sábado, 7 de marzo de 2015

Memoria y olvido

Yo olvidé mi nombre y mi edad cuando nací.
De verdad. Antes era negro y tenía el pelo tan rizado que los pájaros venían a dormir en él. A mí no me molestaban, yo los quería mucho. Pero como todos los pájaros, desplegaban sus alas al cabo de un tiempo y se alejaban de mi pelo rizado y negro.
Sí, sí. Muy negro.
Y rizado.

¿Qué les estaba contando?
¡Ah sí!
Yo olvidé mi nombre y mi edad cuando nací.
Mi madre que era china también lo olvidó. Lo olvidó de tal manera que a veces me llamaba como a los gatos: con una sílaba. Cocinaba el arroz con tres delicias: sus manos, sus ojos y los veinte yuanes que ganaba pisando el pedal de una maquina en una fábrica de Beijín. Mi lengua materna era el quechua y usaba trajes de alpaca tejidos a mano que mi tía día sí, y día también, me bordaba cuando regresaba de la mina en Tocopilla. 

Perdón…
Es que me distraigo mucho y nuca digo lo que quiero decir.
Bueno, ahí va:
Yo olvidé mi nombre y mi edad cuando nací.
Y mi padre que era subsahariano también lo olvidó. Como la vez que se le olvidó nadar en el mar de Ceuta. Yo lo esperé, pero nunca regresó. Mi tío marroquí me ha dicho que se ha convertido en pez, pero a mí no me importa, si hace falta yo me puedo convertir en sirena. 

De verdad os lo digo:
Yo olvidé mi nombre y mi edad cuando nací.
Y mi hermana cuando se fue de España también lo olvidó. A veces me llama por teléfono. Y llora. Y yo no sé por qué. Me ha dicho que quiere abrazarme y que muy pronto nos veremos. Ella carga todo el día con niños que escupen en inglés, beben en inglés y hasta defecan en inglés. Tiene que estar muy feliz, porque a ella le gusta ayudar. Sí, sí. Siempre quiso ser doctora. 

Una amiga dice que estaré mejor en Perú. Que allí me querrán y me cuidarán como es debido.
Pero, ¿cómo voy a ir?
Si nadie sabe mi nombre,
ni mi edad,
y yo… 
yo los olvidé cuando nací.

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