedaba mirando como respiraba,
era mágico ver el contorsionar de su pecho
en el acto simple de vivir.
Y me daba igual cualquier teoría
porque todo lo que quería estaba al frente de mí.

Ella era la vida que me dejaba
al borde de la muerte,

como cuando me dio el primer beso,
o me aceptó la primera cita,
o me dijo por primera vez te quiero.

Había noches en que,
en lugar de arrancarme la ropa
me arrancaba las palabras
y se despedía de mí con dos besos
dejándome con las ganas de morderle la boca.
Yo le preparaba el café por las mañanas
y a mí me bastaba con uno solo de sus besos
para quitarme el sueño.
Tengo en la memoria sus 32 lunares
repartidos por todo el cuerpo
que yo unía todas las noches
con un rastro de saliva,
ni qué decir de las veces que me estrellé
en la curva de su espalda
porque nunca supe apretar el freno
a tiempo.

Cuando salía de casa
y abría la puerta para comerse toda la mañana
de golpe,
ella me quedaba mirando cinco segundos
y sonreía marcando los hoyuelos de sus mejillas
y yo me quedaba contando los orgasmos
que me daban cuando le veía acomodarse 
el pelo tras las orejas.

Un día,
por esas razones
que uno nunca termina de entender,
ella cerró la puerta y olvidó mirarme
los cinco segundos,
sus mejillas dejaron de dibujar agujeros
y mis manos olvidaron su nombre.

Me parece una mierda que hoy
te haya encontrado en Barcelona
en medio de mis desastres
y haya necesitado tres cervezas
para hablarte con naturalidad.
Y que siga buscándote el corazón en la mirada
en lugar de buscar entre tu escote,
dice mucho de mí.
De lo patético quiero decir.

(Sabes de sobra que los ojos azules me vuelven de color verde).

Sí,
me parece una mierda
que todo en mí haya cambiado.

Y que sin embargo tú
sigas estando tan guapa...

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