lunes, 1 de mayo de 2017

Abro y cierro tu conversación del whatsapp esperando
ese mensaje que me vuelva a acalambrar el vientre.

Te hablo a ti chica del pelo encendido
y ropa colorida.
A ti,
que dices nunca ser la inspiración de nadie,
hoy me tienes bailando al rededor del maldito teléfono.

He pensado en mil maneras de iniciar un acercamiento mas allá
de cualquier intento desesperado de buscarte las cosquillas.
Tropezando en cada intento:
me pongo serio,
elegante,
gracioso,
caballero,
histérico,
fuerte,
me pongo de todo menos tus manos sobre mi cuello erguido.
Lo que daría por sentirte respirar cerca
mirando mis ojos cristalinos
de tanta emoción.

Calmo mi instinto primitivo,
ese que te pillaría de los pelos para matarte a besos
mientras jugamos al cazador y la presa.
Ese que te quitaría las bragas para colgarla en el pomo de la puerta
y que nadie en este mundo se atreva a entrar a la habitación
porque declaro con el pecho abierto la tercera guerra mundial.

Todo el día buscando la forma de hacerte reír.
¿Tú te has visto reír?
Joder, puede compararse con cualquier amanecer,
digamos en mi cama por ejemplo.
O con esas noches donde todo te sale bien
y te pasas de vueltas con el deseo.

Aquí estoy,
mirando de reojo el maldito teléfono,
vibrando en cada mensaje que no es tuyo.
-Escríbeme si te gusto un poquito- me repito en voz baja,
no sé en que estúpida película lo vi.
Al sujeto le funcionó,
claro, de momento, este no es el caso.

¡Estás haciendo el capullo! Me dice la cabeza,
¡No hagas caso! Repica el corazón.

Voy a esperar diez minutos más
sino, apago todo y me voy a dormir
y a la mierda con la autodestrucción.

Tic, tac,
tic, tac...

¿Me escribes o qué?

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