martes, 9 de mayo de 2017

Julia

Dicen, que una abuela es dos veces madre
y yo con ella me siento otra vez hijo.
Además que lo fuimos cuando nos cobijó en su casa
en una época donde más lo necesitábamos,
y suplió a mi madre en las actuaciones del colegio
los días que se quedaba trabajando hasta tarde
para darme la sonrisa que ahora tengo.

Mi abuela es diversión,
es una carcajada tierna cuando la escuchas pronunciar el inglés,
o cuando baila las canciones que pongo en el auto.
Es una narradora de historias familiares
y tiene el poder de hacerme viajar al pasado
sin necesidad de una máquina del tiempo.
Es un árbol de navidad y un “aguadito” de pavo,
un abrazo donde dormir,
un sitio donde huir
un recuerdo de aquella herida en la pierna que curó
cantando una canción y pasando su mano por mi pelo.

Mi abuela también es el desayuno del “pan con lomo”
y el café  con azúcar moreno.
Es el almuerzo a las doce,
el todos a la mesa,
el come que estás muy flaco,
el abrígate que hace frío,
el siéntate derecho,
el estás pálido
y ven que te tomo la temperatura.

Tantas cosas que podría decir...

Y sé que esto no lo leerás por ti sola,
porque las tecnologías no son parte de tu vida.
No te pierdes nada nuevo abuela,
es sólo que las cosas cambian.
Lo bueno es que no todas,
algunas siempre estarán en el mismo lugar,
como mis recuerdos de la infancia en Renán Elias 148,
o los años de ausencia en una nota que me dejaste
en un papelito de tu agenda antes de volverme a ir,
donde pusiste:
“llámame si necesitas algo,
te quiere,
tu abuela Julia”

Soy muy malo hablando las cosas,
por eso las escribo.
Pero yo también te quiero,
tu nieto,
tu hijo,
Victor.

PD: Tengo que ir a verte, no me olvido.

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