martes, 12 de noviembre de 2013

A mis padres.

Hola, soy yo, su hijo.
el que se fue hace unos (muchos) años de vuestra casa,
el que llama muy poco preguntando si están bien y no se siente orgulloso por eso.
Escribía para decirles que bueno,
soy tan imbécil que a veces sólo sé expresar mis sentimientos sobre una hoja de papel.
Y aquí estoy, escribiendo.

Decirles que por aquí todo va bien,
que terminé una carrera aunque todavía no entiendan lo qué es ni de qué se trata
y me encantaría que me vieran actuar para que noten el brillo en mis ojos cuando lo hago
y así se les aclare un poco todo.
El teatro me ha enseñado a verme desnudo,
a no criticarme tanto.
También escribo cosas y al parecer a la gente le gusta
aunque yo no esté muy seguro del por qué,
pero siento que todos los días tengo que darle las gracias a la poesía
y así lo hago.

Este país es amable y me demuestra cariño
aunque sólo cuente amigos con los dedos de una mano.
Dentro de poco me mudo a otra ciudad algo más grande,
ya sabéis, sigo buscando ese lugar donde pueda mirarme sin tanto miedo.
Hoy me he encontrado con una antigua vecina,
una mujer mayor con la que a veces me tomaba un café,
le he contado que me iba y mis ojos se han llenado de otoño,
ella me ha dicho que lo peor de hacer las maletas no son las cosas que tienes que meter,
sino todas aquellas que tienes que dejar,
y joder, me está costando hacerme la idea.

Aún estoy soletero,
pese a vuestra presión de que de una vez me eche una novia,
o los haga abuelos,
pero es que todavía no me reconozco en los ojos de otra persona,
aún me cuesta dar un salto a los miedos del pasado y reconocer todas mis limitaciones.
Me enamoro, eso sí, siempre y a todas horas.
Tengo un perro que me recibe de un salto todas las veces que entro a la casa,
se llama Punset y ya llevamos juntos casi 3 años.
Cuando limpio un poco mi desorden pongo música
y si hay una canción que nos gusta la bailamos juntos.
Tendrían que vernos, se reirían mucho.
Es un encanto.

Sabes mamá,
cuando doy recitales cuento la historia de cuando éramos pequeños
y tú nos contabas cuentos con velas encendidas ya que el terrorismo nos volaba de un bombazo las torres eléctricas.
Yo en casa sigo encendiendo velas,
me tumbo en el sofá y cierro los ojos imaginando tu voz contarme todas esas historias de cuando eras pequeña
o los cuentos con finales felices.
Sólo que ahora no es tan divertido como lo era antes.

Dentro de poco estamos en diciembre
y la navidad me sigue poniendo un nudo en la garganta.
Y vuestros cumpleaños,
y cuando veo las fotos de toda la familia celebrando algún logro de mis hermanos,
o simplemente porque se juntan a comer,
como una familia,
aunque yo no esté.
Pero sigo siendo ese chico arrogante que aguanta el llanto como una soga en el cuello
y sonríe fingiendo restarle importancia a lo que uno pierde en la vida.
Y cuando hablo de perder,
hablo de los años sin vosotros.
Pero para ganar siempre hay que perder, ¿no?
Asumir lo malo para aceptar lo bueno,
aunque nunca imaginé que el precio sería tan alto.

Sigo caminando entre las nubes,
ya sabéis que el suelo sólo me gusta para saltar en los charcos después de la lluvia,
creo que todavía no llego al metro setenta
y sigo coleccionando logros a medio cumplir.
Estoy lleno de heridas que sangran cada cierto tiempo,
sigo fumando flores del jardín de mi estupidez
y bebiendo litronas en parques a oscuras.

Pero de verdad,
todo por aquí va bien.

Algún día volveré a abrir la puerta de vuestra casa,
quizá solo o acompañado,
no lo sé,
y volveremos a ser poesía cargada de futuro.

Un abrazo, de los apretados,
de los que les debo.

Los quiero.
Victor.

P.D.: Mamá estoy abrigado y estoy comiendo,
         no tienes que preocuparte por eso.

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