lunes, 13 de agosto de 2012

Con los sexos irritados


Como dijiste esa mañana: los domingos son tristes
cuando los pasas solo.

No sabíamos muy bien si mirarnos a la cara o seguir
ocultando la vergüenza del no darse cuenta que la
bebida y la resaca nos habían jugando una mala pasada,

o quizá una muy buena.

Nos acercamos sigilosos como enamorados de una
presa suelta en el jardín de la locura,
con el sol quemándonos las cejas y el alcohol brotando
por los poros.

Y yo desnudo y tú desnuda,

nos fundimos en un encuentro de piernas mojadas y
manos confundidas,
donde el sexo se volvió compañía
y yo bajé por un instante la luna.
Me tropecé con la torpeza de no ver por primera vez
segundas impresiones
y para variar me dejaste impresionado,
con mis suspiros enredados en tu pelo rizado
y tu espalda arqueada tomándome por sorpresa.

Yo parecía un niño feliz en un parque de atracciones
dejando los miedos a un lado de mi cuarto.


Y después de salir del campo de fusilamiento de besos
decidimos saber algo más del otro.

Yo te conté de los malabares que hacia entre el teatro y
la escritura y tú me explicabas sobre la ciencia que
estudia la composición química de los seres vivos (que
ironía decir que moría de a pocos escuchando tu voz).

Nos asustamos creyendo perdidas cosas en la noche
y abrimos la ventana para mirar juntos el cielo.

Debo decir que de encuentros mundanos sé muy poco,
pero ahora me he vuelto experto en robarte sonrisas
y sin más preámbulo de palabras sueltas, decidiste
marcharte y yo prometí convertirte en poema.

La cama ahora está fría y me da pena por el empeño que
le pusimos en mantenerla caliente,
pero entiendo perfectamente,

que tú tienes tu vida

y yo tengo la mía.

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