martes, 24 de diciembre de 2013

Entre líneas.

Salgo del trabajo y camino en línea recta hacia el metro. Cruzo los semáforos en rojo porque no hay coches a mi alrededor, es 24 por la noche y en una calle pequeña del centro de Barcelona la gente se olvida de pasar, menos yo. Entro en la boca del metro y me dirijo a la línea morada que es el primer tren que debo tomar antes de llegar a casa. Al bajar las escaleras puedo ver como se cierra la puerta frente a mí, pero bueno, de eso tengo costumbre. De perder trenes, digo. Así que me siento a esperar. Tengo una barra de pan bajo el brazo y un pastel de manzana que me he traído del curro y me resulta muy curioso que ahora me encargue yo de endulzarle la vida a la gente. Yo, que nunca he sido más de quince minutos de chucherías bajo una sábana. De lejos veo la luz al final del túnel, aunque suene tópico, la veo. Hay poquísima gente a mi alrededor, los que están llevan regalos en bolsas de tiendas conocidas y van vestidos como para ir de boda. Me recuerdan a cuando era pequeño y mi madre nos vestía así para ir a misa los domingos, y mis tres vaqueros desgastados y la vieja gorra que uso los inviernos me dan la razón. El primer viaje es corto, me quedo mirando por la ventana como pasa todo muy deprisa y no puedo evitar hacer analogías con mi vida, aunque el verme solo nunca estuvo dentro de mis planes. Al bajar veo más personas corriendo para llegar a tiempo a las conexiones de los trenes que tienen que tomar para llegar... a donde tengan que llegar. Los únicos que caminan despacio son emigrantes como yo (sudamericanos, subsaharianos, marroquíes...) porque claro, si fueran de países nórdicos, europeos o yanquis, serían turistas o guiris. Me veo reflejado en cada uno de ellos y como de una manera inconciente nos miramos y con una sonrisa tímida nos saludamos para luego seguir pasando de largo. Llego a mi siguiente conexión de metro. Al subir y colocarme en una esquina al lado de la puerta, veo que hay una pareja sentada que no se dirige palabra alguna. Él, lleva un corte de cabello con cresta y un pendiente en forma de cruz en la oreja derecha, es guapo y bastante cachas. Ella es rubia y tiene una mirada triste y no puedo evitar enamorarme de su tristeza así que la miro con cuidado. No se miran y viajan en silencio. Ella empieza a dirigirle palabras y lo mira como si estuvieran a kilómetros de distancia sin saber que están sentados a un beso de cercanía. Habla, muy despacio, como susurrándole al oído e imagino que será para que no escuche el resto de pasajeros o para tratar de atraer su atención. La de él. La mía ya la tenía desde que puse el primer pie en el metro. Él la ignora y se convierte en un hombre monosílabo, ella no puede aguantar más y deja caer dos gotas de sus ojos que intenta frenar con las manos para que no se le estropee el maquillaje. Él la mira y le hace una pregunta absurda: ¿estás llorando? Y a mí me llena de rabia. En la siguiente parada sube otra pareja, son un poco más jóvenes y se sientan por esas casualidades matemáticas frente a ellos. Ambas parejas se observan, pero la segunda presta poca importancia. No dejan de hacer el amor literalmente, se abrazan, llenan de besos los segundos que se quieren y se toman de las manos en cada parada. Ella, con los ojos un poco más húmedos, mira a la otra pareja mientras no deja de darle vueltas al anillo que lleva en el dedo y a mí me sorprende la frialdad de él. Y así siguen el resto de lo que me queda de viaje, en silencio, mirando reflejado en otra pareja su principio y dándose cuenta que en ellos había llegado, quizá, su final. Llego a mi parada y no quiero bajarme, pero debo. Camino cabizbajo a casa y me pongo a pensar de qué lado de ambas parejas estaría yo y me doy cuenta que en ninguna de las dos. Porque yo sigo viajando solo. Y ella, la chica del metro, también. Caminando con un trozo de pan y una tarta de manzana en las manos y llegados a este punto de la noche me pongo a pensar que el mundo no es un lugar muy habitable ni repartido equitativamente en nuestras maneras de sentir, porque si siendo 7000 millones de personas sigue habiendo quien se siente solo es que algo estamos haciendo muy mal.
Feliz Navidad o lo que mierda sea que queramos creer.

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