domingo, 11 de marzo de 2018

Sonrisa tonta

Siempre fue el amor quien me encontró cuando yo estaba distraído, cuando no esperaba nada: de camino al bar, en la fila del supermercado o en la tienda de la esquina de casa. Fue él quien llegó pisando despacio, con cuidado de no romper los cristales de mi espejo interior. Fue él quien empujó la puerta de mi vida y se coló sin decir palabra. Un día desperté, estaba en pijama, o sea, en calzoncillos y con un solo calcetín (los inviernos duermo con un solo calcetín, por temas de equilibrio o estupidez) y él estaba ahí, sonriendo en mi pecho. El amor quiero decir.
No sirve de nada prepararte para cuando llegue, no sirve de nada hacer el ejercicio diario de las cualidades que tienes para impresionar al mundo que te rodea. El muy cabron, conocerá perfectamente tus virtudes y los defectos que ocultas sin necesidad de publicidad y te aceptará tal cual eres. Puede ser cualquier día y en cualquier momento: con ropa cotidiana, con el pelo alborotado, dentro de una librería o paseando por la calle perdiendo constantemente el autobús, los trenes o la noción de ti mismo.  El problema, pienso yo, es que ya no confiamos en la sorpresa y el misterio. Estamos acostumbrados a tener todo planeado. Y el amor, créeme, está dispuesto a arruinar todos los planes que has hecho antes de que él llegue. Sí, así funciona.
Podemos saber cuándo nos atacará la duda, cuándo lloverá o saldrá el sol, pero creo que nadie sabe cuándo llegará el puto amor, la hora o el lugar. Nadie sabe, sólo sucederá, y esa tonta idea me hace sonreír. Incluso con la vergüenza de llevar brackets a mi edad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario