miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mándame tu corazón en dos cartas, porque en una no creo que entre.

Me gusta cuando despiertas con los pelos alborotados
y te cuesta abrir los ojos a la mañana,
con el sol entrando por las rendijas de la persiana
tu piel brilla como un deseo en lencería,
te estiras como una felina mientras bostezas
tragándote todo el aire de la calle
y te cuelga por el hombro el tirante del pijama.
Te levantas tintineante de la cama y sonríes
como si le acabaras de echar un polvo a la vida,
y yo finjo hacerme el dormido porque verte despertar
es mejor que cualquiera de mis sueños.
Con un ojo medio abierto veo tu culo moverse,
chocarse con todos los suspiros que han crecido en esta casa
desde que decidiste entrar a luchar con mis fantasmas
y a desalojar a esa inquilina permanente
a la que yo llamaba soledad.

Me gusta cuando cantas esas canciones mientras te duchas
y me gritas lo que piensas hacer en el día,
me planificas visitas guiadas a tus amigas
en bares donde yo nunca había pisado antes de conocerte,
cambiándole el color a mis desastres,
confundiendo mis manos con tus sujetadores
dejas caer la toalla que te cubre para que yo te seque
a base de lametones y como un perro obediente
me pongo de rodillas frente a tu ombligo
y te beso desde los pies hasta el punto más alto de tu entre pierna
donde me detengo a buscarte huracanes con los dientes,
y con esos dos ojos azules donde ahogo mis penas
me miras y susurras:
“haz lo que quieras cariño,
pero házmelo a mí”.

Me gusta cuando yo me encargo del café
y tú de darme besos en la nuca,
preparando nuestra pequeña mesa para dos
escuchamos caer la lluvia por la ventana
a la que tú te asomas creando confusión en los vecinos
que me miran con envidia prepararte el desayuno,
y sacas esas pequeñas manos para atrapar gotas de agua
que se evaporan al contacto con tu piel canela,
con tus labios de almíbar, tus sueños de princesa.
Bebes de a sorbos mis miedos,
las dudas que colecciono de tanto darme de hostias
con mujeres bonitas,
y tú me tomas la mano sonriendo,
como si fuera fácil hacerle un corte de mangas a la muerte,
y me hundo sin ni siquiera asomarme al vacío de las derrotas
donde tú me coges como un muñeco
y me traes de vuelta a la vida.

Me gusta que hablemos de cosas absurdas
y que ordenes a tu gusto los cojines de la casa,
que me cuentes las historias donde llorabas cada tres días
esperando un tren que nunca apareció
en la estación de tu infancia,
que me enseñes las fotos de tu madre,
que me señales con el dedo a cada uno de tus tíos,
que me digas lo bien que me van a caer tus amigos de la universidad,
que te ilusiones con cada verso que te escribo,
y que colguemos recuerdos en la pared
donde escribiremos frases que hablen de un nuevo camino,
un nuevo camino que tu y yo construiremos a base de golpes,
de darnos de bruces contra esta sociedad clasista,
machista, enferma;
pero que nada ni nadie podrá borrar a pesar de las opiniones.

Me gusta que hayas aparecido un día cualquiera en mitad de la nada
y llenaras de borracheras los rincones
donde solía esconderme de la gente,
que trajeras tu cepillo de dientes
para colocarlo en el vaso de mi baño,
que en mi armario cuelguen tus vestidos
y mis calcetines se confundan con tus bragas,
que el sonido de tus pasos sea el motivo de los calambres en el vientre
y que tu mirada desborde sumideros de alegría.
Quizá toda esta historia sea el preludio de otra hostia bien dada,
pero de momento voy a disfrutar el conocerte,
el aprender a mirarte con los ojos cerrados,
a sacarnos fotografías de memoria con juegos indecentes,
a escucharte todas las noches como principio del abecedario,
y luego…

luego ya veremos
que pasa.

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