lunes, 17 de marzo de 2014

Carrer sin número.

Ella puso su mano en mi pecho como un atardecer en primavera,
“no puedes dormir que te tienes que ir a trabajar” dijo
mientras cerraba los ojos y recostaba su cabeza sobre mi hombro derecho. 
Eran casi las seis de la mañana.
Y era verdad,
en menos de dos horas tenía que estar de pie y presentable
para ir a sonreírle a la gente.
Pero no importaba.
Hubiese cambiado todos mis planes por quedarme tendido frente,
debajo
o sobre  ella.
Pero no lo hice.
Cuando sonó el maldito despertador,
estábamos los dos sobre la misma cama.
Ella dormía y estaba preciosa
y yo me quedé mirándola como un jubilado mira las obras.
Tenía las sábanas enredadas en los pies
y el pelo le cubría la cara,
así que le di un beso en la mejilla,
le acomodé del pelo tras las orejas,
y la abrigué como se le abriga a los recién nacidos,
con cuidado y ternura
tratando de no despertarla.
Respiraba lento
y como una noria gigante me dejaba vacíos en el estómago.
Tenía la piel blanca
y brillaba como un amuleto de buenos días.
Olía a cigarros y cervezas
y era el mejor olor que había notado en mucho tiempo.
La volví a besar,
cómo no,
y salí despacio de la habitación.
Me pasé todo el día pensando en su boca,
en todas las maneras que tenía de mirarme a los ojos,
en la manera que me desnudó sin quitarme la ropa.
Lo tengo claro,

Mañana no me pongo el despertador.

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