Hace días que no tropiezo con la casualidad de
tu risa
y tengo la sensación de haberme olvidado de
algo.
Regreso buscando tus pasos o mis descuidos,
pero todo termina donde comienza el siguiente
bordillo,
ahí, donde pillas el bus para ir a tu casa.
Entonces me doy cuenta que no es lo que he
olvidado,
sino todo lo que te recuerdo.
Esta ciudad de provincia le declara la guerra a
mi olfato de perro
y a todas esas cosas que me hacen daño.
Esa manía tuya de hacer de los miércoles un
fin de semana,
del centro un aeropuerto con destino a tu
boca,
del pasaje de la catedral un confesionario
donde los te quieros vienen adornados de
turistas.
Siento que no me alcanza la vida para vivirla
contigo,
así que tendremos que agregar otro día aparte
del miércoles
para que la soledad pierda de una puta vez la
memoria.
Tu piel morena que opaca a este crudo de ojos,
tu risita de niña traviesa,
mi espalda que no se acostumbra
a la ausencia de tus manos.
Joder,
Todos los días deberían ser miércoles…
La vida no consiste en hacerse preguntas,
sino en conocer las respuestas.
Y en todas mis respuestas estás tú.
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