viernes, 3 de febrero de 2017

Elefante

No puedo, ni debo llamarte.
Me repito cada vez que doy un brinco para bajar de la cama.
Mucho menos ir a tu casa,
darle golpecitos a la puerta,
esperar a que me recibas vestida con tu pijama otoñal
y decirte,
con el alma rota,
lo mucho que tu voz de niña malcriada
y caprichosa hace falta en mi rutina.

No le puedo hablar de ti a mis amigos,
ni mencionar tu nombre con un grito
cuando el recuerdo viola mi memoria.
Tampoco dar señales de que te echo de menos
en los lugares que frecuento.
Mucho tiempo ha pasado y todo el mundo cree,
(el mundo siempre corriendo más que yo)
que ya te olvidé
y que eres tema cerrado.

Es verdad,
di la media vuelta y seguí caminando.
Pero guardé el libro de nuestra historia
porque sabía que de vez en cuando
volvería a sus páginas sólo para sonreír al recordarte:

-Mira cariño, aquí me hacías cosquillas en el estómago
cuando me dabas besos en los brazos-
-Acá estás bostezando y yo respiro a tu lado,
como si el aire que te sobra lo necesitara yo para vivir-.

Sé que no vendrás a buscarme
y está todo bien.
De verdad,
está todo bien.
Entiendo e imagino que estarás saliendo adelante,
buscando tus puntos de apoyo,
intentando reconocerte en otros labios.

A veces me late una necesidad absurda de llamarte
es todo,
preguntarte cómo estás,
qué tal llevas los inviernos en la cama,
cómo sufres los veranos sin mojarte.
Pero luego me cae la realidad como una cubeta de agua fría
y asimilo que tu vida ahora
ya no tiene nada que ver con la mía.
Y seguramente saber de mí ya no da tanta ilusión como antes.

No te satisface.
No te fagocita.

Un día de estos,
te juro,
arranco las páginas y cambio de libro.
Me compro otro y te olvido,
porque sí,
porque quiero.

Primero te olvidaré por uno o dos meses,
hasta que con el tiempo te olvide por uno o dos años.
Luego compraré una casa grande,
haré añicos la madera,
correré de los columpios,
dormiré con los conejos...
qué sé yo.


Memoria de elefante me llamabas.

[Ilustración: Inma Vegas Delgado]


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