miércoles, 4 de marzo de 2020

Mes 9 antes de la paternidad.

Cuarenta semanas y ni asomo del pequeño Luciano, ni contracciones, ni dolores, nada. Vamos al control, la doctora quiere ver si es posible inducir al parto ya que decidimos que sea natural, mi chica es valiente y fuerte de más, eso admiro de ella, es todo eso que me falta.
Antes del tedioso procedimiento le hacen una última ecografía para controlar que todo esté bien. 
Un silencio, la doctora habla con terminologías parecidas a las de una madre cuando te encuentra llegando borracho a la casa. 
-¿Está todo bien?- pregunto
-Ahora les explico- responde.
Resulta que no le estaba llegando bien el oxígeno y tenían que operar de emergencia. 
Traer de casa la maleta que ya teníamos preparada, esperar unas horas y dejar que los nervios hagan lo suyo.
Ella siempre sonriendo, entra a cirugía. Le doy un beso como dejándole todo lo que queda de mí, mi vida entera si hace falta.
Viene una enfermera y dice "que el papá se cambie para que entre a sala", así que me dan un traje azul y espero la orden. 
- Puede pasar- dice la enfermera que parece recién graduada del colegio. 
Todo es un caos: cortando, empujando, apretando... parecía la escena sacada de una película de Tarantino. Y de pronto, sale entre empujones una luz, un pequeño ser humano. Un gran llanto nos hace notar que todo está bien. Lo limpian, lo envuelven y me lo dan. Yo no tengo palabras, agüita los ojos. Sostenía en mis brazos el mundo, un logro, todos los sueños juntos. Lo llevo donde mamá para que le de un beso, y con un beso en la frente le digo "mira lo que hemos hecho". Ella sonríe, y con lágrimas en los ojos se queda poco a poco dormida.

Lo tengo claro: No sabía lo que era la felicidad antes de ti, Luciano.

PD: Disculpen si tardo en escribir, estoy un poco ocupado siendo papá.

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