martes, 5 de febrero de 2013

El cantar del miedo.

Esa sensación extraña de vivir siempre perdiendo,
no lo sé,
como si todo lo que voy intentando entre pedal y pedal
no me llevaran nunca a alcanzar la cima de la montaña.
Puede que los errores sean un conjunto de emociones sin descifrar en este gran crucigrama que es seguir de pie
y tu mirada sin mirarme siga intentando tirarme los cimientos.
Las dudas de las distancias nos ahogan las ganas de tocarnos entre las noches y las mañanas del cigarro de las indesiciones,
mira mis manos,
tiemblan con cualquier roce de una caricia imaginaria,
mis ojos desesperados sin saber dónde buscarte
y sin mencionar los labios,
que poco a poco se caen a pedazos.
Sabes,
a lo mejor ya es muy tarde para meternos en la cama,
¿y si nos mantenemos despiertos?
He tenido que lavarme la cara con tu perfume y entregarme a un jardín de amapolas,
subir cinco veces los cinco pisos de mi casa,
cantar en voz baja nuestras confesiones, porque las cosas importantes se dicen en voz muy baja,
he tenido que pintar las paredes de colores para regalarte el horizonte,
fumarme las indicaciones,
extraer con una cuchara el mimbre de las teorías,
empaparme de relámpagos y contarte las promesas como deseos.
Ya es tarde,
quizá,
para no comenzar.

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