domingo, 3 de marzo de 2013

Luces por navidad.



Cuando era pequeño algunos días lo esperábamos a él para comer juntos. Ella se asomaba por la puerta de casa y cuando lo veía venir a la lejanía nos pegaba un grito para salir corriendo y darle el alcance. Lo abrazábamos, cogíamos su maletín y nos sentábamos en sus pies. Y a pesar del cansancio y las preocupaciones (que tenías, lo sé) él sonreía y caminaba con nuestro peso encima. Y nunca lo dejó de hacer. Caminar.
Algunas noches, por causa del terrorismo en la década de los 90 nos quedábamos sin luz en casa. Esas noches ella aprovechaba para contarnos cuentos, encendíamos unas velas, nos sentábamos en el sofá y la escuchábamos narrarnos las mismas historias de siempre, pero le prestábamos atención como si fuera la primera vez que las oíamos, porque esa era la magia. Al ver que nos quedábamos dormidos nos llevaba en brazos a la cama y nos dejaba un beso de buenas noches.
Recuerdo cuando trabajaba en una multinacional de esas y no la llegábamos a ver en todo el día, ya que la abuela nos acostaba pronto porque a la mañana siguiente teníamos que ir a la escuela; pero ella, dentro de su rebeldía, nos despertaba y nos llevaba a comer fuera, nos traía los juguetes que iban a tirar porque tendrían un pequeño raspón, y hablábamos, y reíamos, y ocultabas la tristeza que llevabas dentro en esa época de nuestras vidas (porque la tenías, lo sé).
Vivimos en muchas casas y barrios diferentes, supongo que estaríamos buscando nuestro sitio. En una de esas casas  recuerdo que había una escalera para subir a las habitaciones donde él y yo nos caímos (hasta en la torpeza nos parecemos ¿eh?). En otra, había una ventana en forma de gota que daba a la calle. Esa casa nunca me gusto. Siempre me dio miedo y no me trae buenos recuerdos. La mejor de todas, sin duda, fue la de los abuelos. Debo reconocer que algunas veces me gustan las casas llenas de gente. La mayor parte de mi infancia la pasamos con los abuelos, pero esa es una historia que ya les contaré. En otra casa habitaba un fantasma que encendía el pequeño andador de mi hermana que llevaba menos de dos años de nacida. Que sustos nos pegábamos… por las noches, nadie quería bajar la escalera que daba a la cocina, al salón y al patio. Nos encerrábamos en las habitaciones y esperábamos que salieran los primeros rayos del sol para vernos. Supongo que todo sería sugestión, no lo sé. Y la casa donde están ahora fue donde comenzó el  cambio de nuestra familia. Me refiero a que crecimos y tomamos ya nuestros propios caminos.
Siempre les agradeceré por el techo y la comida que nunca me falto, por el cariño, por las lecciones y por la confianza.
Y pedirles disculpas por los malos ratos que les hice pasar, por la distancia, por las celebraciones donde no he estado y por mi constante incapacidad de quedarme en un solo sitio, en todos los sentidos.

Ellos son mis padres.


Hace aproximadamente cuatro años que no los veo.
Ya me vale.

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