miércoles, 22 de enero de 2014

Un cuarto pasadas las diez.

A veces me pueden las ganas de llorar
y me basta con un cigarrillo que se consume más de un lado que del otro,
una canción sonando en el reproductor que ni siquiera escucho
y el sonido en mi cabeza de tu voz repitiendo:
No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

Hacerlo mal siempre es mi primera opción,
lo mismo que dejarte ir,
para que no te consuma este patético escritor que ya no sabe ni escribir de él.

Volverme invisible,
eso quiero.

Y lo voy a hacer,
pero no contigo.

Ya no sé ni quién soy,
ni qué busco.
Me aprovecho del desarraigo en que he convertido todas las muestras de cariño que me mostraste antes de que mis estúpidas prisas sean el motor principal de querer escapar de todo.
Y de ti.
Como siempre lo hago,
como lo aprendí de tanto caer.
No puedo alejarme del cobarde que llevo pegado al cuello,
que le teme a la soledad
y busca los encuentros con la muerte siempre que tiene oportunidad de un miserable beso que no son los tuyos.

No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

El borde de los precipicios es lo más parecido a los sueños que teníamos de querer formar un camino juntos,
y quiero que cualquier recuerdo tuyo esté a kilómetros de distancia,
que viva en el zulo donde coleccionas los cuerpos de tantos otros que creiste querer,
de tantos que como yo se olvidaron lo más importante.
Que eres tú.
Y todas esas formas que tienes de soltarte el pelo,
de escoger los hombros cuando sientes frío,
de mirar a los ojos cuando la verdad no te toca.

Joder,
preferiría mil veces pelear contigo
que llegar a esto.

Que besar a otras.

No te quiero,
No te quiero,
No te quiero...

No hay comentarios:

Publicar un comentario