martes, 27 de diciembre de 2016

Querida bailarina:

Quiero, por favor, su nariz fría en el invierno, mis labios en el abismo de su boca, sus abrazos en todas las esquinas, las miradas despistadas de mañana, su acento tan distinto en mis oídos, que me hable despacito y susurrando, el brillo de sus ojos tras la ventana, sentir que mi vida está atrapada entre su falda y mis rutinas. Quiero, si no es mucho pedir, sus mensajes a deshoras, su risa por los parques después de las cervezas, el sonido de sus pasos en mi casa, discutir con usted el color de las paredes, colocar nuestros zapatos como y donde usted prefiera, sentir como respira entre mis brazos, compartir el mismo lado de la cama, conocer sus infiernos, amansar los demonios que le habitan, que bailemos escuchando a Carsie Blanton. Quiero, sobre todo, o sobre mí, su cuerpo desnudo en el verano, las marcas de sus uñas en mi espalda, lo suave del su piel en la yema de los dedos, sus cicatrices en mi lengua, sus piernas apoyadas en mi pecho, sus curvas tatuadas en mi retina, su culo apoyado en mi entrepierna, las gotas de sudor como el río de la plata, las maravillas de su pecho, el oasis de su ombligo, lo perfecto de sus caderas, todo lo que comience y termine en su cuerpo. Quiero, en realidad, que venga esta noche a verme, me agarre fuerte de la mano y nos sentemos a ver juntos las estrellas.

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