No
puedo, ni debo llamarte.
Me
repito cada vez que doy un brinco para bajar de la cama.
Mucho
menos ir a tu casa,
darle
golpecitos a la puerta,
esperar
a que me recibas vestida con tu pijama otoñal
y
decirte,
con
el alma rota,
lo
mucho que tu voz de niña malcriada
y
caprichosa hace falta en mi rutina.
No
le puedo hablar de ti a mis amigos,
ni
mencionar tu nombre con un grito
cuando
el recuerdo viola mi memoria.
Tampoco
dar señales de que te echo de menos
en
los lugares que frecuento.
Mucho
tiempo ha pasado y todo el mundo cree,
(el
mundo siempre corriendo más que yo)
que
ya te olvidé
y
que eres tema cerrado.
Es
verdad,
di
la media vuelta y seguí caminando.
Pero
guardé el libro de nuestra historia
porque
sabía que de vez en cuando
volvería
a sus páginas sólo para sonreír al recordarte:
-Mira
cariño, aquí me hacías cosquillas en el estómago
cuando
me dabas besos en los brazos-
-Acá
estás bostezando y yo respiro a tu lado,
como
si el aire que te sobra lo necesitara yo para vivir-.
Sé
que no vendrás a buscarme
y
está todo bien.
De
verdad,
está
todo bien.
Entiendo
e imagino que estarás saliendo adelante,
buscando
tus puntos de apoyo,
intentando
reconocerte en otros labios.
A
veces me late una necesidad absurda de llamarte
es
todo,
preguntarte
cómo estás,
qué
tal llevas los inviernos en la cama,
cómo
sufres los veranos sin mojarte.
Pero
luego me cae la realidad como una cubeta de agua fría
y
asimilo que tu vida ahora
ya
no tiene nada que ver con la mía.
Y
seguramente saber de mí ya no da tanta ilusión como antes.
No
te satisface.
No
te fagocita.
Un
día de estos,
te
juro,
arranco
las páginas y cambio de libro.
Me
compro otro y te olvido,
porque
sí,
porque
quiero.
Primero
te olvidaré por uno o dos meses,
hasta
que con el tiempo te olvide por uno o dos años.
Luego
compraré una casa grande,
haré
añicos la madera,
correré
de los columpios,
dormiré
con los conejos...
qué
sé yo.
Memoria
de elefante me llamabas.
[Ilustración: Inma Vegas Delgado]
No hay comentarios:
Publicar un comentario