miércoles, 12 de agosto de 2015

Hoy miércoles llueven las estrellas.

He dosificado el echarte de menos para momentos concretos, como si de memoria selectiva se tratase:
Me despierto y estiro el brazo hacia la almohada que cubre el lado vacío. La abrazo, la beso con ternura y le digo: Buenos días bonita... preciosa... ¿qué quieres desayunar?
No me contesta.
Me pongo al borde de la cama y espero que la caída sea dura y pueda por fin despertar de un golpe.
No pasa nada.
Zapatilla, zapatilla, y a calentar el café en el microondas y comer un bol de cereales.
Estoy todavía medio dormido y el café sin tu olor a vainilla me resulta vulgar así que lo dejo caer por el grifo.
No me da ninguna pena.
Hoy no me apetece ir al gimnasio así que voy a la ducha pegando brincos. Pongo música en el móvil. Discuto con el agua caliente. Odio el agua caliente. Y la odio más desde que ya no estás para verte disfrutar en ella.
(A ti siempre te gustó el agua muy caliente, a mí me gustaban tus ojos. Lo podemos entender).
Salgo de casa como buscando una señal.
Miro a todos lados.
Te confundo con la mujer de la peluquería, con la chica que pasea al perro, con la que para el taxi, la cajera del supermercado, el tipo de traje que corre para ganarle al semáforo...
Y me asusto.
Tengo realmente miedo de seguir buscando tus huellas en lo poco que queda de arena.
Camino más rápido.
Descando la bici.
Y el corazón.
Voy camino al trabajo.
Intento no mirar a la gente, seguir a ciegas, como estoy acostumbrado.
Canto en voz alta para no escuchar mis pensamientos.
No tiene ningún sentido, ahora mismo nada tiene sentido.
Entro al bar y pongo cafés, cervezas y suspiros a las 10 de la mañana. Con un poco de suerte alguien me sonreirá y me preguntará qué tal estoy.
Pero nadie lo hace. Todos tienen mejores cosas que hacer que prestar atención a mi media sonrisa que parece más una mueca de cinco de la mañana.
No aguanto más y salgo a fumar.
El aire me recuerda a tus visitas. Sentada en la mesa del fondo me mirabas de reojo. Cruzabas las piernas cómo diciendo: Aquí estoy cariño, no me he movido.
Pero te has movido y ya no estás. Ahora hay un hombre leyendo el diario.
Las horas pasan y pesan...
Al salir cojo nuevamente la bici, encajo la canasta y si no es lunes, ni marte, ni miércoles, regreso tranquilo.
Pero hoy es miércoles.
Y en toda la calle Marina se escucha el tic tac de mi corazón.
Una tensión de guerra, un francotirador esperando que de la espalda.
Todo termina cuando entro al paseo Gaudí.
Llego a casa y no hago más que escribir(te).
Como te digo, memoria selectiva le llaman.

Soy tan gilipollas que realmente creo que puedo seleccionar lo que quiero recordar.

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