Me he vuelto a esconder de mis miedos en un cajón de la cómoda
que ya no uso.
He rosado por un momento la osadía de maldecir al viento
simplemente porque no me supo escuchar.
A estas alturas de mi vida solo enciendo la televisión para
sentir compañía
y las caricias que le hago a mi perro son los reflejos de un
espejo interior que escondí detrás de las costillas,
pero las de la espalda.
Para ser sincero,
las mañanas me carcomen las ideas de lo que tengo que hacer
en el día y no quiero pensar que mañana es otro porque siento que el de hoy no
lo estoy viviendo nada.
Y me vuelvo a cansar de las rimas,
del personaje literario que me voy creando en la barra de los bares,
y me vuelvo a cansar de mí.
Y la poesía o lo que mierda sea que escriba,
se convierte en ese cuarto oscuro del que siempre hemos
escuchado hablar pero nadie en realidad conoce,
y vuelvo a violar mis ilusiones,
mis alegrías,
mis deseos de caminar por el peluquín de un señor que como
yo va perdiendo poco a poco la ilusión.
Y la soledad es un juego de cartas del que nunca suelo ganar
pero solo porque hago trampas,
y las derrotas son zapatos del traje que me pongo
cuando salgo a la calle y sonrío fingiendo que este sábado tiene un sentido
mejor del que yo le puedo dar.
Y me amarga el no saber nada,
y las preguntas flotan en el mar de mi cabeza pero no llegan
jamás al puerto.
Y para colmo la sociedad me corta las alas y me tapa la boca
para no poder gritar de manera descontrolada todo lo que veo,
como un súbdito de la monarquía que, para variar, tampoco la
he visto de cerca pero se que mantengo con un dinero que no consigo.
Y entonces estoy, otra vez, hasta el cuello de deudas y en
un laberinto que no tiene salida.
Las metáforas de mi vida se resumen en comer dormir y volver
a morir cada segundo,
y pierdo las ganas de escribir,
y a mi lápiz se le rompe la punta entonces la tecnología me
saca la lengua.
Y yo suspiro como si todo eso fuera a pasar por el aire que introduzco
a mis pulmones que a la larga también (seguro) me va a matar.
No quiero sonar derrotista pero ahora mismo no soy el dueño
de nada,
ni siquiera de mis derrotas,
y el gris de las nubes me persigue como en los dibujos
animados que miraba cuando era niño y soñaba con ser sólo más alto.
Pienso seguir confundiéndome con la ropa cuando esta mojada
o cuando esta fría,
y seguiré sin llegar al metro ochenta,
y seguiré escribiendo para introducir a otros al cuarto
oscuro,
pero seguramente,
no seré yo quien los viole.
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