lunes, 15 de diciembre de 2014

Agradecido de no saber quiénes son.

Dicen algunos que soy escritor. El resto ni siquiera me conoce.
Y cuando digo el resto me refiero a la gran mayoría del planeta.
Escribir no es mi forma de volar, sino de no caer.
Aprender a encontrar el equilibrio entre mis desgracias y tu risa, por ejemplo.
Escribir es gritar sin necesidad de abrir la boca.
Es meter la cabeza en el fondo del mar y soñar con sirenas que te quitan la ropa y te lamen los dedos.
Es el tic tac de unos tacones a las cinco de la mañana.
Es pilotar un avión de papel.

No tengo grandes metas en la vida.
Soy feliz con lo que tengo, o conformista en palabras de mi padre.
Soy adicto a la soledad, 
siempre la he elegido sobre todas las cosas.
No es bueno salpicar con mierda la efusividad de la gente.
Por eso decido estar solo.
No soy guapo, ni fuerte.
Vivo en un piso de alquiler y no tengo un trabajo estable.
Lo único estable que tengo es una mesa que monté en el salón de casa para poder mirar por la ventana 
y escribir o dibujar.
Bueno, es lo mismo.

Y qué más te puedo decir que no conozcas ya de mis ojos.
Que mido un metro setenta,
que en invierno todos los huesos me sacan mentiras,
que tardo en dormir,
que me gusta más la noche que el día,
que prefiero las cervezas a los tranquimazín. 
Que las últimas cuatro navidades las pasé comiendo kebap en la alfombra mirando fotografías de pequeño.
Que echo de menos a mi familia,
los abrazos cuando te derrumbas. 
Todo eso.

Soy un tío por lo general inseguro.
Y esa inseguridad hace que fracase en muchísimas cosas que me propongo hacer.
Ya no creo en los reyes magos
hace mucho tiempo que dejé de creer en la magia.
Pero sigo esperando el milagro que me arranque toda esta impotencia de cuajo,
que me deje abiertas las heridas y entender por fin 
qué soy cuando te alejas,
qué es lo que hay después,
del después,
de ti. 

Alguna esperanza queda.
De existir.

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