Cuando era pequeño mi madre me llevaba a comprar zapatillas y a mí me daba mucha ilusión ese momento. Tenía que elegir el modelo que más me gustase y que pueda ponerme con todo ya que sólo me podía comprar un par. Cuando por fin me aclaraba, ella le decía a la dependienta que las traiga dos tallas más por si pegaba el estirón. Y yo me iba a casa con una sonrisa y unas zapatillas dos tallas más grandes.
Ahora hago lo mismo con el amor.
No hace falta explicar más.
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