viernes, 5 de septiembre de 2014

El infierno en mis oídos.

Debería tener los cojones más grandes y la puta tristeza pequeña.
Saber tomar decisiones en beneficio personal.
Soy un perro abandonado en la carretera resignado a esperar lo que pase,
con la serteza de que todo esto tiene que acabar.
Voy a perseguirme el rabo por no saber utilizarlo.
O mejor dicho,
me he olvidado de él.
Parir desastres y cuidarlos hasta que te destruya tu propia creación.
De eso se trata ¿no?
Crear para ser violado.
Soy un grano en la arena de una playa perdida.
El punto seguido de quien no sabe leer.
Soy un complejo atónito en la memoria del guapo que se desorienta en cualquier discusión.

Toc, toc.
-¿quién es?
-Tu miedo más extremo.
-Mucho gusto. Tenga la bondad de darme dos bofetadas.

Sentirme culpable por cosas que yo no he provocado y maldecir con ardor las cicatrices que no me dejaste.
O me dejaron.
La premisa de querer ser algo para alguien no acompaña el querer.
Basta de irritaciones en los oídos.
Del derecho absurdo de la esperanza.
Basta de ser romeo para julietas que juegan a ser las putas más deseadas del balcón.
He llegado al límite.
Y no puedo más.
La soledad es decisión de a dos.
No de uno.

La vida sí.

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