miércoles, 1 de enero de 2014

Conversaciones con mi psicólogo (La teoría de volar)

Las personas en general tenemos siempre la necesidad de aferrarnos a algo para mantenernos de pie. A veces ese ‘algo’ no siempre es natural, a veces ese ‘algo’ es un sentimiento tan fuerte que nos impulsa involuntariamente a seguir andando. A veces los recuerdos que traemos a la memoria son el punto de apoyo que necesitamos para existir pero siempre o casi siempre es a veces.

Acto I

Él: Así que… ¿estás enfermo?
Yo: Que no, ¡te lo vengo repitiendo hace dos horas!
Él: Retomemos entonces. El otro día iba  caminando por las calles del olvido y bajaron de las nubes pequeños hombres armados que secuestraron mi cabeza.
Yo: ¿Te refieres a la lluvia?
Él: No, me refiero a mi cabeza.
Yo: No, si era la lluvia la que secuestro tu cabeza.
Él: ¿Los conoces? ¿Están por aquí?
Yo: Estaban, pero de pronto salió el sol y desaparecieron. Al parecer le tienen miedo.
Él: Yo también le tengo miedo.
Yo: Tranquilo hombre, que la luz es buena.
Él: Sí, pero cuando la luz del sol me da en la cara y me ciega, se convierte todo en una oscuridad grotesca.

Acto II

Él: Bueno, vamos a ver, ¿estás enfermo?
Yo: Que no…
Él: ¿Dónde estábamos? Ah sí, ahora lo recuerdo, en esa misma calle había una tienda de recibos y me dije ¿por qué no? Hay que darse un caprichito de vez en cuando.
Yo: ¿De recibos? ¿Para qué querías recibos?
Él: Para empapelar una pared del salón que no anda bien, imagínate que tengo pegadas facturas ¡que anticuado que soy!
Yo: Es raro ver una tienda de recibos.
Él: ¡Pero dónde vives tú! En todo sitio siempre hay una tienda de recibos.
Yo: Que yo sepa no, hay tiendas de ropa, de juguetes… bueno tal vez haya una que sí sea de recibos y demás papeles. 
Él: Sólo existen tiendas de recibos, aunque en algunos sitios si pides facturas también te las dan. 
Yo: Pero eso te lo dan en todo sitio, los recibos y las facturas quiero decir.
Él: Lo ves, empiezas a darme la razón. En fin, tengo tantos recibos que tengo miedo de recibir algo ¿sabes qué es el miedo?
Yo: No lo sé, pero creo que tengo una idea de lo que es.
Él: Amigo mío, el miedo es tener recibos.

Acto III

Él: Mira, la enfermedad que tú tienes…
Yo: ¡Que no estoy enfermo!
Él: Pero déjame hablar hijo, déjame hablar. Lo único que haces es pensar en ti, yo recuerdo que los tranquilizantes a mí me calmaban, bueno, eso decía  mi terapeuta.
Yo: No sabía que ibas al terapeuta y mucho menos que tomabas tranquilizantes.
Él: Hay que estar cuerdo y predispuesto a escuchar, en este caso a ti.
Yo: Sabes, anoche tuve un sueño.
Él: ¿Estaba yo allí?
Yo: Déjame hablar hijo, déjame hablar. Soñé que debajo del suelo había agua, y en el agua había peces de colores que daban grandes saltos, parecía que podían volar, pero no, eran tan desgraciados que sólo se golpeaban contra las paredes y recordaban que eran peces y que las grandes alas que tenían eran solo aletas para poder nadar.
Él: Me conmueves.
Yo: Yo sólo te he contado mi sueño.
Él: Tu sueño y el de cientos de personas que quieren volar, pero como los clavos y las plumas ya se dejaron de fabricar, todo se queda en un sueño.
Yo: … (Suspiro)  

Acto IV

Él: Bueno, la sesión ha terminado. Te echo de menos hijo.
Yo: Yo también papá. Recuerdo cuando era niño y te solía esperar en la puerta de casa y cuando te veía venir caminando a lo lejos corría para darte el alcance. Te abrazaba y enseguida me sentaba en tu pie y tú caminabas conmigo y yo me aferraba a ti para no caerme, como ahora.
Él: Tranquilo, cuando tú me recuerdas y recuerdas, yo existo y el mundo se convierte en ese gran infinito de recuerdos donde tú y yo vivimos.
Yo: Al menos tengo algunas cosas claras: el pasado embriaga mi mente, y aunque nunca sabré si esto es real, lo siento como si lo fuera.
Él: ¿Sabes cuál es tu enfermedad?
Yo: No.
Él: Yo tampoco lo sé.

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