jueves, 15 de agosto de 2013

De caderas y otras drogas.

                        Déjame presumir de ti un poquito.
                                              Toni Zenet

Ella baila sola,
y no es que le joda bailar conmigo,
pero es que cuando lo hace yo me quedo mirando las pecas de sus mejillas y me pierdo en el ir y venir de su cintura,
es como si una galaxia entera de sucedáneos mareara los versos que aún no he escrito,
desordenado las palabras y mis manos que sólo tienden a taparme la boca.
Abierta,
como el par en par de tus piernas en las peores noches.
Las mejores, vaya.
Y es que cuando ella baila las motas de polvo hacen una orgía tras las cortinas
y el suelo de madera escupe cenizas en cada uno de sus pasos,
se convierte en delito en cuanto a corazones se refiere
y crea agujeros con los talones donde chorrea encanto como gotas de semen
y ella las mira de lejos creando huracanes como pronóstico de lo que ambos sabemos,
se viene.
Y yo,
trasnochado y aún con resaca,
te miro bailar hipnotizado
y justificas en creces las razones para quererte,
para saber que entre mi torpeza existe un punto de equilibrio que se llama tú.
Si fueras pesadilla serías la asesina y yo el niño asustado que se esconde bajo la cama,
temblando,
esperando impaciente la hora de su muerte
o el tren que perdiste la noche que llamaste y me dijiste "Esta noche no seremos música" y yo me quedé contando kilómetros como angustia y minutos como meses.
Pero hoy,
ella baila sola.
A mi lado,
aunque yo no mueva las caderas sé que de alguna manera estamos conectados,
me lo dice su sonrisa,
su forma de mirarme.
Un, dos, tres,
te abrazo.
un, dos, tres,
un, dos,
un, dos, tres...

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