domingo, 10 de junio de 2018

Asilo


Dame una noche de asilo...
Eso dice la canción que suena en el reproductor
mientras acaricia con ternura mi bajo vientre.
-Esta canción es para ti- me susurra cerca del pecho,
como si le estuviera confesando un secreto a un viejo amigo.

Llevamos un par de horas recostados en la cama,
algunas veces se queda en silencio,
en otras se envuelve con mi brazo
como si no le quisiera dar tregua a lo helada de esta ciudad.
La habitación es un cúmulo de oportunidades
que terminan cuando cierra la puerta
y me dice que su familia la está esperando para comer.

Es ahí,
o, sobre todo,
que las palabras no quieren tocarme el paladar.

Dale una noche de asilo…
Parece decírmelo Drexler como si dependiera de mí.
No quiero verte vestida ni quiero que me tapen los ojos,
pero se nos hace tarde, lo sé.
Odio tener que resignarme a la sequedad de la distancia,
a la rutina de mis ojos tristes sonriendo al recordarte,
a tener que lamer cada esquina de estas hojas sin ti.

Pero te subes el pantalón lentamente,
el pelo te acaricia la nunca como una cascada
y te abrochas el sujetador encerrando al animal
que me habita en el pecho al verte.

Miro,
con nostalgia e impotencia,
como la vida se esfuma
en la elección de otra persona.

Date una noche de asilo…
Me lo digo en voz baja al dar la media vuelta.
-Soy un jodido accidente- te lo he repetido esta tarde,
la mancha negra en tu declaración de futuro,
la opción mediocre en el café con tus amigas.

Todavía no entiendo
Por qué no quieres verlo así,
verme así.

Tú seguirás durmiendo con otro,
yo seguiré durmiendo conmigo.

Dame una noche de asilo…
Dice por última vez Drexler
y yo apago el reproductor.

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