viernes, 5 de enero de 2018

El espejo refleja la vanidad mientras me busco dentro de mis propios ojos oscuros. No me hallo. Acepto de mala gana un mundo que no me completa. Donde la gente se está muriendo (por dentro y por fuera) y nadie hace nada. Porque la gente siempre tiene algo mejor que hacer, o no tienen tiempo. Porque si estás mal ellos están peor, porque incluso en la miseria se prefiere la victoria.

Amores que me exigen más de lo que yo mismo exijo de mí. Una complicidad forjada en los bordes fríos de una carencia pasajera. Miento al decir lo que siento por práctica, así camuflo lo que me molesta mientras otros sonríen, tal vez ese sea mi mejor don. Mi único don.

Soy los pedazos que quedan de mí.
De lo que fui.
De lo que nunca pude ser.

La muerte, supongo, es el alivio de los que esperan el final de un libro sin fin. Rechazo mi tristeza, porque los motivos siempre son más pequeños que mi dolor.
No hablo todo, hablo la mitad, pero nadie se da cuenta. No entiendo cuando la gente me dice que se sienten vacíos, y siguen andando ¡como si no hubiesen dicho nada! Lo que está vacío no pesa, pero un cuerpo vacío... es casi imposible de cargar.

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